Si hay un autor que personifique la evolución del cómic en España desde la Transición hasta hoy, desde la marginalidad hasta la más alta reputación, ese es Francesc Capdevila, al que todo el mundo conoce por su nombre artístico: Max (menos su mujer, que le llama Paco, confiesa divertido, algo que empezó como una broma y acabó perpetuándose).
Max (Barcelona, 1956) es uno de nuestros autores más veteranos, conocidos y respetados, algo que, en su caso, es compatible con mantener el halo de autor de culto y experimental. En la época del boom del cómic para adultos a finales de los 70 y principios de los 80, dibujó historietas como Peter Pank, publicó en revistas como El rrollo enmascarado y fue miembro fundador de El Víbora. Desde hace años es un vivo ejemplo del respeto que ha alcanzado el noveno arte: en 2007 recibió el primer Premio Nacional del Cómic que concede desde entonces el Ministerio de Cultura, el mismo que le ha encargado este año el primer cartel del recién instituido Día del Cómic, que se celebró y se celebrará cada 17 de marzo.
Los intereses autorales de Max han ido cambiando con el tiempo. En los últimos años ha experimentado con las posibilidades formales y narrativas del cómic con títulos como Rey Carbón y Fiuuu & Graac, ambos editados por La Cúpula. Ahora acaba de publicar Qué, un cómic galardonado con el primer Premio Finestres, que ha sido publicado en catalán por la editorial homónima y en castellano por Salamandra Graphic.
Se trata de una parodia de un género literario clásico: el del viaje iniciático o de superación personal. Tenemos a un personaje que se pone en marcha y en el camino se va cruzando con personajes y situaciones a las que deberá enfrentarse. Pero aquí el protagonista no busca superarse ni convertirse en un héroe. Esta estructura es una mera estrategia narrativa para tocar algunos temas que están protagonizando el debate social en los últimos tiempos, como el machismo, el feminismo, la corrección política, el lenguaje inclusivo, la polarización social o el influjo de todo ello en el arte. Max advierte: las opiniones vertidas por los personajes no son necesariamente las suyas, aunque algunas sí, claro.
Pregunta. ¿Qué quería explorar en este cómic?
Respuesta. Quería llegar a una especie de conclusión un poco comercial de mis investigaciones anteriores, en cierto modo. Definiría este libro como un cruce final entre los dos anteriores, Rey Carbón y Fiuuu & Graac, que eran historietas sin palabras, con Bardín el superrealista, que era humor verbal.
P. Es una historia con la estructura de un viaje iniciático un poco disparatado y esperpéntico.
R. Yo lo defino como una astracanada, una palabra que siempre me ha gustado mucho pero cuyo significado no me había molestado en buscar. Resulta que viene de Astracán, región de Rusia de donde procede la lana que en Occidente se usaba para hacer sombreros y solapas de abrigos. El término astracanada surgió por la gente que llevaba ese tipo de prendas, dandis selectos y excéntricos. Y eso, a principios del siglo XX, dio nombre a un subgénero español de teatro un poco absurdo. Eso encaja perfectamente con la concepción visual del libro, que es muy teatral, y con mi manera de abordar la realidad de hoy en día y las inagotables polémicas que están en danza actualmente, convirtiendo los diálogos en una astracanada. El viaje iniciático me servía como estructura donde meter todo esto. Pero en el viaje iniciático mítico el protagonista supera pruebas hasta encontrarse a sí mismo y convertirse en héroe, algo que en los últimos años la literatura de la autoayuda ha pervertido mucho. Me interesaba sabotear eso, porque la vida no funciona así. Este viaje iniciático no te inicia en nada, terminas igual o peor que has empezado.
P. ¿Por qué cree que triunfa tanto hoy la autoayuda? ¿Estamos muy perdidos y necesitamos encontrar fórmulas fáciles para nuestros problemas?
R. Estamos todos desnortados. La vida se ha convertido en tal batiburrillo que la gente ya no sabe qué hacer. A mí me salva que puedo hacer libros.
