Poesía

Antología poética

Gorgio Caproni

3 mayo, 2000 02:00

Edición y traducción de Pedro Luis Ladrón de Guevara. Huerga & Fierro. 63 páginas, 900 pesetas

"Provinciano" para algunos y "marginal" para muchos, el interés de la escritura de Caproni, uno de los tres grandes poetas italianos de la segunda mitad del siglo, estriba hoy en su perifericidad

Luzi, Caproni y Zanzotto son los tres grandes líricos italianos de la segunda mitad del siglo XX, al que ponen una música átona como acompañamiento metafísico de su más que vacío final. Caproni -que tradujo a los poetas franceses con el mismo cuidado que Quasimodo a los poetas griegos- fue un interesante ensayista -La scatola nera (1996) lo demuestra- y un prosista -como en Il labirinto- bastante superior a lo que indica el tenue adjetivo singular. Su escritura sufrió un modélico proceso adelgazante, en el que el encabalgamiento es el único hilo conductor del sentido, y la sintaxis, una continua expresión del dolor. La poesía de Caproni es la crónica de una existencia y el sistema de reverberaciones de un lugar: la Liguria y, más concretamente, Génova forman sus referentes, que se articulan sobre dos temas únicos: la pietas en sentido latino y la angustia derivada de la ausencia de Dios. "Poeta del desencanto" -como lo ha llamado Biancamaria Frabotta en un libro que estudió el "Io solo" y el "Io postumo"- Caproni no fue incluido en los Lirici nuovi (1943) de Anceschi y hubo de esperar a que Pasolini, en 1952, le dedicara un artículo que hoy la crítica considera cuestionable e, incluso, en algún punto desacertado, pero que, recogido en Passione e ideologia, fue menos riguroso que reivindicador. Pier Vincenzo Mengaldo ha explicado muy bien los rasgos de esta escritura refractaria a toda escuela y, por ello, a todo intento de clasificación. Se le han visto ligeras coincidencias con Saba, con Betocchi y con Penna, y un uso de los verbos intransitivos, muy próximo al de Gatto. Su "extravagancia" ha sido comparada con la de Bertolucci: como la de éste, su obra ha permanecido ajena al simbolismo y ha construido otra modernidad. "Provinciano" para algunos y "marginal" para muchos, el interés de su escritura estriba hoy en su perifericidad. Se ha dicho que partía de Carducci, cuando en realidad lo hacía de Pascoli, y se han reconocido en él tres fases: una primera, en la que dominaba el esquema de la canzonetta, que se ampliará después a los sonetos y que producirá lo que Girardi llama "la métrica caproniana" con todo su tejido de aliteraciones, derivaciones, repeticiones y asonancias; una segunda, en la que el poema queda reducido al soneto-bloque, en tensión entre la hiperdeterminación formal y la corrosión de la forma, y en cuya dialéctica aflora el conflicto de su historicidad entre "el pathos sintáctico o métricosintáctico" y "la aparente marmoreidad del bloque". Caproni logra su máxima riqueza métrica en Il passagio d‘Enea, precisamente porque aumenta el sistema con formas ajenas a su tradición: sus estancias -que no son las de Shelley, ni las francesas, ni las de Hofmannsthal- introducen un espacio que se caracteriza por su toponomástica -casi siempre urbana- y por la mezcla de monólogo, alocución y narratividad. El léxico da la clave de sus temas: bicicletas, funicular..., pero en un tono -y, sobre todo, en un contexto- más elegíaco que futurista. La letanía se impone ahora como forma de su significado, y la métrica se simplifica tanto como la sintaxis se complica. La tercera etapa -que tiene su punto de arranque en Cavalcanti- es un desnudamiento de la forma y, a la vez, una profundización del yo poético y su biografema poemático. En Il muro della terra se oye la respiración de Hülderlin, de Nietzsche y de Nerval: se advierte allí la metamorfosis de Caproni con su industria de compuestos léxicos y su fábrica de formación y de deformación verbal. El aforismo, el apotegma y la complexio son ahora su base: la de un terrorista del lenguaje que opera en sentido contrario al de la historia y la realidad. Su poesía se vuelve -si no lo era ya- hacia la metafísica y su métrica, hacia la serialidad: como Guillén aspira al libro orgánico. El de Caproni tiene lo que Calvino vio: una ontología negativa construida sobre una lógica binaria. La selección de Ladrón de Guevara da cuenta tanto de los distintos puntos de su recorrido como de las pausas de su itinerario; y su versión, sólo en algunos puntos mejorable, permite acceder a un poeta difícil, en el que vida y cultura constituyen y son una unidad.