Andrés Sánchez Robayna. Foto: Mondelo

Lumen. Barcelona, 2011. 144 páginas, 16 euros

¿Cuál es el lugar genérico de estesingularísimo Cuaderno de las islas? Uno que es fronterizo, que se sitúa en el cruce, en el entrecruzamiento, en el entre habría que decir, de la escritura poética y el ensayo, cuando menos, aunque debería añadirse a éstos el dietario con lo que conlleva de claves autobiográficas; autobiográficas en su sentido más profundo -sentimiento, pensamiento- y no por lo más superficial de los datos. Libro, entonces, que no continúa ninguna serie, sino que va dictando sus propias reglas de construcción, de género, conforme se inscriben las palabras, que son, ya por ello, creadoras en sí mismas. ¿Quién escribe este cuaderno? El personaje que se dibuja es alguien herido por el sentimiento insular y que medita sobre él y le busca explicaciones.



Las vías de búsqueda son dos: la condición de isleño y la lectura; el paisaje, no mirado a la manera del turista, sino vivido en toda su intensidad, haciéndose el sujeto parte del entorno, y la escritura leída de un modo que hay que nombrar como vivencia íntima y no como un puro ejercicio intelectual, aunque también. ¿El resultado? Una fiesta para el lector, que se siente arrebatado al centro de la extrañeza de estas "ínsulas extrañas".



Se puede partir de la condición isleña de Andrés Sánchez Robayna (Las Palmas, 1952), de su arraigo insular en Tenerife, pero a eso hay que acercar inmediatamente una sensibilidad de poeta o, mejor aún, del gran humanista que es. Reconocido investigador de la literatura -y que uno de los temas a los que ha prestado su aguda reflexión sea el de "el libro como símbolo del mundo" merece ahora ser recordado-, autor además de escritos sobre arte, traductor y, bien lo sabe el lector, uno de los poetas verdaderamente significativos de nuestro tiempo, todas esas condiciones se fusionan en estas páginas en la voz de un único yo, una voz que es la voz de la isla, de la insularidad, a la vez que la de la poesía, una poesía que, en su ideario, no puede ser sino conocimiento o, para decirlo con expresión de Sánchez Robayna, la voz de una misteriosofía.



Escrito al azar de la iluminación y las lecturas, este Cuaderno de las islas acaba por conformar un todo armónico. Pese a que el cuaderno está estructurado en dos partes -¿es casual que sean prácticamente idénticas en cuanto a extensión?-, una primera de reflexiones seguida por una "antología" de poemas que hablan de islas, el caso es que se lee como una secuencia única con toda naturalidad. A ello coopera, sin duda alguna, la calidad de la prosa de las anotaciones -los dos volúmenes publicados de sus Diarios hablan de lo mismo-, una prosa que es, sin más, poética y no sólo por los recursos estilísticos que sería ahora prolijo enumerar pero quede señalada la tendencia a la concisión, sino porque "poético" en este cosmos escritural es exploración, indagación, pregunta, palabra que se abre antes que respuesta que da por cerrada la cuestión.



Aislarse en la lectura de este cuaderno nos hace parte de su insularidad.