P. ¿Esa es su autoayuda?
R. Sí. El desconcierto es tan grande que comprendo que la gente compre libros que ofrecen orientación, pero en general son un timo. Ofrecen fórmulas sencillas que no funcionan, son crecepelos.
P. ¿Cómo definiría al protagonista?
R. Es un hombre en crisis. A partir de ahí un poco igual la edad que tenga, a qué se dedica o cuál es el motivo de su crisis. Lo que le hace ponerse en marcha es combatirla.
P. ¿Y cómo definiría a Pilila, su amigo imaginario?
R. Todos tenemos diversas voces interiores: la conciencia, el niño interior, el lado oscuro… A mí me interesaba que el protagonista fuera acompañado por esa voz interior personificada por un títere dentro su teatrillo. Se llama Pilila porque una de las voces interiores de los hombres es nuestro pene. Yo no expreso opiniones personales en el libro, pero uno de los conflictos de la actualidad es el del machismo, el feminismo y todo el lío que hay con eso. Me interesaba huir de la corrección política en el sentido de reconocer que sí, los hombres hablamos con nuestro pene, y muchas veces le hacemos caso. No hay por qué negarlo. Pero en este caso su pene es más ingenuo que él. A mí me interesa huir de los tópicos, y eso de que el pene es agresivo de por sí me parece una chorrada. Para unos es sí, para otros no.
P. El tema de la deconstrucción de la masculinidad está muy en el centro del debate social y es un tema que está apareciendo mucho en la literatura o el cine. ¿Cree que efectivamente hay muchos hombres que están revisando su masculinidad o son una minoría?
R. Es difícil de decir, pero creo que sí, hay hombres que estamos evidentemente por romper este patriarcado que no solo fastidia a las mujeres, a nosotros también. A mí me ha jodido vivo. Fui a un colegio de curas y no puedo ni verlos porque te llenan la cabeza de infierno. De lo que se trata es deconstruir todo eso y que la masculinidad sea algo guay, no algo chungo. Hay que renunciar a toda esa herencia de siglos de dominación.
"Estoy a favor del lenguaje inclusivo, siempre y cuando alguien encuentre la manera de que suene bien"
P. También aparece el lenguaje inclusivo. ¿Cuál es su posición al respecto?
R. Estoy a favor, siempre y cuando alguien encuentre la manera de que suene bien, porque ahora mismo suena chungo, es un atentado contra la lengua. Hasta ahora ha habido tentativas bastante patéticas. Yo no tengo la solución, pero imponer eso que suena feo me causa rechazo.
P. En cuanto a la corrección política, que es otro de los temas mencionados en el libro, ¿realmente hay menos libertad ahora que en los ochenta, como dicen algunos, para hacer o decir determinadas cosas?
R. Creo que hay un clima amenazante por ese lado. De entrada el término corrección política es exasperante. Es cierto que una cierta dosis sería necesaria, pero hoy en día todo cae en manos de fanáticos y se lleva a los extremos. Los extremos son grotescos y sin embargo sus impulsores se lo están tomando muy en serio. Veo que es algo que nos está dejando fuera a todos, es una manera de ir expulsando a patadas a cualquier insecto que te moleste hasta que no quede ninguno. Por otro lado, creo que la incorrección siempre es necesaria, y más en el arte. La rebeldía siempre se ha expresado a través de la incorrección, nunca a través de la corrección. Y si nos quedamos sin rebeldía, ¿qué nos queda?
"Peter Pank era una salvajada hecha en plan gamberro, seguramente si hiciera hoy algo así se montaría un pollo tremebundo"
P. ¿Cree que algo de lo que publicó en sus inicios hoy sería impensable publicarlo?
R. Eso me dicen. Yo no estoy tan seguro, pero es posible. Todo el mundo me menciona en este sentido Peter Pank, una salvajada hecha en plan gamberro en un momento determinado, yo tenía la edad que tenía y salió así. Seguramente si hiciera hoy algo así se montaría un pollo tremebundo, y evidentemente el primero que recibe siempre es el artista.
