“Este libro se debería leer de una manera imposible, como si fuera un poemario debut. Pero si se hiciera así es probable que nadie siguiera leyendo a Szymborska”, afirma sincero y rotundo el poeta y traductor Abel Murcia, profundo conocedor de la obra de la polaca y gran amigo durante sus últimos años. Eso sí, rápidamente apunta que este Canción negra, publicado por Nórdica con ilustraciones de Kike de la Rubia, “es un libro necesario a muchos niveles”. El primero, el simbólico. “Es muy curioso pensar en algo que ella mencionó muchas veces, que la Szymborska escritora es fruto del azar. Si estos primeros poemas que ella llevó a la redacción del periódico de su barrio en Cracovia no hubieran sido aceptados, es más que probable que la Szymborska poeta no hubiera existido”, explica Murcia. Un juego del destino muy peculiar para alguien que se recrea en el azar de forma omnipresente en sus poemas.
En este sentido, Murcia considera que el libro “aun siendo tan malo descubre algo maravilloso: cómo desde una poesía con muchas sombras y pocas luces puedes llegar a otra absolutamente reveladora en todos sus aspectos. Tiene una dimensión didáctica que da a los jóvenes poetas, por un lado, esperanza, y, por otro, una lección de humildad”, opina, pues demuestra que una de las mejores poetas del siglo XX “no nació así, sino que fue destilando su poesía a medida que iba viviendo como hacía en sus poemas al buscar la palabra exacta”. Y también pone en valor su enorme trabajo, pues la aparente facilidad con la que se lee a Szymborska hace pensar a muchos que su poesía es de fácil composición, pero “ella hacía, rehacía y arrojaba a la basura un borrador tras otro”.
"Este libro demuestra que Szymborska fue destilando su poesía a medida que iba viviendo, como hacía en sus poemas al buscar la palabra exacta"
Además de todo esto, el traductor opina que más allá de completar la figura de la poeta, de aportar una nueva pieza a un puzle ya bien nutrido en español con casi todo lo que escribió, da ciertas claves necesarias para imbricar vida y obra en una autora experta en hurtar datos de su vida personal y de sus simpatías ideológicas. “Estos poemas proceden de una edad cándida y exaltada y de un momento histórico muy efervescente en el que estuvo condenada a vivir, por lo que reflejan cosas que la Szymborska madura fue omitiendo o escondiendo. Desde este punto de vista son muy útiles para aportar datos sobre quién fue la poeta”.
Versos hijos de su tiempo
Cinco décadas separaban entonces a la joven Wislawa Szymborska (Kórnik, 1923-Cracovia, 2012) de la ganadora del Premio Nobel de 1996, que supuso el definitivo reconocimiento a unos versos marcados por una ironía dulce, una aparente sencillez y un uso exacto de la palabra. A mediados de la década de los 40, cuando se enmarcan estas composiciones fechadas entre 1944 y 1948, es una joven de veintipocos años, tímida, insegura y profundamente enamorada de la literatura, que ha vivido una cruenta guerra mundial, el despótico yugo nazismo, y que abraza con comprensible alborozo la llegada del entonces todavía heroico y nada sospechoso libertador soviético. Y todo ello encuentra eco en su poesía.
“Muchas veces olvidamos el momento y el contexto en el que muchos poetas nacieron, crecieron, se formaron...”, reflexiona Murcia, que reivindica contextualizar las cosas para no confundir conceptos. “A finales de los años 40 Cracovia era un infierno, un campo de batalla recién conquistado y Stalin y el comunismo eran los vencedores del nazismo. El anquilosamiento y la grisura llegarían después, así que no hace falta ser muy benevolentes para entender la atracción de este mundo sobre una joven Szymborska, algo que ocurrió con la mayoría de polacos”, apunta. Otra de las grandes contradicciones de esta primera Szymborska con la posterior es su orgullo patrio. “La Szymborska que conocemos no tiene nada del nacionalismo polaco al uso, pero aquí sí hay poemas que son claramente identitarios y eso responde a que entonces era muy difícil sustraerse del contexto histórico de celebración”.
