La poesía que se escribe en América continúa diferenciándose fértilmente, y al valorarla dentro de la que se suele escribir en español. La obra de los poetas del ayer inmediato (Darío, el rico Modernismo americano, Vallejo, Neruda), quienes aportaron su fuerza a nuestra literatura, pero también los autores consolidados que luego han llegado, siguen demostrándonos que existe una voz distinta que viene de allí y que enriquece. Este afán de novedad y cambio lo admiramos también en poetas actuales, pero ya de obra dilatada en sus frutos, plenamente maduras, como la del chileno Raúl Zurita (1950).
Para fortuna de nuestros lectores, llega ahora precisamente desde España y gracias a una joven y dinámica editorial salmantina, Ediciones Delirio, un libro de Zurita con afán de totalidad, que -al fundirse en él autor y título - nos remite en primerísimo lugar a algo que es esencial en este autor: la fusión entre vida y obra, entre lo que ha vivido y lo que escribe; actitud creadora y consciencia de ser en profundidad alejadas de cualquier intelectualismo, teoría, engaño o influencia al uso. (Aquí la huella evidente de poetas como Tralk o Celan en algunos de sus coetáneos.) Ante una obra así, pensamos que el alma del poeta, como decía Machado, no sólo se “orienta hacia el misterio” (en este caso, hacia la palabra libre por sus hallazgos), sino que dice lo que quiere y tiene que decir. Para que la valoremos así, la poesía debe ser considerada como un don que Zurita posee de manera muy intensa.
“La poesía de Zurita no se puede explicar”, ha escrito José Carlos Rovira. Sin embargo, sí deseamos reflejar esas líneas generales de su obra que venimos subrayando, cuyo conocimiento ha ido adquiriendo el lector español, no sólo a través de libros autónomos -como los adelantados por Visor-, sino de Encuentros en estos últimos años, como el celebrado con ocasión de la Cumbre (política y poética) Iberoamericana de Salamanca, o el de Ibiza. Trascender la realidad gracias al don de la poesía, pero a la vez fijarla de una manera extremadamente viva, realista, es otra de las constantes de este poeta en el que mensaje y expresividad, Historia sin hipocresía y estilo desde las raíces en carne viva del ser, van fluyendo como sus versos: melódicos, a pesar del riesgo que supone cortar la frase, manteniéndose en esos difíciles límites entre el verso y la prosa poemática.
Y es que la clave de este acierto se halla en la música del texto, en ese orfismo arrebatado que arrastra al que escribe y al que lee. No hay que olvidar tampoco el sincero humanismo que late en su proceso creativo, que la realidad más dura pudiera haber descoyuntado o abocado al “testimonio” o al “malditismo” de artificio. Es la ternura de su palabra inspirada, humanísima, la que neutraliza cualquier “máscara”, hasta alcanzar lo que llanamente es poesía. Y sucede así ya desde esos “padres” que brotan en el pórtico del libro con, al fondo, el “desierto” como “una inmensa poza azul y fría”.
La llegada de Zurita a Italia, un libro suyo como La Vida Nueva (1992), la intensa lectura de la Comedia dantesca, libros posteriores como Purgatorio (2010), las tres partes en que está dividido este volumen, ZURITA, el atardecer, anochecer y amanecer del 10 al 11 de septiembre de 1973 -marcado por la violenta dictadura militar-, son claves para la continua metamorfosis del libro. Por ello, en esta historia de historias, o vida de vidas -que no son otras que las del propio creador- “no se ve el Paraíso”, sino un tensarse de las palabras entre “el cubo de hielo de la noche” y un tiempo de “banderas muertas”. El libro se torna en fragmentos y series de libros, poesía visual y fotografías, palabras como imágenes e imágenes restallando en palabras siempre como músicas heridas, desgarros, quiebras, roturas, trazos y “trozos”...
El libro se fragmenta para recomponerse en una totalidad partiendo de ese microcosmo revisado que es cada verso. “Plena metamorfosis” ha dicho Zurita para explicarnos en dos palabras su afán de totalidad. Y reafirma el poeta la autenticidad germinal de su Poética con una pregunta que él mismo responde: “¿Para qué sirve la poesía? [...] Para que la humanidad no perezca en los últimos cinco minutos.” Libro, pues, abarcador, imprescindible y orientador para el que desee encontrarse con los riesgos que supone vivir frente a abismos y escribir: con la poesía-poesía.
Y el cielo nos dirá mira
Están las flores vivas de la luz y del Pacífico. Están
las flores y las flores rotas de un sueño. Están
los nombres de nuestros nombres muertos y las
flores adhiriéndose igual que otro océano al
cielo vivo. Igual que otra nieve viva a las nieves
muertas cuando para siempre las cordilleras
muertas y vivas repitieron nuestros nombres
llamándonos porque todo el cielo canta sobre la
tierra viva en que nos mataron. Nosotros muertos
y vivos. Nosotros muertos y vivos ascendiendo
como pedazos de nieves para siempre y el cielo.
Están las flores, está el Pacífico para siempre y
arriba los párpados del cielo.
Cuando los párpados del cielo abriéndose nos
mostraron nuestros ojos blancos y como en un
sueño donde nadie muere escuchamos el canto
de los muertos que seguían llamándonos por
nuestros nombres vivos. Por el amor vivo que
nos grita “mira”. Y está el cielo vivo mirándonos.