Jules Supervielle

Traducción de José Ramo. Pre-Textos. Valencia, 2014. 296 páginas, 22E

Como Lautréamont, Jules Supervielle (1884-1960) nace en Montevideo, pero su poesía está escrita en francés. Víctimas del cólera o quizá envenenados por el agua de un grifo con cardenillo, sus padres mueren cuando el futuro poeta tiene sólo nueve años. De manera explícita o alusiva, la orfandad figura en las páginas del escritor. Durante su infancia y adolescencia, Supervielle viaja por Hispanoamérica y Francia. Se instala definitivamente en París. Aunque está al corriente de los experimentos artísticos de su época, prefiere mantenerse alejado de las modas. Disconforme con los surrealistas, intenta aunar el sueño y la precisión expresiva. Define con dos palabras su objetivo literario: "exactitud alucinada".



El forzado inocente, cuya edición original data de 1930, es un libro extenso. Contiene diez secciones y todas ellas ratifican las tesis poéticas del autor. Supervielle se opone a las teorías de André Breton. Si los frutos del surrealismo se le antojan el resultado de una tiranía del subconsciente, él utiliza las situaciones cotidianas. Sin renunciar al camino abierto por Rimbaud o Apollinaire, es el poeta de los espejos y preguntas. La palabra "rostro" menudea en sus versos. Ninguna afirmación aparece libre de dudas. Usa el oxímoron e imágenes de un paisaje de montañas, glaciares, bosques, rocas, taludes, torrentes. En no pocas composiciones se percibe una actitud estoica: "No te muevas y espera a que tu corazón / se despegue de ti como pesada piedra".



Asimismo el lector encuentra huellas de los diálogos que Supervielle ha sostenido con Michaux y Rilke. Especialmente en el apartado "Rupturas", donde se interroga sobre los diferentes habitantes de su yo. En la sección "Miedos", hay una defensa orgullosa de los seres solitarios: "Dejad el cuerpo de este hombre en paz / Jamás vosotros encontraréis / las lejanías que están en él".



Editado en versión bilingüe, El forzado inocente nos ayuda a entender por qué los textos de Supervielle cautivaron a los poetas de la Generación del 27. Sobre todo a Alberti, que le traduce el libro El bosque de las horas en los años treinta. También a Salinas, Altolaguirre y Guillén, que recrean sus versos. Más tarde, a Paz. O a Valente, que se confiesa atraído por una poesía "sugestiva a pesar de su íntima diafanidad". Algunas inexactitudes de la traducción no deslucen gravemente el trabajo serio de José Ramo, quien añade oportunas explicaciones en varias notas. Sus comentarios facilitan la lectura de una obra interesante.