Teoria del miedo
Leopoldo María Panero
7 junio, 2000 02:00La cita de Mallarmé -un poeta muy presente en Teoría del miedo- aparece en uno de los poemas del libro, un intenso y despojado poema de amor: "Amémonos sin decirlo/ porque el amor no se dice/ estando ahí, no se dice/ porque la palabra no es amor,/ sino un asesino/ a las puertas del palacio y el brillo/ de tu espalda:/ Oh destrucción mi Beatriz segura/ el olvido como esporas/ siembra los versos".
Leopoldo María Panero -vuelvo a citar la anónima nota preliminar- "no ha cejado en su empeño de hacer de su vida un opus paralelo a su obra, sin duda la más radical de su generación". En la radicalidad del empeño insiste también el profesor Túa Blesa, autor del epílogo, para quien con este libro "Panero continúa una empresa que no muchos se han atrevido a acometer", ya que "pone su vida en juego en cada una de sus líneas, sabiendo también que en ese juego se pierde siempre".Otra es la impresión del lector que procura no confundir vida y literatura. Buena parte de los poemas de este libro (o de las otras entregas que Panero publica con tanta profusión como le permiten sus editores) no son más que escritura automática, variaciones sobre unas pocas palabras de seguro efecto entre sus escoliastas. En Teoría del miedo recurre a la reiteración del término "poema", lo que dará sin duda mucho juego entre los estudiosos de la metapoesía: "y Dios es un ser tan miserable como el poema", "y el poema es como si yo orinara al fondo de la habitación", "y el águila contradice el poema", "como si fuera el poema / cojo el cráneo de Yorick", etc.Tampoco escasean en Teoría del miedo (un libro que tienen algo de cajón de sastre al incluir inéditos de otros libros suyos) las referencias culturalistas. "Palimpsesto" comienza con la cita de un verso de Raimbaut d’Aurenga y continúa parafraseando un texto de Blake, el famoso poema dedicado a la atroz simetría del tigre que arde en la noche.
Leopoldo María Panero, por voluntad y por destino, que diría Villamediana, ha convertido la autodestrucción en un espectáculo, su vida y su obra en un ejemplo de lo que tanto el hombre de la calle como estudiosos entienden por poeta: un trágico bufón, un ser al margen que admira y espanta y segrega chocantes sinsentidos como el peral da peras.
A Panero, "el último poeta", "el verdadero poeta", en opinión de Túa Blesa, "no le resta, en su aventura de decir, sino la errancia en busca del nombre, que jamás será tal, sino tan sólo una senhal, un producto de la catacresis; nunca un signo, sino un mero significante; una palabra o, dicho más propiamente, apariencia de palabra, a la espera de ser leída, a la espera de completarse, esto es, a la espera sin más, en un modo de espera en vano, espera sin esperanza alguna".
Pero el escepticismo, acentuado por la vana palabrería de sus panegiristas, con que leemos la poesía de Panero se quiebra más de una vez: sí, aquí se trapichea con las llagas, se trafica con el absurdo, se comercializa la marginación, y sin embargo, cuando más descuidados estamos, nos sorprenden, como una puñetazo en la cara, unas pocas palabras verdaderas: "No sé si tortuga o tumba/ muerto o vivo, muerto o vivo/ no sé si ángel o desastre / muerto o vivo, muerto o vivo/ no sé si espíritu u oruga/ muerto o vivo, muerto o vivo..."
Un poeta destruido Leopoldo María Panero, un poeta en ruinas, pero un verdadero poeta, no sólo un impactante espectáculo o un pretexto para las elucubraciones de los profesores de teoría de la literatura.
YA NO ES ALMA SINO EL CASTILLO
ya no es mi alma sino el castillo...
Ya no es mi alma sino el castillo de la boca
el castigo del silencio que a la vida convoca
rezando suavemente en el penal de la boca
la boca sin dientes rezándole a la boca
y la vida es tan sólo un espasmo en el desierto
un emperador caído en la flor y el temblor de la boca
en la flor del delirio
en la flor que solloza en el penal de la boca