Luis Antonio de Villena. Foto: Loewe
Páginas de melancolía son las de este Imágenes en fuga de esplendor y tristeza y quizá eso mismo se debe afirmar de toda la poesía de Luis Antonio de Villena (Madrid, 1951) y aun del resto de su obra narrativa y ensayística. Ya su primer libro, Sublime solarium (1971), donde se evocaban personajes y mundos brillantes y desaparecidos en clave de nostalgia y, aunque no es la única tonalidad de la escritura de Villena -el vitalismo dicta no pocas de sus páginas-, si se ha de caracterizar en su conjunto, toda ella está marcada por el signo elegíaco, como él mismo señala en una nota final, que se diría es toda una reseña precisa del libro.Componen este libro nada menos que ciento dieciocho poemas, ninguno de ellos precisamente breve, cada uno de los cuales viene a ser el retrato, la imagen, de personas que se han cruzado en la vida del poeta; una serie la forman las figuras familiares, entre otros, la madre -el poema final impregnado del amor del hijo-, el padre, también la gata Esmeráldica, etc., amantes poco o mucho continuados, la mendiga, amistades diversas; una segunda es la de los personajes históricos, poetas bastantes de ellos, perdedores algunos, todos dignos. En cierto modo, una autobiografía fragmentaria en poemas.
Dejando atrás el su estilo asiático de sus inicios, Luis Antonio de Villena utiliza aquí un lenguaje próximo al conversacional, con ocasionales cultismos y que se ofrece en unos versos largos, de ruptura radical con las formas tradicionales, si bien el lector atento percibirá segmentos endecasilábicos y de otras medidas, versos que en sus finales rompen con frecuencia las unidades sintácticas. E importa señalar que a muchos de los poemas los ilustra una foto de la persona de la que se habla -así, otra significación para "imágenes"-, que da al libro un aire de álbum. Y es de notar que se cede en ocasiones la voz al personaje, lo que da en un discurso coral, murmullo del mundo.
Canto a la belleza, la de los cuerpos -algunos vistos en páginas de sexo en internet-, la de la juventud perdida, canto al goce, a tiempos de delicadeza y cultura añorados, que es ocasión para dejar constancia del horror del presente, "reino de la basura", de las heridas biográficas causadas por la España del franquismo y su moral pacata; canto también a la libertad. Y sin transición la tristeza, la melancolía por lo ido para siempre. Y en todo, una palabra emocionada, una palabra emocionante.