Leonard Cohen. Foto: Patxi Corral

Traducción de Alberto Manzano. Visor. Madrid, 2011. 128 páginas, 12 euros



No estamos de acuerdo con Sócrates. Conocerse a uno mismo carece de interés. Ahora que hemos aprendido que no existe tal cosa como uno mismo, a los griegos se les han terminado los argumentos. La identidad no es descubrimiento, sino invención. De esto sabe mucho Jason Bourne. Y tú. Y yo. Y Leonard Cohen.



El Libro de la Misericordia es una cosa compleja, en el sentido en que lo es E=mc2. Parece simple, pero es el universo. Para empezar, está la cuestión de la misericordia. En inglés, mercy es un concepto mucho más amplio y profundo. Poeta de técnica y espíritu, Cohen necesita un instrumento de expresión que actúe además como material de construcción: el discurso religioso es la opción natural. Se trata de pensar a través de los pensamientos de otros: la asunción de las tradiciones sapienciales por parte de la mentalidad contemporánea tiende a reducir los sistemas abstractos a la categoría de manual de autoayuda, estableciendo pautas de comportamiento, hábitos de vida, no estructuras mentales. No así en Cohen. Su Misericordia es mística cierta.



Cohen siendo Cohen, se apropia de todo, todo lo devora: rastrear a David, el Rey Poeta, en los salmos del Poeta Genio, no es posible, sencillamente. Está todo ahí, lo vemos, no dudamos: "Bendito seas tú, sostén de la caída. Cae hacia el cielo, cae hacia la luz, nadie puede hacerle daño mientras cae. Bendito seas tú, escudo de la caída. [...] Bendito seas tú, abrazo de la caída, fundamento de la luz, señor del accidente humano". Cada verso mendicante, cada tambor de letanía, resuenan como truenos en este corazón de noches oscuras. No es que la sabiduría judeo-hindú inspire a Cohen: es que arrasa a Cohen, lo extermina, lo reconstruye, lo hace hombre de nuevo, canta en su poesía. "Inmediatamente la Torá cantó para él, y tocó su pelo". No hay distinción entre el poeta y su verso, son una misma sustancia: el uno no existe sin el otro. Esto lo sabía Whitman, y Blake antes que él. Cohen sólo nos recuerda lo que no debemos olvidar.



"Porque no lucháis con vuestro ángel. Porque os atrevéis a vivir sin Dios. Porque vuestra cobardía os ha llevado a creer que el vencedor no cojea". Son las famous last words del Poeta Profeta contra el mundo. Porque Cohen es presente, aunque emplee fórmulas eternas para enfrentarse a la vida. Sus pesadillas son las tuyas y las mías, sólo que él las sueña para la mente colectiva. Contra América, contra Rusia, contra Israel, contra los que luchan contra la Misericordia: "no hay tierra aquí que os pertenezca, todas sois ladronas de lo sagrado". El gran problema de Cohen es que dice demasiado, demasiado claro. Leemos su Misericordia y nos da lástima la poesía hermética. No hay en este libro ni una sola concesión al misterio: las palabras-cimientos se repiten hasta volverse ubicuas, los puntos de anclaje son tres o cuatro, no existe noción de ambigüedad, metáfora. Y sin embargo, nuestro cerebro percibe cada imagen como verdad poética. Nada nuevo bajo este sol: estamos más allá del tiempo. La voz de Cohen (imposible no oírla, imposible) nos introduce en esa curiosa corriente de grandeza y desgracia que llamamos historia, o condición humana. Nos volvemos antiguos, nos volvemos futuros, entendemos lo que significa pertenecer a nuestra especie.



Hay una forma de ser poeta que pasa necesariamente por la destrucción: del lenguaje, del mundo, de uno mismo. Si no estamos dispuestos a sentir, a sufrir, a cambiar, a ser derrotados, a ser un fracaso, a arrodillarnos, a llorar, no leamos la Misericordia. Si nos asustan palabras como alma, gloria, santidad, o muerte, evitemos a Cohen. Pero si de verdad queremos rompernos los corazones contra la poesía más pura, entonces no hay otro camino más que éste. Olvidemos lo que unos cuantos necios nos han dicho que somos. Todo mentira. El Libro de la Misericordia no busca identidades: las genera a partir de ruinas de imperios, de fragmentos de dioses, de la totalidad de las mujeres y los hombres que han existido. Estamos aquí para crearnos. Toma. Lee.

A mil besos de profundidad

La poesía sin música es naturaleza muerta. A mil besos de profundidad : Canciones y poemas (1956-1978/1979-2006) [Visor, 2011], son canciones, son poemas, son cincuenta años de voz. Desde Comparemos mitologías (1956) hasta Blue Alert (2006), Leonard Cohen canta al hombre sin armas, a la mujer que lo ama, a una época que se perpetúa en futuro imperfecto: Stalin y la locura, la caída de Occidente y el sexo, Lorca y I'm Your Man. Poesía para cantar a pleno pulmón y sentir a pleno corazón.