Arriba: Elena Medel y Raquel Lanseros. Abajo: Miriam Reyes y Ana Vidal Egea

Vaso Roto. Madrid, 2017. 328 páginas, 16 €

En 1985 Ramón Buenaventura publicó Las Diosas Blancas (Hiperión), con lo que inauguraba, dentro de una serie mayor (la de las antologías de poesía española contemporánea), otra nueva, la de las antologías de poesía escrita por mujeres, una serie que ha ido creciendo hasta casi una veintena, dejando aparte algunas más de ámbito local.



Da idea de la importancia de Las Diosas Blancas el que en 1979 otra antología, Joven poesía española -y se podrían citar otras anteriores- reunía a 17 poetas y entre ellos ni una sola mujer. Este contraste es un claro síntoma que habla de la escasa atención que las poetas han merecido históricamente; también de cómo en las últimas décadas ese prejuicio ha entrado en crisis. Y refleja además la numerosa producción poética de las mujeres y lo que ello ha supuesto: una mirada diferente al mundo y voces diversas que hablan de otra manera o, mejor, de otras maneras, puesto que la condición de mujer no implica uniformidad, como esta antología demuestra.



Este Sombras di-versas llega de la mano de Amalia Iglesias (1962), reconocida poeta que cuenta con una larga dedicación a la crítica, lo que la acredita como voz autorizada para el trabajo de selección que aquí presenta y que es de todo interés.



Como el título indica, las poetas representadas nacieron entre 1970 y 1991 y, si bien es cierto que todo límite temporal tiene un tanto de arbitrario, no lo es menos que ese período en las fechas de nacimiento de las autoras responde al hecho de que estas poetas se han educado en la España democrática, en un tiempo de conquistas sociales y políticas, entre otros el del lugar de la mujer en la sociedad, por mucho que esa lucha aún no pueda darse por concluida. Y esa normalización no ha dejado de manifestarse en la literatura, ya que, como se recuerda en la presentación, la irrupción de autoras en el campo poético es uno de los fenómenos característicos del nuevo tiempo, el nuestro.



Una de las claves de Sombras di-versas es que la selección no responde a que se sigan unos principios poéticos determinados, sino que, como escribe Iglesias, "quiere ser también una defensa de la diversidad poética", como así resulta ser. Y es que uno de los efectos que ha tenido la toma de la palabra por un buen número de mujeres, es que las polémicas sobre criterios estéticos de las décadas precedentes no han interesado a las voces femeninas que se iban incorporando. Otra característica poco común es que la antología no atiende solo a la poesía escrita en lengua española, sino que incorpora a Leire Bilbao, cuya lengua es el euskera. No faltará quien eche en falta representación de poetas en otras lenguas del Estado, que las hay y significativas, pero esto del echar en falta es una maldición que persigue a toda antología. Pienso en algunas poetas con méritos para haber sido incluidas pero, en cualquier caso, las que están, lo son.



Las sombras que se proyectan en esta publicación son Esther Ramón, Julia Piera, Julieta Valero, Marta Agudo, Pilar Adón, Yaiza Martínez, Raquel Lanseros, Miriam Reyes, Sofía Rhei, Leire Bilbao, Ana Gorría, Ana Vidal Egea, Elena Medel, Berta García Faet, Luna Miguel, Emily Roberts y Leticia Bergé. Diversas todas ellas, unas con obra consolidada y extensa, otras con menos publicaciones, todas coinciden en apostar inspiración, complicidad, talento, feminismo y provocación en un puñado de versos verdaderos.



Iglesias, como ella misma apunta, ha pretendido mostrar la diversidad de las poetas actuales: la mirada de mujer al mundo es otra, es la de quien, como dice un poema de Ana Vidal Egea, a pesar de no tener hijos, ni casa, ni trabajo, "te mira sin prisa,/ y sin ropa,/ no tiene miedo"; la mirada de quien reclama la palabra y la toma: "dadnos hoy/ la boca que sople y apague el volcán", escribe Elena Medel.



Esta voz, coral en su diversidad, es la de quienes están en la busca de la identidad de mujer en un mundo todavía patriarcal, bien lo dice un poema de Lanseros: "Mil veces he deseado averiguar quién soy". Cuando Miriam Reyes escribe "El cuerpo es mi materia, lo que soy" se diría una respuesta, una clave: el cuerpo de la mujer viene ahora en su propia voz y se nombra sin censuras. Palabras nuevas o renovadas, como cuando Leire Bilbao escribe "Sangro", u olvidadas para, como dice Yaiza Martínez invocando a Lilith, "recordar / las primeras palabras a los Hombres", que históricamente no las han escuchado. Sin más, voces que dicen lo antes silenciado.



No cabe sino dar la bienvenida a este acta notarial de lo que hay, a estas Sombras di-versas, que son estallidos de luz y poesía.

Miriam Reyes, Bella durmiente

No soy dueña de nada

mucho menos podría serlo de alguien.

No deberías temer

cuando estrangulo tu sexo,

no pienso darte hijos ni anillos ni promesas.



Toda la tierra que tengo la llevo en los zapatos.

Mi casa es este cuerpo que parece una mujer

no necesito más paredes y adentro tengo

mucho espacio:

ese desierto negro que tanto te asusta.