Ángela Vallvey. Foto: Raúl Sanchidrián
Ángela recorre caminos. Y cuando Ángela se pone en marcha, la poesía avanza con ella. Busca nuevas rutas, nunca pisa terreno trillado. Ni mapa ni GPS que valga. Ángela desbroza, es pionera.Sin prisa, con aplomo. La velocidad del mundo es demarcación Vallvey: poesía-implosión. En su mundo lento o veloz, está toda Ángela: los ojos limpios, el pensamiento inocente, el eterno retorno de las palabras más claras, Érika. Todo es naturaleza cuando lo humano se entiende como consustancial a la vida: el combate imaginación vs. realidad no compete a quien considera la realidad una materialización (una más, otra posible) de los universos poéticos: "El Sol se ha acostado en nuestro patio,/ con suavidad/ ha bordado los restos de agua de lluvia/ que quedan en el suelo/ con un poco de luz sucia,/ como un niño que apoya la cabeza/ en el hombro de un amigo". No es necesario correr detrás de la originalidad, como si fuera un autobús que se escapa: nacer humano es nacer original. Ángela dice: "Mi amor fue una cierva silente/ quebrada entre susurros,/ fue una cueva pequeña/ que cavaba la luz en el ocaso". Y cada cierva, cada cueva, toda la luz, se vuelven nuevas sólo porque Ángela las dice.
Ciudades o emociones, personas que son almas. Los contornos geográficos parecen de mujeres y hombres, estamos hechos de tierra y agua y aire como el espacio que ocupamos en el universo: "Me digo que mi amor/ proviene de un lugar/ que se parece mucho a tu cuerpo. Nos llamamos átomos, como el resto. La poesía, también: es sólo una anómala concentración de energía en el núcleo del idioma. Hay una pasión espontánea en estos versos que ralentiza nuestra incredulidad hasta suspenderla por completo, acelerando nuestra percepción sin privarnos de voluntad. Aceptamos lo que no podemos pero debemos aceptar. Como la música o las matemáticas, la poesía es un lenguaje artificial, con lógica propia. "El amor no carece de ritos funerarios": surge un vértigo poderoso de la humanización de lo que pertenece a nuestra especie, pero no es nuestra especie. Fue la propia Ángela quien nos aconsejó mirar a nuestro alrededor, o a lo alto, como único método de conocimiento. Volver los ojos hacia el interior es una utopía: sólo podemos proyectar nuestra experiencia en los fenómenos que nos envuelven, observarnos en lo que nos rodea, convertirnos en un fuera para comprender nuestro dentro. El mundo tiene su velocidad: no nos la impone, es la nuestra. Somos el mundo.
Lo que busco me encuentra, dice la teoría de lo humano. Registro de sueños tangibles, La velocidad del mundo aspira a todo, es luminosa, no tocamos fondo. Es Ángela en estado puro: poesía que cree en sí misma porque la poeta la creó fuerte, con autoestima a prueba de vida. Accedemos a ámbitos de la verdad a través de puertas que otros no abren por temor a lo que pueda haber al otro lado. Cui ci sono dei mostri, advierten, y se mantienen en guardia, confinados en territorio conocido. No saben que el único monstruo es la poesía, y lucha en nuestro bando. "Me gustaría gobernar un país/ con altos edificios que no temieran a búfalos/ o a tigres [...]/ Me gustaría/ gobernar un país como tu cuerpo". Que el mundo se pare: quiero subirme. Ángela le rompe el eje, y recorre caminos.