Autorretrato de Miguel Ángel de 1535

Edición de Manuel J. Santayana. Pre-Textos. Valencia, 2012. 193 páginas, 20 euros

Las Rimas, de Miguel Ángek han perdurado hasta nuestros días, manteniendo su frescura y originalidad, siendo expresión -otro valor más- de una distinguida personalidad literaria que atrajo a Wordsworth y Rilke.

"Mis muchos pensamientos de error llenos/ en el ocaso de la vida mía […] Mas, ¿qué haré, Señor, si a mí no vienes/ con tu usada, inefable cortesía?" Es inconfundible el tono de desgarro de los últimos versos de Michelangelo Buonarroti (Caprese, 1475-Roma, 1564). Necesidad de expresarse extremadamente y de salida final para una vida intensísima; momentos en los que le era necesario "encontrar doble ayuda a dobles daños". ¿Sólo dobles daños, dobles dudas, al final de esa vida intensa? Siempre nos pareció ciclópea su obra como escultor, pintor y dibujante. También por ello adquieren una sugestiva dimensión especial sus poemas, sus Rime. Y por supuesto por razones estrictamente literarias, pues en el cinquecento que brilla en los poemas de Michelangelo -proviniendo sobre todo de la vigorosa "fuente" de Dante Alighieri- no sólo encontramos el petrarquismo al uso, ni otras tendencias de sus coetáneos. Y es que hay en su poesía -¿o es en su vida?- un afán o impulso que clama, que a veces nos recuerda al de nuestro Miguel de Unamuno. Así, en el caso del italiano: "¿Cómo puede ser que yo ya no sea mío?/ Oh Dios, oh Dios, oh Dios?"



Sorprende este desgarro agónico, final, en el que el clamor religioso aparece como única salida, y que no es ajeno a ese vacío que también le causa la desaparición de los seres queridos, como la de la poeta Vittoria Colonna, muestra también ella de ese humanismo renacentista que acabó en religiosidad. Entre la obra del genial artista plástico y estos desgarros finales, brilla preferentemente en su poesía la pasión amorosa; ora también como desesperanza, ora cercana a ese platonismo amoroso que se inclina del lado de la belleza ideal.



Frente a las dudas y el vacío finales, la creación literaria y la pasión amorosa, él siempre recordará la imperecedera presencia de la piedra (el marmo); símbolo ya informe, que conduce a ese doble vacío (o "daños"): "No tiene el mejor artista ningún concepto/que un mármol solo en sí no circunscriba."



Sin embargo -hasta el momento presente, tanto como sus mármoles, y, sobre todo, después de la edición de 1863 de Giusti- las Rime de Miguel Ángel han perdurado hasta nuestros días, manteniendo su frescura y originalidad, siendo expresión -otro valor más- de una distinguida personalidad literaria. El que sensibilidades como las de Wordsworth o Rilke se preocuparan por traducirlo, muestran esa atención tardía, pero significativa hacia su obra. Ahora, esta cuidada versión de Manuel J. Santayana, ofrece la novedad de que no se sustenta exclusivamente en los sonetos del autor sino también en otras formas poéticas que, por cierto, son las que nos ofrecen esa mayor fluidez y claridad expresivas que lo distinguen. Queda clara, pues, lo que el mismo Santayana reconoce en su edición como "agónica lucha por la perfección" de este artista total.



Leía estas versiones y, a cada momento, venía a mi mente una de sus obras inacabadas más misteriosas: la Pietá Rondanini, que se encuentra en el Castello Sforzesco de Milán. El mármol es, como él nos recordó, perenne, pero la forma debía ser para el artista, en la plenitud torturada de sus últimos años, algo insuficiente. De ahí es la naturalidad con la que nace en él la poesía: la palabra como último recurso para expresar lo más entrañable, una interioridad absoluta.



Poesía, pues, en y tras la última plenitud amorosa, pero fruto ya, como también nos recuerda el autor de la edición, de "un absoluto desencanto ante el mundo y ante todo lo que en él pudo apartar al poeta de la contemplación de Dios". De aquí la sugerente afirmación de Mario Praz de que la poesía de Buonarroti anuncia la de John Donne.



Luego, las ricas referencias renacentistas de vida y obra enriquecen esta poesía y nos la siguen manteniendo como muy especial dentro de la eclosión que supuso su tiempo en campos como los de las artes, la literatura y la filosofía. El "infinito" afecto hacia el caballero romano Tommaso di Cavalieri, sus lecturas de Platón o de Ficino, la proximidad al jardín y al cenáculo de los Médici, la sintonía con la poética de otro poeta cercano y personal como fue Poliziano, el autor de las Stanze, la Florencia de aquellos días, los perennes ideales de Verdad y Belleza, son también factores que explican el ineludible testimonio del Michelangelo poeta.