Eduardo Moga
Desde su primer libro, Ángel mortal (Ediciones del Serbal, 1994), hasta el presente, Insumisión, Eduardo Moga (Barcelona, 1962) ha mostrado una enorme capacidad para el cambio en su escritura; piénsese, por ejemplo, en la distancia que va de Los haikús del tren (El Gaviero, 2007) a Seis sextinas soeces (El Gato Gris, 2008), lo que habla de un poeta que no se complace en lo hecho, en repetir unas formas, un estilo, sino que a cada libro se replantea su quehacer y la nueva página es, viene a ser, un inicio absoluto.¿Qué trae Insumisión? Un discurso que se desdobla en dos series. Poemas en verso y en prosa se alternan y, desde luego, tanto en los unos como en los otros queda inscrita la pasión desbordada que ha caracterizado la escritura de Eduardo Moga. La serie en prosa reúne textos de lo más diversos: una carta de Ambrose Bierce a su sobrina Lora, la extensa secuencia de nombres de animales, plantas, etc., tomados del informe de la expedición de Malaspina, una especie de aurea dicta con fragmentos de escritores, casi todos poetas, una reflexión sobre la reseña que el propio Moga escribió de Rapsodia de Pere Gimferrer, un informe médico realmente sui generis, una larga sarta de insultos contra diferentes grupos como los incapaces de silencio o los que se alargan el pene, etc.
Los poemas en verso, por su parte, son, con respecto a las prosas, el ámbito del yo. Aunque se nombra "la lengua cercenada", están insuflados por el principio de libertad frente a toda norma, contra los dogmatismos, que es marca de Insumisión. Reflexiones sobre el silencio, la palabra, el cuerpo, el vacío, la nada, el impulso de ser, la búsqueda de la compresión de lo que la lengua y el yo dicen -"Subvertir es también entender"-; todo en este libro es una aventura que sacude las convenciones tras una palabra poética que crea su propias normas.