"No hace falta ser muy benevolentes para entender la atracción del comunismo sobre una joven Szymborska a finales de los 40"
Pero más allá de estas divergencias temáticas, el traductor si ve incipientes similitudes formales y estéticas con la poeta posterior, momentos y versos sueltos en los que “sabes clarísimamente que estás leyendo a Szymborska. Ya entonces no tiene complejos con respecto al uso de la rima, que añade cuando se lo exige el poema, aquello que quiere contar, algo que complica mucho la traducción, pues la estructura métrica en polaco y español son muy distintas”. Además, Murcia juzga que en los versos de Canción negra ya se percibe “el característico cuidado de Szymborska con la selección de las palabras y el uso específico de ellas en el poema, algo que se mantendrá siempre en su poesía”.
En su poesía y en la del resto de grandes maestros del país báltico, que en el siglo XX forman una copiosa nómina donde destacan los consabidos Herbert, Milosz, Rócewicz o, más recientemente Zagajewski, todos conocidos e incluso amigos de Szymborska. “Son de generaciones distintas, lo cual tiene importancia para las experiencias vitales porque Polonia es un país que ha sufrido muchísimo en el siglo XX, pero lo que comparten todos ellos es una relación muy particular con su uso del lenguaje”, insiste Murcia. “La idea de que el lenguaje es la patria del escritor en Polonia es absolutamente manifiesta, porque fue una de las grandes señas de identidad de un país que desapareció del mapa políticamente. Allí eso es fundamental y lo ves en el cuidado por el detalle, en la búsqueda del nombre exacto de las cosas, común a todos estos grandes creadores”.
Szymborska por correspondencia
Tras la publicación de este libro, originalmente editado en su país en 2014, dos años después de su muerte, la lengua española pasa a una situación curiosa con Szymborska, pues, como apunta Murcia, “tendremos manifestaciones de todo lo que ha hecho: prácticamente toda su obra poética, las Lecturas no obligatorias, el Correo literario, sus juegos gráficos con postales y la biografía canónica Trastos y recuerdos. No hay ningún otro autor polaco tan bien tratado en nuestro idioma”.
"Tras este libro ya hay en español manifestaciones de todo lo que ha hecho Szymborska. No hay ningún autor polaco tan bien tratado en nuestro idioma"
¿Faltaría, entonces alguna óptica que abordar de la poeta? “En Polonia están saliendo algunas muy interesantes pero muy difíciles de trasladar al español”, explica Murcia, “por ejemplo, su correspondencia, muy copiosa, con Herbert y otros intelectuales”. Publicada en varios volúmenes independientes, lo ideal para el traductor de cara a traerla a nuestro país sería hacer una selección, “y aun así quedaría la complejidad de trasladar el contexto, social, político y poético. Pero desde luego sería una forma de tener una imagen más detallada y definida de ella como autora y como persona, conceptos que justo en su caso fueron casi de la mano”.
Tras pensar un poco más, el traductor afirma que, además, “hay otro libro posible todavía, una biografía más estupendamente escrita y con un sentido del humor distinto. La que escribió su secretario, en estos momentos presidente de su fundación, que es apasionante porque capta con gran precisión la verdadera clave de Szymborska: su forma de vivir a pulmón pleno y esa curiosidad que tenía por todas las cosas, trascendiendo lo intelectual para aprehender la realidad. Eso es lo que la hacía única en el trato personal y es lo que se refleja en sus poemas. Hambre de vivir”.
Algunos poemas de Canción negra:
Busco la palabra
Quiero definirlos con una sola voz:
¿cómo eran?
Tomo palabras corrientes, robo en los diccionarios,
las mido, sopeso y examino:
Con ninguna
atino.
Las más valientes, siguen siendo miedosas,
las más despectivas, pecan aún de inocentes.
Las más despiadadas, en exceso indulgentes,
las más encarnizadas, poco irrespetuosas.
Esa palabra debe ser como un volcán,
¡golpear, arrasar, arrancar de sopetón,
como la terrible cólera de Dios,
como el odio en ebullición!
Quiero que esa sola palabra
esté empapada en sangre,
que como los muros de un penal
acoja en su interior cualquier fosa común imaginada.
Que describa de forma fiel y clara
quiénes fueron ellos, qué hizo aquella gente.
Porque lo que oigo,
o lo que se escribe
resulta insuficiente.
Es insuficiente.
Impotente esta lengua,
repentinamente pobres sus sonidos.
Me devano los sesos
buscando esa palabra:
pero no lo consigo.