P. En los cómics que ha publicado en los últimos años los personajes son muy esquemáticos y a pesar de ello consigue que sean expresivos. Eso requiere dominar el lenguaje corporal y los códigos del cómic. Hay que tener talento y mucho oficio para lograrlo.
R. Yo tengo mucho oficio por los años que llevo en esto, pero hay gente muy joven a la que le sale de manera natural. Yo no soy un genio, sino un honrado trabajador que suda la gota y que ha tardado años en llegar a esto. Pero sí, siempre tengo en mente que cuanto más sintéticos son los rasgos de un personaje, mayor cantidad de gente se puede identificar con él. En el arte hay dos caminos: desnudar, despojar e ir a la esencia, o ir a lo barroco y explayarse a tope. Yo he elegido el primero, esa síntesis visual a mí me funciona y espero que al lector también.
P. “Tanto discurso ahoga el arte”, dice el protagonista en un momento de la historia. ¿Esa opinión es compartida por su autor?
R. Sí. Yo lo veo sobre todo en el dominio del arte contemporáneo. No es que esté muy metido en él, pero lo sigo un poco y me he dado cuenta de que desde hace unos diez años cada vez cobra más importancia el discurso teórico que la obra. Te encuentras discursos elaboradísimos para unas obras un poco pobres, por decirlo sin hacer sangre. Yo siempre he pensado que el discurso tiene que nacer de la obra, es la obra la que tiene que enganchar al espectador y a partir de ahí se desarrolla el discurso en su cabeza. Lo otro es activismo. ¿Se puede ser activista haciendo arte? Bueno, en ese caso tendrás que ver cómo lo consigues, pero a mí me molesta esa tendencia que además se ha institucionalizado en los museos de arte contemporáneo.
"Tintín es un prodigio de guion. Hergé era como Hitchcock en el cine, un maestro de mantener el suspense, con una precisión matemática"
P. En el libro hay un guiño a Krazy Kat y su famoso ladrillo. ¿George Herriman le ha influido mucho? ¿Qué otros autores han sido importantes en su formación?
R. Yo he sido una esponja y he pillado influencias de todas partes, como buen autodidacta, pero Herriman me parece esencial. De los pioneros del cómic de principios del siglo XX, me parece que fue el que llegó más lejos y también el más moderno leído hoy. A partir de ahí di un salto en mis intereses, hasta el cómic underground americano, y de ahí al cómic europeo, que tiene algo de amor infantil: Tintín, Astérix, esas cosas… Pero, ojo, porque Tintín es un prodigio de guion. Hergé era como Hitchcock en el cine, un maestro de mantener el suspense, con una precisión matemática. Yo he sido muy seguidor de eso hasta que me he ido soltando y ahora voy por otro lado, pero bueno, mi corazoncito está ahí y en otros tebeos que leía de pequeño, los de la escuela Bruguera, básicamente.
[Las memorias de Robert Crumb: en la mente depravada del héroe del cómic 'underground']
P. De hecho menciona al principio La familia Trapisonda, de Francisco Ibáñez. ¿Es el autor de aquella época que más le marcó?
R. Desde mi perspectiva actual, el que más me interesa de ellos es Vázquez, pero cuando los leía de pequeño me gustaban absolutamente todos. Me sumergía en ese mundo, como ahora hacen los chavales en las pantallas y la realidad virtual, solo que yo lo hacía con un tebeo que costaba cinco pesetas. Todo lo que mamas de chaval llega un momento en que resurge, por eso en mi trabajo de los últimos quince años hay mucho de la escuela Bruguera, de ese lenguaje tan cercano del tropezón, de meter la pata y tener que salir corriendo. Ese tipo de peripecias tan ingenuas y simpáticas, según con qué las acompañes, funcionan de maravilla.
