Irene Sánchez Carrón

Visor. Madrid, 2018. 72 páginas, 12 €

Irene Sánchez Carrón (Navaconcejo, Cáceres, 1967) es autora de los libros de poesía Porque no somos dioses, Escenas principales de un actor secundario (premio Adonais), Atracciones de feria y Ningún mensaje nuevo (premio Antonio Machado). Los dos primeros fueron reeditados bajo el título El escondite por la Editora Regional de Extremadura. Micrografías fue premio Emilio Alarcos el año pasado y, por tanto, viene avalado por jueces de prestigio. Un jurado formado en su mayor parte por poetas que pertenecieron a la denominada "poesía de la experiencia", como García Montero y Marzal, o que han escrito una poesía "figurativa" (rótulo acuñado por García Martín, miembro asimismo del citado tribunal), como Aurora Luque, o, en fin, de "línea clara", que diría Luis Alberto de Cuenca, a quien se dedica un poema de Micrografías.



Tras una década sin publicar, Sánchez Carrón ha dado a la imprenta un libro importante que la acredita como una poeta sustancial, por más que su nombre no aparezca en las numerosas antologías que dan a conocer el auge de la poesía femenina en España, lo que acaso tenga que ver con su discreto alejamiento periférico, ajeno a grupos y tendencias, pendiente sólo de lo que importa: la creación.



Una cita de Olvido García Valdés abre fuego: "como si no hubiese lugar / donde guarecerse". Antes, ha dedicado el libro a un hermano muerto. El verso de otra mujer, Ingeborg Bachmann ("Oh ¡si no tuviera miedo a la muerte!"), corona el poema inaugural, "Final de la infancia". Allí, un paisaje reconocible para sus lectores: el natal Valle del Jerte. En medio de una naturaleza paradisiaca y de las labores familiares del campo, irrumpe de golpe nuestra única certeza (léase "Diagnóstico"). La memoria, verdadera patria, vuelve desde ese lugar en poemas como "Lo que sé de los árboles", "Mientras cogías moras", "Tormenta" y "Yo fingía leer mientras tú te bañabas".



Lo cotidiano (y sus imprevistos), descrito, digamos, microscópicamente (de ahí el título), fundamenta la inspiración de estos versos que se sustancian con una eficaz sencillez expresiva no desprovista de una cuidadosa y sensible elaboración propia de alguien que se ha formado filológicamente y ha leído mucho. Se aprecia en "La casa de los pájaros", "Azoteas" o "Desde la ventana de un café".



Con todo, si por algo se caracteriza el conjunto es por su sostenido tono amoroso. Algo que añade valor a la apuesta, pues no es nada fácil escribir buenos poemas de amor. A un amor particular, matizamos. El dedicatario de "Tú", paradigma y culmen de este modo de sentir, aunque podemos mencionar otras composiciones admirables; así, "Otra vez", "Final de la jornada" o el iluminador y metapoético "Escribo para ti". Lo narrativo es inseparable de lo lírico en esta poética de la emoción. Basta con leer "Apartamento con una habitación", un relato perfecto. Todo, además, está teñido de misterio, lo que quizá se aprecie mejor en los poemas más certeros y breves como "Desasosiego".



Porque esta es una voz de mujer, Irene Sánchez Carrón se ocupa de desmontar mitos y tópicos: Eva, la Bella Durmiente y Penélope, que, al despedirse de Ítaca, nos ofrece un perfecto final para un libro "que tu presencia aguarda".

Todos quieren caminos que conduzcan a Roma,

pero tú no.

Tú viajas hacia el norte, donde aguardan los bárbaros,

al centro del combate, al dolor de la herida.

Tú prefieres veredas sin nombre hacia el asedio

y atraviesas los cauces ignorando los puentes.

Tú buscas pasadizos de luz en la tormenta

y conduces la sed al rumor de las fuentes.

Tú celebras la lluvia que nos devuelve al barro

y vas hacia la vida como hacia la victoria.

Todos quieren caminos que conduzcan a Roma,

se rinden, se acomodan o piden una tregua,

pero tú no.