Jean Cocteau visto por Modigliani
Cocteau, cuya faceta de poeta (a veces muy notorio) ha quedado frecuentemente opacada contra su voluntad, empieza y termina El cordón umbilical -petición, al parecer, de una amiga- con sendas series de tres sonetos que yo hubiese publicado bilingües, aunque el cuerpo de prosa tampoco lo sea ahora. A pesar de que en el texto autoexplorativo hay algunas menciones españolas (por ejemplo a Unamuno en relación a su lectura de El Quijote), uno percibe -y también en los bellos dibujos que tenían el inconfundible trazo que su autor supo pintar- que si bien fue íntimo amigo de Picasso y en teoría gran admirador de España, sobre todo en esos finales años, que Cocteau profundizó muy poco en la cultura española (distinto en esto a Montherlant) y se contentó con una España "a lo Merimée" pero más puesta al día.
Es pena -creo- que Cocteau se quedara, con buen talante, en las puertas más fáciles y tópicas de lo español (tampoco falta Lorca), pero lo bueno está en las reflexiones casi finales que hace sobre sus libros, sobre su actividad como creador. Quizá se refiriese a él mismo cuando escribe, hablando del papel de la poesía: "Los poetas deben vivir por encima de las posibilidades de su época y la gloria reconocerá a los suyos en el hecho de que agonizan toda su vida e incluso tras su muerte". Autor de una obra muy varia (novela, cine, dibujo) Cocteau anteponía a toda su producción el término "poesía" y hablaba así de "cine-poesía", "relato-poesía" o "dibujo-poesía". Pero pese a ese afán -lo dijimos ya- tal vez se le recuerde más por la variedad misma y los múltiples registros de su prosa, a menudo lírica, como en Les enfants terribles (1929). Hay recuerdos personales sobre Radiguet -para muchos su gran amor perdido- sobre Raymond Roussel, sobre Jean Marais o sobre Chaplin, a quien halla muy cansado una noche en un trasatlántico y al preguntarle Cocteau qué le ocurre, Charlot contesta: "Piense en el número de salas en las que actúo esta noche". Cocteau recuerda a otros amigos -Chanel, Picasso, Stravinsky- pero es siempre muy lúcido al reflexionar sobre los géneros, el público y sus variaciones y sobre bastantes obras concretas, incluidas las teatrales, otra de las grandes facetas del poeta.
Ya he afirmado que estamos ante un texto bello y lúcido de autoexégesis, que no alcanza las cotas de La dificultad de ser, porque Cocteau era (cuando escribió "El cordón umbilical") un hombre enfermo y cansado, aunque su innata elegancia le sirviera de pantalla. Obra menor y sugestiva -en un muy bello libro-, nos sirve para recordar y volver un rato a aquel gran autor, moderno y clásico, saltarín y dandi, que escribió: "Yo soy un mentiroso que dice siempre la verdad."