Angelus Silesius

Edición de Ángel Darío Carrero. Trotta. Madrid, 2012. 349 páginas



Resulta curiosa y significativa la aparición entre nosotros, al mismo tiempo, de Aurora, la gran obra del místico y visionario Jacob Böhme (Siruela, Árbol del Paraíso, 2012), que merece comentario aparte, y esta edición del que fuera uno de sus más fervorosos seguidores: los epigramas de Johann Scheffler (Breslau, 1624-1677), más conocido, después de su conversión al catolicismo, como Angelus Silesius; autor original y heterodoxo de varias obras, pero sobre todo apreciado por los poemas de El peregrino querubínico (1657 y 1675). Silesius fue después de Böhme -que sorprendentemente muere el mismo año en que nace Silesius-, el Maestro Eckhart, Tauler y Matilde de Magdeburg, el centro de la "escuela mística silesiana", el creador de una obra extremadamente arriesgada y sabia, especialmente en estos poemas breves, de una intensidad extraordinaria, brotados de momentos creativos muy inspirados (en tan solo cuatro días compuso los tres centenares de poemas de su primer libro).



La metamorfosis de la obra de Silesius -ya desde su cambio de nombre- es la de su vida. Formado en Medicina y en Filosofía en varias universidades (Estrasburgo, Leyden, Padua), protestante y amigo de pensadores protestantes, su vida se transforma en 1653 con su bautismo, ingreso en el catolicismo y ahondamiento en los estudios sagrados. Su vida se centra entonces en su retiro en el monasterio de Santa María de Breslau. De la composición de tratados doctrinales y polémicos pasa a un tipo de creación esencial que sólo su poesía (radical en la expresión y mensaje) podía satisfacer su afán de ir más allá con el sentir y el pensar; textos que tampoco dejarían de ser polémicos, porque su marcha hacia el conocimiento espiritual supuso una marcha hacia el más acá, buscándolo en sí mismo, en su interior. Por eso, estos poemas de Silesius son una excelente muestra de lo que hemos dado en llamar el viaje interior, consustancial a cualquier místico valioso, pero que en el de Breslau se nos ofrece con lucidez y transparencia cristalinas.



Ángel Darío Carrero -en la edición de los 302 poemas que comentamos- ha querido ir, como el místico, más allá. Con gran acierto, ha prescindido de la rigidez de los dísticos alejandrinos del original para dar a los textos una forma más sutil. De tal manera que el mensaje sublime del autor se identifica con esa búsqueda, por parte del traductor, de los espacios en blanco, del silencio, que persigue la nueva configuración poemática. La prueba era delicada, pero ha sido muy bien resuelta. (Aquí recordamos ese grado de libertad al que debe acceder el traductor de poesía, esa osadía que, cuando como aquí está bien resulta). El traductor altera la forma, preserva la musicalidad, interpreta delicadamente los contenidos, llegando a un resultado que salva lo que reconocemos como el espíritu del texto poético.



Mucho escribiríamos de esta obra tan emblemática de la poesía mística universal. Con conocimiento y poder de síntesis la valora el prólogo de Martín Velasco (el autor de El fenómeno místico, Trotta, 1999) sino también con esos testimonios de pensadores, recogidos al final del libro, que demuestran la profundísima influencia del místico sobre quienes le siguieron. Recojo aquí algunas de tales expresiones sobre Silesius: "Descripción sustancial de Dios" (Hegel), "admirable místico profundo" (Schopenhauer), "expresión de la respiración de otro mundo" (Steiner), "carácter de realidad de lo Absoluto" (Buber), "descubridor de la unidad" (Cioran), "infinita relevancia de lo intramundano" (Adorno), "interioridad absoluta" (Schimmel), "identidad con la deidad" (Jung), "sonido transparente cristalino" (Lacan) o "esencialidad de la Palabra" (Certau). Como vemos, desde muy distintas creencias y pensares, no se comprende el conocimiento sin la sabiduría de Silesius. No debemos olvidar algo que a mí me parece primordial: su identificación estrechísima -qué mística esencial no lo ha sido- con la concepción oriental de la realidad (vedanta, taoísmo, zen).



Dejó también una profunda huella en escritores como Borges, que lo recuerda, junto a Virgilio y a Hölderlin, en su poema "Al idioma alemán" y en el prólogo a una selección de sus dísticos: "nadie ha sentido como Angelus Silesius que Dios no puede subsistir sin ninguno de nosotros". El símbolo, la contemplación de la "rosa" por Silesius en un ámbito de silencio, de nada fértil, de absoluto saber, nos conduce a otro poeta que todo lo fió a la pureza y al afán de ir más allá: Rilke.