P. Usted es capaz de acompañar eso con reflexiones metafísicas.
R. Sí, intento equilibrar las dos cosas en la balanza. Fíjate, la Dirección General del Libro me encargó el cartel del primer Día del Cómic, y querían que tuviera un tono festivo. Lo resolví con una serie de viñetas de puro tebeo: un tío que tropieza, va rebotando, cae, explota y sale disparado hacia arriba. Funcionó perfectamente porque es lenguaje mudo, ideal para un cartel, y encima servía como metáfora de la historia del cómic en nuestro país: desde los titubeos, tropiezos y caídas hasta el momento dulce actual, en el que nos hemos visto reconocidos por las instituciones, la prensa y un nuevo público que se ha acercado al cómic.
"No hay suficiente público para tanto autor. Las tiradas son pequeñas y la precariedad es la norma"
P. Usted ha vivido de primera mano esa peripecia del cómic en nuestro país a lo largo de cuatro décadas o más. ¿Cuál es su resumen de esa trayectoria?
R. Ha sido una peripecia accidentada, pero no solo tiene que ver con el cómic y quienes los hacemos, sino con la realidad social del momento. Al final de la dictadura hubo ese momento de libertad caótica hasta que la democracia se consolidó y empezó a regular cosas. Ahí hubo unos años en que todo el mundo hacía lo que le daba la gana y había mucha curiosidad por lo nuevo, por lo distinto, por lo que antes estaba prohibido. Entonces fue cuando estalló el cómic para adultos como una explosión de creatividad en distintas direcciones. No solo estaba el cómic underground, también las revistas de humor como El Papus o El Jueves y los cómics de género de terror y de ciencia ficción. Además ibas al quiosco, que entonces había muchos, no como ahora, y tenías diez o doce revistas de cómic para elegir. Esa época, en los 80, fue genial para nosotros, porque teníamos donde publicar mes a mes nuestras historias y nos ganábamos la vida más o menos con eso, aparte de que era más fácil ganarse la vida que ahora. Ganábamos poco pero con eso te pagabas un alquiler y te independizabas, no como ahora. Después, en los 90, eso decayó y se produjo una especie de travesía del desierto, hasta que llegó la novela gráfica, esa etiqueta comercial que a mí a ratos me gusta y a ratos no, pero que trajo una serie de obras incontestables, con lo cual el mundo de la cultura ya no pudo ignorarnos más. A partir de entonces empezó a llegar un nuevo tipo de lector y nuevas generaciones y la cosa ha ido muy bien. El problema es que, aunque nos hemos ganado el respeto, no dejamos de tener los mismos problemas que los escritores, los poetas y en general el mundo de la cultura, que es que no hay no hay suficiente público para tanto autor. Las tiradas son pequeñas y la precariedad es la norma.
P. Entonces, el cómic ¿como arte bien y como industria mal?
R. Sí, básicamente es así. A nivel artístico tenemos creadores geniales y recambios generacionales buenísimos, o sea, la ultimísima generación es la leche, hacen unas cosas increíbles, pero a nivel de industria y mercado la cosa se tambalea porque hay mucha mucha gente haciendo libros, muchas editoriales ubicándolos y el lector medio no alcanza para todo. Yo mismo, que estoy en el ajo, cuando pienso que me compraría este y aquel y el otro y el de más allá, tengo que ponerme un freno, porque económicamente es complicado. Yo no es que abogue por subvencionar las cosas, pero la cultura necesita ayuda para sobrevivir. Ahí entramos en una discusión filosófica: ¿para qué sirve la cultura en un país? Yo obviamente pienso que es el sustento de todo lo demás.
P. En ese sentido, ¿cómo ve las nuevas medidas relacionadas con el Estatuto del Artista?
R. Estoy más o menos al tanto y me parece que se están dando pasos de gigante en la dirección correcta porque hay ministros receptivos, pero creo que hay mucho por andar todavía.