Antoni Marí. Foto: Juli Espluga

Renacimiento. Sevilla, 2016. 76 páginas, 15€

La obra poética de Antoni Marí (Ibiza, 1944), que además es narrador, ensayista, editor, traductor y catedrático, coetáneo de los poetas Novísimos y, entre los catalanes, de Parcerisas, Comadira o Gimferrer, es tan exigente como breve. Ha publicado El preludi, Un viatge d'hivern y El desert. Los tres libros fueron reunidos en Tríptic des Jondal. En 2010, vio la luz Han vingut uns amics (Tusquets), ahora en castellano con el título Han venido unos amigos.



Aunque tenemos noticia de una edición mexicana, en ésta no figura el traductor ni es bilingüe, lo que nos da a entender su voluntad de confiar al lector un libro distinto y no una mera recreación del original catalán.



A lo expresado y lo inexpresable se refiere la cita que abre el volumen que, como otros suyos, se compone de quince extensos cantos que no son sino fragmentos de un sólido, único poema donde el protagonista evoca su solitaria y austera convalecencia en una casa familiar perdida en medio de la naturaleza; lugar retirado y "desierto" que ubicamos en la isla natal del poeta.



El tono de esta suerte de diario es conversacional y meditativo. Dialoga con sus visitantes y, sobre todo, consigo mismo ("tan ocupado estoy de mi persona"). Logra así que fluya la mezcla entre la descripción de las sencillas situaciones domésticas y cotidianas, de carácter contemplativo, con las hondas reflexiones sobre la vida en esa encrucijada que la compleja intervención quirúrgica de la que se recupera ha propiciado. Estamos ante un "experimento del pensar". "Pero sé quién soy", dice, y más adelante: "Sé quién soy y, sin embargo, me desconozco". La identidad es el asunto. Y todo, insisto en un tono sereno que recuerda al Eliot de los Cuartetos, a los románticos alemanes y a Leopardi.



La memoria le traslada a su infancia (sus padres, el abuelo, su primo muerto) o a la juventud y al amor (en Provenza). Pero es a la poesía, ese "consuelo" que "rompe el hábito de la vida", "la única forma posible / de comprender y expresar lo que une / a todos los seres y cosas del mundo" a la que dedica los versos acaso más intensos de este emocionante poema. La usa para "nombrar de nuevo las cosas". Para recomponer lo astillado. Y todo con un "lenguaje propio", porque "cada mundo tiene su lenguaje". El final es perfecto.