No lo consigo.
La cruzada de los niños
En la más ardiente de nuestras ciudades,
hunden el rostro en sangre coagulada
cadáveres de niños.
Primera vez que juegan a la guerra:
ya sin bromas, la primera e intrépida refriega.
Alguien mostró cómo. Él probó. Es coser y cantar.
Disparar. Da en el blanco. Qué fácil disparar.
La primera aventura. Adulta, verdadera.
Agarra una botella de gasóleo —tenaz y concentrado—.
Ayer serían tres los tanques y hoy llegará el cuarto.
Se adelantan a la orden unas manos inquietas.
… A través de una ciudad que cae a pedazos,
pasto de unas llamas que ya nadie es capaz de dominar,
armada de unos puños contenidos, petrificada en un grito,
se abre paso bajo el denso y ardiente granizo de las balas,
la cruzada callejera de los niños.
Nuestros ojos con los últimos recuerdos ya cansados;
las manos, saben, creen, en cambio.
Manos con las que habremos de levantar el peso de esta tierra,
que saben que el mundo renacerá sin los fantasmas de la guerra,
que pagará, sin vueltas, por los años abatidos,
y creen en un nuevo orden y un nuevo ritmo.
… y quizá también por eso nos ahoga día y noche
ese tristísimo por qué, ese callado para qué
los cadáveres de los niños caídos.
Canción negra
Un prolongado saxofonista, un saxofonista burlón,
tiene su propia fórmula del mundo, no necesita palabras.
¿El futuro, quién puede adivinarlo?
¿Seguro del pasado, quién?
Entrecerrar los pensamientos y tocar una canción negra.
Se bailaba mejilla con mejilla. Se bailaba. De repente, alguien cayó.
La cabeza golpeó contra el suelo, al compás. Lo sorteaban al ritmo.
No veía las rodillas que tenía por encima. Clareaban, pálidos,
sus párpados ajenos al tumulto y a los extraños colores de la noche.
No nos pongamos trágicos. Está vivo. Igual bebió demasiado
y esa sangre en la sien es de carmín. Aquí no ha pasado nada.
Se trata de alguien ahí tirado, y ya. Cayó solo, que se levante solo,
¿o no sobrevivió a la guerra? Se bailaba en dulce estrechez,
los ventiladores mezclaban naturalezas ardientes y heladas,
el saxofón aullaba perrunamente al farolillo rosa.
Sobre los que persiguen y los perseguidos
El mundo está hecho de piedras.
Así que vivir una vida es apedrear.
La tierra nombrada con una palabra foránea.
El cielo apoyado en un aliento ajeno.
Las ventanas de la calle —ojos de roca—
se quedaron ciegas a los días y a las noches.
La calle —barranco de granito—
agita el duro retumbar de los pasos.
Ellos, empotrados en cerradas filas,
avanzan y sus blancas pupilas
murieron hace tiempo lejos de aquí.
Apuntan, y sus pupilas blancas
murieron para apuntar mejor.
La ley no prevé pupilas vivas en cuerpos con vida.
Cargaba a sus espaldas el peso de la muerte
el hermano con el rostro hundido en el cuello del abrigo.
Comprendió enseguida la oscuridad de la puerta,
el benévolo silencio de la escalera de caracol.
Vivió alerta: un terrón del espacio,
un fragmento de la barandilla, el aliento de la pared.
Había a veces un pedazo de cristal,
junto a él contaba los disparos pendientes.
O envolvía en un hilo de luz,
me pesa cada brasa hueca.
El tiempo estaba hecho de piedra,
pero lo que estaba en el fuego era la ciudad.
1947
Memoria de septiembre
Viejo privilegio de una madre:
buscar a su hijo en el templo.
¿Para qué si se para el corazón
sigue en el pecho el tictac del reloj,
o toca como una hoja el rostro
la hoja arrancada por las bombas?
Llanuras del otoño polaco,
colinas del otoño polaco,
¿quién restañará los caminos,
con qué vendas dará abasto?
¡Fronteras, cuánta fuerza la vuestra
para cerraros como puños!
¡Dadnos un punto de apoyo
y lograremos mover el mundo,
bosques del septiembre polaco,
ríos del septiembre polaco!
Hay un cielo descubierto
y un sofocante arroyo de sangre.