El poema de Tobías desangelado
Antonio Gala
1 diciembre, 2005 01:00Antonio Gala. Foto: Ángel Casaña
Como un particular cancionero amoroso ha organizado Antonio Gala esta extensa meditación sobre las experiencias del amor, un tercio de la cual ya aparecía publicada como libro en marcha al final de la edición antológica de sus Poemas de amor (1977).
La infinidad de menciones a los más diversos lugares del planeta, a las distintas culturas y a los mitos invariables de los hombres nos lleva por un exótico recorrido que da variedad anecdótica y formal a lo que es en definitiva esa continuada vuelta sobre las dichas y los infortunios de la relación amorosa. El sentido, pues, de este poema responde a una visión de la poesía que Antonio Gala ya definía en las palabras previas a Poemas de amor, ese "estarse ante las cosas con una posición de aprendizaje, de pregunta, de perplejidad: algo que no es más que una vía de conocimiento". Desde esta perspectiva el amor es un viaje interminable, y la estructura de cancionero adoptada por el autor nos lleva a las distintas alternativas de la experiencia amorosa en una espiral continua que, no obstante, viene a concretarse cada vez más, particularmente en la quinta y última parte, "El final", en poemas de soledad que remiten sobre todo al territorio íntimo de "La Baltasara", el espacio del alejamiento de la corte predilecto del autor.
Del enamoramiento -"Ministerio del aire"- a la soledad y al ubi sunt-, las cinco partes del libro responden a los distintos estados que nos acaecen en "la inmensa rueda del aire" y del amor por el interior de esa misma sustancia universal en la que somos a la vez Tobías y el ángel, uno mismo y el otro que buscamos. El erotismo intenso que ocupa "Los viajes por el ángel" corresponde, así, al estadio de la seducción en el que la fuerza del deseo lo transforma todo y en el que hasta el lenguaje poético se encandila consigo mismo, como en el juego verbal del poema "Mármara" (que nos recuerda al "mármara, mar, maramar" de Jorge Guillén). Destacaría, entre tantos, el dedicado a Karnak o, sobre todo, "Pirámide de Zahshur", uno de los más intensos del libro, en el que, como ésta, "inservible a la vez que necesaria", se alza en medio de nuestro desierto íntimo "el amor, conservador de restos".
Los poemas de la ausencia ocupan la parte central, "El recuerdo del ángel", con su mayor protagonismo en las noches solitarias de hotel, de espejos vacíos, en homenajes a la historia y a la escritura china, a los viejos mitos de Grecia que remiten al amor, al templo del Sol en Yemen, a un Adriano solitario que personaliza esta escritura amarga y dulce sobre el amor. Y, sin embargo, al final de esta parte, en Viena, pandémico y celeste, el deseo amoroso fascina nuevamente al viajero para, en "La vida con el ángel", la parte cuarta, abrirse a una más luminosa y amplia reflexión sobre el amor ("Ditirambo") que remite a Valéry ("Así es, como el mar, el incesante amor") y, más allá, a Dante: "No es cobarde el amor, que es esforzado./ Su proeza de arder en el secreto/ o la de proclamarse con orgullo/ el universo todo entero mueven./ Sus testigos, el sol y las estrellas/ que él ordena y conduce todavía". Desangelado aunque luminoso, el largo adiós de "El final", la despedida que sugieren sus poemas en "La Baltasara" y también en otros espacios recobrados cierra este cancionero con un convencimiento rotundo y sentimental que no borra el valor de la aventura: "También el ángel muere".