La traductora y aforista sevillana Victoria León (1981) se dio a conocer como poeta en 2019 con Secreta luz. Pudimos comprobar entonces que poseía una voz propia. La que –con la incorporación de otro tono, menos elegíaco que celebratorio– se impone cadenciosa en su segunda entrega. Con el clasicismo, la sobriedad y la elegancia que ya la caracterizaban.
Su ritmo predominante, el del endecasílabo. Sereno y armonioso. “Reconozco las huellas de la llama antigua”, dice con Virgilio. “¡Alma del mundo, ven a penetrarnos!”, exclama con el mismísimo J. W. Goethe. El primer poema del libro, que le da título, es una verdadera poética, la poesía como puente entre dos nadas: la de uno y la del mundo. La luz que surja de las flores de fuego habrá de redimirnos.
La primera parte, inspirada en música de Gustav Mahler, tiene como símbolo central la noche: “La vida es una noche interminable” donde “solo suena el latido de la vida”. Es “el secreto más temible”. Detrás, la luz. Palabra clave, como nieve, hoguera, sueño o luna: “Qué mágico silencio el que derramas / sobre la noche atroz de nuestro mundo”.
En la segunda, la sevillana indaga en la memoria. Al fondo, el desamor: “No acabas de irte nunca aunque te alejes”. En ‘Reencuentro’ y ‘Celajes’, alumbra la emoción. En el conjunto, la melancolía. “Sin amor no somos / más que la distancia / que nos separa del mundo”.
[Secreta luz: Victoria León arranca fuerte]
‘2001’, con aires de enumeración borgeana, abre la tercera y alude a los momentos decisivos de la vida. En ‘Inocencia’, ‘Arena’ y el poema que dedica a su “viejo mastín”, la muerte.
Además, persistente, la infancia: “Qué extraña eternidad fue nuestra infancia”. Y la madre y los amigos y la soledad y Foscolo: “No es fácil despedirse de quien fuimos”. Son, sí, ‘Los deseos sencillos’. En la última sección del poemario, el amor regresa y la verdadera esperanza se vislumbra. ¡Qué hermoso libro!