Enrique Lihn

Visor. Madrid, 2015. 240 páginas, 12€

"No he conocido a nadie cuya vocación creadora fuera más poderosa ni más variada que la de Enrique Lihn". Es la primera frase de Óscar Hahn en el prólogo de esta antología. Las múltiples facetas artísticas de Lihn (Santiago de Chile, 1929-1988) confirman las palabras de su antólogo. Fue poeta, actor, novelista, dibujante, pintor, dramaturgo, ensayista, cineasta. Roberto Bolaño lo consideró uno de los mayores poetas del siglo XX en lengua española. Destacaba de él su permanente búsqueda, su necesidad de cuestionarlo todo. Poesía, situación irregular contiene muestras de catorce obras publicadas entre los años 1955 y 1989. En el primer texto elegido ya hallamos un deseo drástico: "soplar en mi conciencia hasta apagar mi imagen".



Enrique Lihn nos dice que la poesía surge en el destierro. Ante ella el autor se ve con la forma de una serpiente encerrada en una celda de vidrio. El desasosiego lo impulsa a expresarse como si su tiempo estuviera a punto de terminar. Se percibe el alivio leve producido por la literatura. Y pronto, con el libro La pieza oscura, editado en 1963, consigue una manera personal de transmitir su mundo. Con frecuencia usa el versículo. La herrumbre, el pergamino, la picadura, el invernadero, los nudos, las brasas, una esfera partida en dos mitades o un insecto benigno ocupan sus versos. La presencia humana la representan los tejedores, los vigías, unas personas descalzas en paisajes nevados, el extranjero. El poeta es el portavoz y anuncia un objetivo: "buscamos una calle en el desierto, la calle de la infancia, / el buen camino entre el polvo y nosotros".



Años después, recuerda con una elegía impresionante al poeta Carlos de Rokha, muerto de sobredosis de fármacos. El autor no necesita ingredientes lujosos: "Cierto, tan sólo un poco / del vergonzante barro original, la angustia / y el placer en un grito de impotencia". Además, Lihn asume el compromiso cívico, y una parte de su obra se opone a la dictadura de Augusto Pinochet. El protagonista de su poemario El paseo Ahumada se llama El Pingüino, deficiente mental y epiléptico que golpea un tambor y recibe las monedas de los viandantes. Lo acompañan un flautista ciego y un acordeonista sordo. Ellos son los encargados de dar la réplica al tirano en las composiciones "Su limosna es mi sueldo. Dios se lo pague", "Tocan el tambor a cuatro manos" y "Muérete de gusto en una clínica particular".



Lihn atina en sus apuntes urbanos. Describe un París de adioses, intelectuales sintéticos y calles que giran sobre sí mismas. A mi juicio, la calidad literaria decae en los seis sonetos. Y recobra su fuerza en los poemas dedicados a Manhattan, en especial cuando retrata a los viajeros del metro. Se sirve de los pintores Bacon y Hopper para comunicarnos un Babel de violencia, carne desmigajada, maniquíes, aire de cárcel. Su visión crítica de la literatura queda plasmada en "La musiquilla de las pobres esferas", "Mester de Juglaría", "Rimbaud" y "Porque escribí". Sobresale el "Monólogo del poeta con su muerte", donde circula el dolor, los miedos se juntan como en un gueto de Varsovia y los médicos imitan a las aves. La parte final reúne elementos sombríos. Cinco vocablos la aclaran: náufrago, laberinto, hueso, céfiro, humo. Una bella guitarrista suelta su voz desabrida. "Estas líneas fueron escritas / con el canto de la goma de borrar", confiesa el poeta.



¿Roberto Bolaño exageraba en su fervor por los versos de Enrique Lihn? Poco importa. Poesía, situación irregular encierra una autenticidad evidente. A Óscar Hahn le han bastado cinco páginas para definir las búsquedas literarias del poeta. Sus explicaciones diáfanas ayudan a entender el valor de una obra bien resumida en la antología. Son ciento cuatro poemas para recuperar a quien dijo "soy mi propia ausencia frente a un espejo roto".

Gallo

Este gallo que viene de tan lejos en su canto,

iluminado por el primero de los rayos del sol;

este rey que se plasma en mi ventana

con su corona viva, odiosamente,

no pregunta ni responde, grita en la Sala del Banquete

como si no existieran sus invitados, las gárgolas

y estuviera más solo que su grito.



Grita de piedra, de antigüedad, de nada,

lucha contra mi sueño pero ignora que lucha;

sus esposas no cuentan para él ni el maíz que en la tarde

lo hará besar el polvo.

Se limita a aullar como un hereje en la hoguera

de sus plumas.

Y es el cuerno gigante

que sopla la negrura al caer al infierno.