Retrato anónimo de Louise Labé

Ed. y trad. de Aurora Luque. Acantilado, Barcelona, 2011. 112 páginas. 14 euros



Sea el poeta clásico, moderno o contemporáneo, cuando llega acompañado de la palabra inspirada (no "construída") no hay lugar para la duda o la confusión. Los poemas, sin más, se imponen por la rotundidad, la claridad y la firmeza de su expresión y por el vigor de su contenido. Y es así por más que en esa voz tiemblen resonancias de los poetas maestros del pasado, como Safo, Ovidio o Petrarca, en el caso de la poeta que hoy nos ocupa, Louise Labé (Lyon, 1524-Parcieux-en Dombes, 1566). Si, además, como también sucede en este caso, se salva el espíritu del texto gracias a una versión muy cuidada y encendida, como es la de la poeta -también con fértiles "raíces" clásicas- Aurora Luque, la lectura del poemario traducido constituye, sin más, un placer, y para muchos, imagino, un descubrimiento. Aurora Luque ha seguido además el camino correcto en su aproximación a los textos, que es-ante una estructura formalmente tan férrea como la de los sonetos o las elegías de Labé- atender sobre todo al ritmo, a la medida del verso, y seguir luego con libertad la rima, bien utilizando las asonancias o las consonancias, para acrecentar precisamente ese sentido rítmico y prioritario, musical, que deben tener estos poemas ya valiosos en la lengua original.



Se añade a ello las características muy particulares que poseyó aquella mujer que fue Louise Labé, en varios sentidos un ser legendario. Pero lo que cuenta es lo poco y bueno que sabemos de esta poeta representativa de un tiempo y de una escuela poética de la que la ciudad de Lyon fue el centro, con autores tan señalados como Maurice Scève, Pernette du Guillet, o Antoine Héroët. Expresiones como "la bella cordelera" (Louise era hija y esposa de artesanos cordeleros), "Safo de Lyon" o "Ninfa del Rodano", acrecentaron el mito del personaje hasta el punto de que, como muy bien recuerda Luque en su prólogo, Labé es considerada hoy una petite pléiade avant la Pléiade, ya con las cimas de Ronsard y Du Bellay. Pero, a fin de cuentas, mito fundamentado el de Labé por su formación lectora y por su propia experiencia vital. Mujer, como diríamos hoy "liberada" gracias a su cultura, pero también por su amorosa pasión hacia el también poeta Olivier de Magny. El resultado es, como hemos comenzado diciendo, esta serie de veinticuatro sonetos y tres elegías que mantienen una tensa y hermosa unidad.



El lector español debe pensar en alguno de nuestros grandes sonetistas (Garcilaso de la Vega, Quevedo) para ver cómo se enciende en esta autora la llama amorosa, pero a la vez con la mirada siempre fija en el ejemplo y en la contención de los grecolatinos. Deseo, amor, ausencia, gozo, van entrelazándose en los endecasílabos, a la vez refinados y claros. Unas veces, para expresar el dolorido pensar ("mas no extinga el deseo a mí tan caro/que si me ha de faltar [el Amor] me moriría"), o la desbordada enumeración del soneto II ("laúd quejoso, voz, arco, viöla:/ ¡tantas llamas que queman a una sola/mujer!"). Lejos de la contención del soneto, la voz de Louise Labé se derrama en las elegías, aunque siempre el Amor impere (así, con mayúscula escrito). Aparece al final de la segunda de las elegías la dicotomía muerte ("luto")-Amor ("amante alma"), pero para acabarse fijando en unos versos que ella desea marmóreos: "Amor, por ti viví tan inflamada,/ languidecí agotada por tal fuego,/ que late aún en la ceniza ardida/ si no le das sosiego con tu llanto".



Los poemas están salteados de nombres propios y referencias cultas, pero siempre utilizados con delicadeza y fundamento, sin ningún hueco afán erudito; e incluso asoma en ellos un pensamiento, una ética, sugestiva en quien todo parece fiarlo a la libertad de vivir -como mujer- la cultura y a la pasión amorosa. Un afán de libertad que poseía nítida y que así la encontramos ya en la carta-dedicatoria a su paisana Clémence de Bourges, pórtico a la edición de las Obras de Labé de 1555, cuando afirma que ya ha llegado la época en que "las leyes severas de los hombres no impiden a las mujeres dedicarse a las ciencias y a las disciplinas". No es raro, por ello, que tal afán de sinceridad y libertad levantara las iras de algunos puritanos como el mismísimo Calvino, que en uno de sus panfletos la llamo "plebeya meretriz", o Claude de Rubys, "cortesana pública hasta su muerte". Mas la verdad está siempre en el tiempo, tras la provisionalidad del presente, con la obra sincera que no pasa.