Almudena Guzmán. Foto: Jesús Domínguez

Visor. Madrid, 2012. 439 páginas. 10 euros

La reacción a la poesía es tremenda. Realmente puede cambiar una vida. Seguimos siendo igual de pobres y estando igual de solos, pero no somos los mismos. Comprendemos mejor la pobreza y la soledad. Básicamente, la poesía es luz. Enseña a usar los ojos.



Almudena Guzmán (Madrid, 1964) es una mujer maravillosa. No la conozco personalmente, pero su maravilla no la toca nadie. (Todos mis paréntesis le pertenecen a ella.) En cierto modo, Poesía reunida son 30 años de paréntesis en la poesía española: entre Poemas de Lida Sal (1981) y Zonas comunes (2011) han pasado cuatro acontecimientos (La playa del olvido, El libro de Tamar, Calendario y El príncipe rojo) y un hito: Usted. Nada de esto ha ocurrido en contexto: Guzmán es una anomalía en la rutina, una ruptura en la continuidad. En 1986, Usted hizo descarrilar los usos amorosos en poesía, contando la historia completa del corazón en escenas que son sensaciones, pulsaciones de erotismo vivo: "Soy un racimo de uvas/ y aguanto como puedo/ este oleaje creciente de su boca/ aguijoneándome al sol./ Hasta que estallo". La pelea de Guzmán con las palabras es terrible. Ves la sangre de las metáforas derrotadas, renovadas: "Su recuerdo es como la fe de aquella infancia,/ rota al mismo tiempo que mis braguitas/ en el último tobogán". De esta violencia viene esta pureza. ¿Por qué ser equilibrada, cuando puedes ser grande? ¿Por qué servir al lenguaje, si el lenguaje es inútil?



La mayoría de lo que las mujeres leemos está escrito por hombres o por mujeres que escriben como hombres. (Un desperdicio.) Hay que ser fuerte para reivindicar la écriture féminine de Cixous o Showalter. Lo que se escribe no es un texto, sino el propio cuerpo, lo que nos aparta de Ellos: "Hay hombres tan bellos,/ tan utópicos,/ que parecen estar hechos de pan y rosas". A Guzmán no le asusta ni el jazmín ni la noche, ni el inmenso insulto que la literatura suele suponer para nosotras. No imita modelos, o lo hace a la manera del Menard de Borges, como en sus "Canciones de amigo". Escribe como una niña: desobedeciendo a la autoridad para poder aprender algo. Su interpretación de George Sand, Jane Eyre ("Siento en mi cuerpo/ todo el frío de las catedrales") o de Cleopatra probándose bañadores en El Corte Inglés revela verdades sobre la poeta, pero también sobre los seres humanos reales o ficticios que encarnan el poema, así como acerca de la experiencia universal de la mujer como constructo social: "Quizá me habría gustado ser madre,/ tampoco estoy tan segura,/ pero siento una cierta nostalgia/ por lo que sólo pueden decir/ las madres./ Andreíta, cómete el pollo", dice la vestal. Muchos poemas de Guzmán son notas en un post-it que valen más que algunas inscripciones en frontispicios. Es una de las virtudes de la inteligencia: lo bendice todo.



Restructuradora de una tradición que nadie tiene que matar porque morirá mañana, Almudena Guzmán es lo bastante poderosa para salvar voces nunca oídas, inventar otras ayer malinterpretadas y remover los fantasmas de la distópica confesionalidad poética. Yo soy de esta escuela. Usted lo hizo posible. A callar todos los príncipes: la reina tiene la palabra.



De un tiempo

a esta parte

estoy prisionera

en un coche

de gritos y hielo

que circula

por carreteras oscuras

y en vertical

como catedrales

deslumbrada

por las luces largas

de los que vienen

en sentido contrario

que sois todos.