Mucho han visto esos doce pares de ojos, y mucho han vivido (y sufrido, en algunos casos) esos doce corazones que laten aún con ganas en los cuerpos ya algo marchitos de las doce protagonistas de Aguagim, el cómic editado por Garbuix Books que la ilustradora Marina Sáez (Barcelona, 1988) ha dedicado a sus compañeras del centro deportivo municipal de Perill, en el barrio barcelonés de Gràcia.
Con ellas comparte piscina, vestuario y confidencias. Ella escucha más que habla, aprende de sus experiencias vitales, se ríe con sus ocurrencias y se contagia de sus enormes ganas de vivir. También llora, llora berreando en la ducha cuando por fin se queda a solas, tras enterarse de que no volverá a ver a una de ellas.
“Aguagim” (“aiguagim” en el original en catalán) es como se refieren estas mujeres al aquagym, la gimnasia acuática que practican, algunas desde hace 30 años, para mantenerse saludables a sus 75, 86 o incluso 93 años.
En los vestuarios se habla de juanetes, de trucos de cocina, de juguetes sexuales, de lo bueno que está “Richar Guer”, de salir a bailar, de desayunar al sol. También de políticos que no cumplen nada de lo que prometen, de hijos que a los 58 años siguen yendo a comer a mesa puesta a casa de sus madres, de los nietos que tienen que cuidar porque la conciliación familiar es muchas veces una quimera, de maridos que no cambiaron un pañal en su vida y de brechas generacionales que estas “yayas” sortean con naturalidad, dispuestas a abrazar los cambios sociales.
También se habla “del paternalismo que ejercen los hijos sobre una mujer en pleno uso de sus facultades” cuando deciden llevársela para poder cuidarla, separándola de sus amigas del barrio, e impiden que las demás la llamen porque “dicen que entonces se entristece y llora”.
La cercanía de la muerte es otro tema recurrente de conversación en el vestuario que hace reflexionar a la autora: “Personalmente, la muerte es la locomotora de mi tren del terror privado”, donde viajan pensamientos como “algún día me moriré, mis padres se morirán, mi cuerpo se deteriorará, la soledad, la maternidad, la precariedad, la soledad en el futuro si no soy madre”.
Aguagim, que recibió una mención especial del Premio Finestres de Cómic en Catalán en 2022, sigue la estela de otros autores que en los últimos años han demostrado que el noveno arte es un medio perfecto para hablar de la tercera edad. Paco Roca abrió el camino con Arrugas, la delicada obra sobre el alzhéimer que le valió el Premio Nacional del Cómic en 2008. Más recientemente destaca el caso de Ana Penyas, también laureada con el Premio Nacional por su cómic Estamos todas bien, en la que da voz a la memoria de las mujeres de la posguerra.
La afinidad tanto temática como estilística (con un dibujo colorido y naíf) es clara entre ambas autoras. De hecho, Ana Penyas brinda su apoyo a Sáez en la faja promocional de Aguagim: “Un cómic colorista lleno de humor, ternura y desenfado. Tras conocer a las protagonistas de Marina Sáez, dan ganas de ir corriendo a apuntarse a aguagim”.
Estamos ante un cómic amable pero militante, en el que también afloran cuestiones sociopolíticas como el patriarcado, los prejuicios racistas y homófobos (en algunos casos mostrados por las propias “yayas” protagonistas, educadas en otra época) y la precariedad.
En la pirámide social de los privilegios, la autora se dibuja a sí misma en el segundo nivel, el de los “autónomos del sector de la cultura” (todos con cara de zombi). Por debajo de ella hay una gran base social que está peor: el “río de almas en pena del precariado”. Por encima está la “peña con sol y/o parquet en el comedor”, con caras radiantes; y en la cúspide de la pirámide, los “acumuladores” de privilegios (un estamento en cuya base sitúa, con ironía, a los cantantes de la banda indie catalana Manel).
“Los hombres blancos cis heteros de entre 40 y 50 años de determinados barrios de esta ciudad disponen de un poder adquisitivo alto: ya no son jóvenes precarios, pero tampoco viejos a los que nadie quiera contratar. Disfrutan, a la vez, de una pésima educación emocional, así como de una falta total de conciencia feminista, ya que la popularización de esta lucha los ha cogido en un momento acomodado de su existencia, en que las necesidades de reformularse como individuos son realmente escasas”, afirma la autora ataviada con una bata blanca de científica y señalando con un puntero la pirámide social en la página más política del libro.
En definitiva, Aguagim es un cómic agridulce, que se lee con una tenue sonrisa y un leve nudo en el estómago, porque nos hace recordar a esas mujeres fuertes que hay —o que por desgracia ya no están— en cada familia de este país, esas que dedicaron casi toda su vida a cuidar a los demás y que ya en la vejez —en muchos casos viudas, con el nido vacío y libres de cargas— afrontan sus últimos años con una vitalidad implacable, dispuestas a exprimir al máximo los últimos compases de la existencia, liberadas por fin de los prejuicios y los corsés morales de una época más gris.