Poesía

El barco del norte

Philip Larkin

21 noviembre, 1999 01:00

Traducción de Jesús Llorente. Acuarela. Madrid, 1999. 89 páginas, 1,595 pesetas

El barco del norte es un libro aún no hecho, en el que su autor aparece y desaparece casi a la vez

Los primeros libros de un poeta permiten intuir su evolución sólo cuando, como en el caso de Guillén, hay un estilo estático y no un transcurrir anímico. Pero no así el de Aleixandre, para quien "Como en el habla el hombre no piensa sino con las palabras, en la poesía el poeta no piensa sino con el estilo". El joven Phillp Larkin -como el joven Cernuda y como casi todos los poetas jóvenes que de verdad lo son- tiene una prehistoria que sólo deja entrever su mapa, distinguir sus registros, inventariar sus fuentes y reconstruir el posible origen y procedencia de sus ecos. El barco del norte representa la infancia poética de Larkln y no tiene otro valor que el de la extraña reciprocidad que causa. En él hay un Larkin anterior a Larkin, que escribe al dictado de Yeats, y que todavía no ha encontrado su identidad como poeta. La impresión que produce es, por ello, desigual: acierta en los poemas breves y en las imágenes plásticas; tematiza ya ese 'pasajero apresurado" de Salinas que el mejor Larkin interpreta y es ("Entre la lluvia y los edificios/encuentro tan sólo una antigua tristeza derramándose, /rostros llenos de prisa y de problemas"); formula interesantes poemas de amor, como el X, inspirado en Catulo, o el XII, que recuerda la invocación a una desconocida de Milosz.

Larkin construye metáforas líquidas, como la del cisne diagonal en el agua, o musicales, como la del pentagrama del cielo; insiste en el tema de las nubes "cast moving shadows on the land"; y, como en el poema "Amanecer", las ve volar después haber abierto las cortinas. Hay aquí un Larkin que adelanta trazos del posterior a él; hay aquí un Larkln que conoce la "crónica de su muerte" y "los detalles de su derrota" y que focaliza su visión sobre lo frágil y lo incierto, y para el que "cada día que empieza presagia/el hastío del amanecer, toda una extensión/de besos podridos, de adioses carroñeros". El beso de la lírica latina y el beso de la pintura occidental se funden aquí en lo que un poema como "La bailarina" llama "un beso catastrófico", tras el que aparece la imagen "de algo que existe fuera de nuestro alcance, /mientras una altísima ola/extiende su melena de espuma/al llegar a la orilla infinita". En "La hermana fea" se aproxima al Lorca de "Doña Rosita la soltera" y utiliza una técnica que recuerda la del monólogo dramático de Brownlng, actualizado por Cernuda y por Elliot. El XX es un poema complejo, que interesa más por la ambición de su planteamiento que por su desarrollo y solución. Y el XXIV, un texto de doble movimiento, en el que lo admirable es su ágil final: "mejor que nuestras vidas se desaten/con vocación de buques que entrenados por el viento y húmedos de luz/salen del estuario con el curso fijado,/y navegando se separan, y navegando se pierden ya de vista". En el XXV resuena la huella de Propercio y, en el XXVI, se adelanta la concisión propia del Larkln mejor: "Esto es lo primero/que he comprendido:/el tiempo es el eco de un hacha/dentro de la madera". Hardy se oye en el tono del XXVIII y, en el XXX, vuelve a aparecer algo de lo que será luego su escritura: "un nombre/que suena ocasionalmente, como una certeza/fijada hace tiempo en el pasado inmóvil, y el pasatiempo de un invierno provincial".

El barco del norte es un libro aún no hecho, en el que su autor aparece y desaparece casi a la vez; en el que adivinamos temas y preludios de tonos; y en el que el resultado no deja de ser sino una aventura juvenil. La versión de Jesús Llorente es acaso demasiado ceñida, ajustada y escueta, con alguna que otra expresión que chirría, pero con hallazgos tan fieles a la dicción de Larkin como a su intensidad: "insípida mañana, noche informe, o por la orilla de una noche que era como un lienzo figuran entre ellos. En el XVIII falta una forma verbal del perfecto; en el XVI, el último verso podría mejorarse con un sencillo "las voces de muchachas con bufandas al cuello". Las versiones de álvaro García y de Carcelén daban cuenta de un Larkin pleno y absoluto; ésta de Jesús Llorente da idea de un Larkin tan mimético como titubeante, imperfecto, inseguro y parcial. La culpa no es del traductor sino del libro; la culpa no es del libro sino del tiempo; la culpa no es de nadie sino de un proceso de escritura que aquí no ha alcanzado aún su auge y que no pasa de ser un esbozo, un esquema, un embrión. ¿No basta con publicar sino que, además, hay que traducir los primeros libros de un poeta?