Hay en Venir de lejos una cierta tonalidad elegíaca, al evocar un pasado lejano, al prever que el recuerdo se desvanecerá o en un presente que guarda rumores de guerra, que se enfrenta a miradas esperanzadas, las palomas volverán, "un ronco clamor contra el caudillo" o el amor que vence las adversidades.
Esa misma agonía regresa cayendo hacia la desolación en Tinieblas exteriores: si la voz afirma que "Amé a los otros" concluye con "Ahora nada tengo", quien "quiso asistir a la aurora del hombre nuevo" termina diciendo que "Ya no espera nada", la mar se adjetiva de "cadavérica" y se borra la luna. Y, en el último de los libros llega a leerse que "vivir no es un regalo". En conjunto, una visión desesperanzada dicha con elegancia de estilo.