Retrato anónimo de Matsúo Baso

Prólogo de Octavio Paz. Traducción de O. Paz y E. Hayashiya. Atalanta. Gerona, 2014. 195 páginas, 18 euros

La tradición del haikú y su práctica siempre retornan. Unas veces, de manera fundamentada; otras, de manera poco ortodoxa, en la medida en que se contempla esta forma de la tradición poética japonesa como engañosamente breve y cómoda. Ha habido también momentos en que esta forma poética se ha visto complementada con estudios críticos o, como en el caso que nos ocupa, por la atenta mirada de un escritor de excepción como Octavio Paz. Su aproximación a algunos aspectos de la cultura de Oriente viene estimulada por su estancia como embajador en la India, pero también por ese universalismo fértil que atraviesa su obra en general, por su diálogo con otras culturas, tanto primitivas como modernas o contemporáneas.



Dentro de este interés concreto recuerdo su Chuang-Tzu (Siruela, 1997), pero también esta edición de Sendas de Oku, una obra clásica japonesa de Matsúo Basho (1644-1694). Hubo ediciones anteriores (1970 y 1981), pero ésta se nos ofrece ahora no sólo con la pulcritud que las ediciones de Atalanta poseen sino que va acompañada del texto japonés caligrafiado e ilustrado por Yosa Buson, un pintor, pero también poeta, del siglo XVIII. La presentación unitaria del texto, las notas al mismo, los índices geográficos y de personas o un plano de la ruta seguida por Basho en su viaje, son aportaciones que enriquecen esta edición que, por encima de sus características editoriales, nos reconcilia con el placer de leer. Estamos ante un texto sencillo, sin artificio, pero lleno de contenido. Como la mayoría de las obras brotadas de Extremo Oriente, siempre hay en ellas un rico pensar por debajo de un sensible y delicado sentir.



Ese viaje del peregrino resulta ser siempre doble: el físico -el del recorrido costero por la isla, que desea ser un círculo que no se llega a cerrar- y el viaje interior, que es el que verdaderamente cuenta, pues para autor y lector suponen una comunicación de enseñanzas esenciales, de sabiduría plena. Es obvio que, bajo esta óptica, no sólo importa la alternancia de los haikús, sino el apacible relato en prosa, ese ahondar en el sentido del viaje.



Describe, pues, el autor-peregrino los distintos elementos simbólicos de la naturaleza y los encuentros cordiales con las personas, pero llega un momento en que debe darle a ese ahondar un sentido radical, último. Es entonces cuando el poeta acude al recurso de sus versos extremadamente sintéticos. Si el resto de los géneros literarios no basta para darle alcance a lo absoluto, llega el mensaje de la poesía: "A caballo en el campo,/y de pronto, detente:/¡el ruiseñor!". Es el momento de la contemplación de cuanto rodea al viajero. Lugares, topónimos, conducen igualmente al caminante a la poesía. Así, cuando se encuentra ante "el monte donde florece el oro", "la piedra que mata" o "el son de la cigarra que taladra rocas".



Este es el sentido primordial que posee esta deliciosa obra que parte de esa inicial necesidad de vagabundeo que siente el poeta en su choza, a orillas del río. Comprende que ya no puede "ocuparse de nada" y, como Ismael ante la tienda de ataúdes en Moby Dick, siente la radical necesidad de salir de sí mismo y de su lugar. En el caso de Basho, esta llamada se la despierta una lejanía mucho más bella y especial: el monte Fuji y los cerezos en flor de Ueno. Santuarios, monasterios, montañas sagradas, lápidas grabadas, acompañan ese viaje iniciático en el que no debe haber facilidades o "dádivas".



Con la sutileza que le caracteriza, Octavio Paz encuadra este mensaje en su prólogo, en el análisis de la tradición del haikú y en la mítica vida de Basho, para destacar que para el monje viajero -por encima de la literatura- está la "experiencia interior". Basho fue un gran maestro de la forma y tuvo numerosos discípulos, comenzando por los llamados "diez filósofos"; fijó en sus breves poemas lo más real, pero traspasándolo de sentido de infinitud, gracias a ese don que sólo la mirada del poeta recibe.



En definitiva, poesía y vida se funden en este libro, una especie de Diario de un peregrino que, huyendo de la falsa realidad, se encuentra al final de su camino con un puñado de verdades eternas. Acaso la de su propia y dulce muerte, acaecida en la casa de una florista, poco después de haber depositado, a modo de ofrenda, el texto de su viaje en un templo, de escribir el último de sus haikús y de ser enterrado a la orilla del lago Biwa.

Todavía erguidos,

aunque de juncos

sólo guarden el nombre,

guardan el suyo:

juncos del recuerdo

Hoy el rocío

borrará lo escrito

en mi sombrero.

De los cerezos en flor

al pino de dos troncos:

tres meses ya

Insomnio:

en su pizarra negra

suma cifras de fósforo

Caído en el viaje:

Mis sueños en el llano

dan vueltas y vueltas.

Haikús extraídos de Matsúo Baso extraídos del libro Sendas de Oku