William Wordsworth
Eran todos unos seductores. Byron el primero, pero no el único: se disfrazó de Satán, se autoproclamó genio, y con ello inventó a El Poeta. Coleridge mató a la Musa -ya francamente exhausta, la pobre- y la sustituyó por la droga como fuente de toda poesía. Keats nos hizo creer que la verdad es belleza, dejándonos a nosotros la papeleta de decidir qué es belleza -y nosotros decidimos que es información-. Estaban todos locos, eran jóvenes, guapos, ingleses. La Armada Invencible de la poesía universal se enfrentó a ellos, y todavía sigue hundiéndo- se. Son tremendos. Son los románticos.De ellos, el peor-mejor es Wordsworth (1770-1850). Como poeta, es un apocalipsis: cuando lees "Cinco años han pasado; cinco veranos, ¡con la lentitud/ de cinco largos inviernos! Y de nuevo oigo/ esas aguas, rodando desde sus fuentes en la montaña,/ con un suave murmullo de tierra adentro", sabes que tienes ante tus ojos el Génesis de la poesía moderna. Pero Wordsworth es también la más peligrosa de estas fieras, porque viene con sigilo. Actúa como una persona normal, o casi. Habla de mitos ("Laodamia"), de paisajes ("Resolución e Independencia"), de gente como tú y como yo ("El viejo mendigo de Cumberland"). Se insinúa como hombre, no como dios. Y sin embargo, su megalomanía humilla al propio Byron, su complejo de superioridad no necesita del opio de Coleridge, y de la belleza de Keats ni se ocupa: la verdad es Él.
Con Coleridge, Wordsworth creó en 1798 las prodigiosas Baladas líricas, colisión de dos mentes superdotadas, supernova poética que sólo el modernismo de T. S. Eliot pudo frenar. No contento con ser padre de versos eternos, decidió mostrar a la humanidad que era igual de listo en prosa y compuso su Prefacio, la poética más influyente después de la de Aristóteles, y la estafa teórico-literaria más flagrante después de prólogo de Whitman a sus Hojas de hierba. Básicamente, Wordsworth trata de convencernos de que las Baladas líricas son simpáticos poemillas populares, espontáneos y sinceros, cuando en realidad son monstruos de complejidad y elitismo, como el propio Wordsworth, por cierto. Cuando Coleridge intentó puntualizar el Prefacio, Wordsworth se limitó a preguntar que quién era aquel señor: la coautoría de las Baladas siempre le resultó molesta, además de superflua. Las Baladas, como la verdad, son Él.
Poemas breves de densidad cuántica, La abadía de Tintern contiene "Tintern Abbey", "Intimations of Immortality" y "Strange fits of passion". O sea, todo. Singularizando el talento de Wordsworth, podemos exprimir de cada línea todo un sistema metafísico autónomo. Aquí nada es lo que parece. Cuando se habla de la naturaleza, se habla del alma. Cuando se habla del hombre, se habla del alma. Cuando se habla del alma, se habla de Dios. Para los románticos, la vida es una tempestad perpetua. Para Wordsworth en concreto, la conciencia humana es ese mar. "Nuestro nacimiento no es sino un sueño y un olvido", dice en "Intimations". Wordsworth parece creer que Dios creó el mundo para que nuestra conciencia no estuviera sola. Y la conciencia de El Poeta vio que el mundo era bueno, y lo devoró todo. No existe nada fuera nosotros. Nuestra existencia misma es sólo un soporte de conciencia. La muerte no es el final: es un destino.
Capaz de un poder como "She dwelt among the untrodden ways", Wordsworth es, en muchos sentidos, más grande que su poesía. Sin su ley el Romanticismo sería otra cosa: una masa uniforme y oscura de príncipes peleando por ser reyes. En su lecho de muerte, Goethe gritó: ¡Luz! ¡Más luz! Mala suerte para Alemania: toda la luz la absorbió Wordsworth. Esto no es poesía hecha por un hombre. Esto es un hombre hecho poesía. Artefacto de vida eterna para un sueño de inmortalidad.
ELLA VAGÓ POR CAMINOS...
Ella vagó por caminos nunca hollados,
junto a las fuentes de Dove,
una doncella a quien nadie podía admirar
y muy pocos amaban:
¡una violeta entre la piedra musgosa
medio escondida para la vista!
Encantadora como una estrella, cuando
resplandece solitaria en el cielo.
Vivió anónima, y pocos advirtieron
que Lucy dejó de existir;
pero ella está ahora en su tumba, y, oh,
¡qué gran diferencia para mí!