Lorenzo Oliván. Foto: M. G. S.
Desde sus primeras publicaciones, en 1995, Lorenzo Oliván (Castro Urdiales, Cantabria, 1968) ha sido reconocido por la crítica como un poeta nada común; sus libros han recibido diversos premios y sus poemas han sido recogidos en diferentes e interesantes antologías, todo lo cual está señalando que estamos ante una poesía de excelencia. Ahora, su nuevo libro, Para una teoría de las distancias, no hace sino confirmar que es así, de excelencia, una excelencia que ha ido creciendo de libro a libro.El poema "Realidad otra", que empieza nombrando a las "alucinaciones", se cierra con esta interrogación: "¿Necesitan rotar / sobre sí los sentidos / para abrirse por fin / a la realidad otra?", donde queda expresada la conciencia de que la realidad fenoménica, lo que vemos, tocamos, etc., no lo es todo, sino que hay otra realidad, que la palabra poética debería captar, hacer suya y decirla. Así, la escritura de Oliván es una poesía que no podría limitarse a nombrar lo que hay, lo que le sucede al sujeto poético, sino una poesía de la transcendencia, lo que como presupuesto la sitúa en la mejor de las tradiciones modernas. Y hay que llamar la atención sobre el término "alucinaciones", que si es bien significativo ya por sí mismo, está ligado a la poesía de José Hierro, quien lo utilizó en una de sus obras centrales, Libro de las alucinaciones, de 1964, y hay que recordar que Oliván ha dedicado atención crítica a la poesía de Hierro.
"La ventana", poema inicial de este libro, dice cómo todo estriba en mirar, mirar a través de una ventana, metafórica y no, que "engrandece lo que enmarca, / une todo con todo" y las cosas vistas "en ella, / ahora, / significan más." De esta manera tan sencilla se nos da aquí toda una teoría de la poesía: el poeta mira un fragmento de mundo, que se agranda y vale ya por el mundo sin más y allí todo está conectado. Así, lo que es parte de la totalidad, y no podría dejar de serlo, adquiere una dimensión cósmica. El poema de cierre, "Finisterre", de todo punto interesante, descubre cómo en ese "mirador primero y último", "tú sentiste la urdimbre / de los cuatro elementos / en su danza más ebria".
Nada muy diferente sucede, como es sabido, en el satori del budismo zen, donde la visión de lo mínimo, una flor, un insecto, es el paso para la transcendencia y la captación de lo universal, semejante también a la dicción de la experiencia mística, de la que este poeta, bien que en versión laica, está muy próximo y también del orfismo, y no es casualidad que algunos de sus poemas se incluyeran en la antología La lógica de Orfeo. Ahora, bien, esto hay que saber decirlo y es ocasión para dejar constancia de que los poemas de Oliván están siempre dotados de música, de armonía verbal, aun en los casos en que la forma es la de la prosa. Ese saber decir, esa musicalidad apunta también a todo lo que acabo de apuntar.
Entre otras palabras clave está "luz", tan ligada -y con ella "alucinación" y todo el léxico de la luminosidad-, al saber, al discurso filosófico -otras son "hondo", "raíz", "origen"- y no es en vano. Los poemas de Oliván, tan cercanos a cualquier lector, sin palabras inusuales ni una sintaxis complicada, no se quedan en el mero nombrar lo que se ofrece a la vista, sino que en ellos se da paso, como sin ser notado, a lo reflexivo sobre, entre otros asuntos, el cuestionamiento de la identidad. Un poema como "El secreto" expone toda una teoría del sujeto con la exigencia del desdoblamiento; un desdoblamiento que lleva a afirmar en otro texto que "Nunca la alteridad / definió más tu ser" y a decir en otro "pozo insondable de la identidad".
De gran poesía hay que calificar la que ofrece este Para una teoría de las distancias, producto de una búsqueda luminosa de sí mismo, del misterio del ser y de la belleza, del valor de la palabra poética. Esta lo es, su lectura es puro placer e invitación a la meditación. Un libro de esos que al cerrarlos reclaman volver a leerlos.
El secreto
Necesita el reflejo de sí mismosobre mil superficies
para ver su trasfondo.
Rebaja a lo poético lo eterno.
Alimenta el secreto
de lo incomunicable.
dado a los cuatro vientos.
Sin hilo, son su fuerte las puntadas.
Y, como del nombrar
hace un problema,
lo que acostumbra a hacer
no tiene nombre.