Grata sorpresa editorial en torno a uno de los científicos más mediáticos de la historia. El biólogo Richard Dawkins, que ha desgranado sus memorias en los dos volúmenes Una curiosidad insaciable y Una luz fugaz en la oscuridad (Tusquets, 2014 y 2016), reúne ahora en La ciencia en el alma (Espasa), un puñado de artículos nunca antes publicados en español en el que este "racionalista apasionado" vuelca su visión de Darwin, de los valores científicos, de la religión y de algunos recuerdos personales.
Reproducimos el titulado Jarvis y el árbol genealógico, que se publica por primera vez y que corresponde a una serie de parodias dialogadas con motivo de la polémica campaña que en 2009 protagonizaron los autobuses británicos con el lema: "Probablemente no existe ningún Dios. Así que deja de preocuparte y disfruta de la vida". Dawkins en estado puro.
Jarvis y el árbol genealógico
—Jarvis, atención, reunión.
—¿Señor?
—Reúnete conmigo. ¿Es esa la expresión correcta?
—Una frase militar, señor, utilizada por los oficiales cuando requieren la presencia de sus subordinados.
—Correcto, Jarvis. Escúchame.
—Igualmente apropiado, señor. Un cóctel Marco Antonio…
—Olvídate de Marco Antonio. Esto es importante.
—Muy bien, señor.
—Como sabes, Jarvis, cuando se trata de zonas que están más al norte del cuello, B. Woofter no está muy cualificado. Sin embargo, tengo un triunfo académico en mi haber. Y apuesto a que no sabes cuál fue.
—Me lo ha dicho con frecuencia, señor. Ganó el premio de conocimiento de las Escrituras cuando estaba en secundaria.
—Sí, así fue, ante la antipatía mal disimulada del reverendo Aubrey Upcock, el propietario y guarda del jefe en ese infame agujero infernal. E, incluso desde entonces, aunque lo mío no son ni los maitines ni las misas vespertinas, siempre he tenido cierta debilidad por las Sagradas Escrituras, que es como las llamamos los expertos. Y ahora quiero ir al meollo. ¿O lo esencial?
—Muy apropiado, señor, o el «quid de la cuestión», como se suele oír en estos días.
—El asunto es, Jarvis, que como aficionado, hace tiempo que le tengo un cariño especial al libro del Génesis. Dios hizo el mundo en seis días, ¿estoy en lo cierto?
—Bien, señor…
—Empezando con la luz, Dios movió rápidamente los engranajes, creando plantas y cosas que se arrastraban, cosas escamosas con aletas, nuestros amigos con plumas repiqueteando entre los árboles, a los hermanos y hermanas peludos entre la maleza y, finalmente, lo redondeó creando tipos como nosotros, antes de regresar a su hamaca para una siesta bien merecida en el séptimo día.
¿Tengo razón?
—Sí, señor, si me permite decirlo, ha hecho un resumen, variado y muy colorido, de uno de los grandes mitos sobre nuestros orígenes.
—Pero, ahora, Jarvis, presta atención a lo que sigue. Durante la fiesta de Navidad del Dregs Club, un tipo me estuvo calentando la oreja sobre un rumorcillo curioso. Parece ser que hay un tipo llamado Darwin que dice que el Génesis no es más que un montón de tonterías. Dios ha sido sobrevendido. Después de todo, no hizo nada. Hay algo llamado evaluación…
—Evolución, señor. La teoría avanzada por Charles Darwin en su gran libro de 1859, El origen de las especies.
—Eso es. Evolución. Parece mentira, este payaso de Darwin quiere hacerme creer que mi tatarabuelo era una especie de hirsuto tragabananas que se rascaba con los dedos de los pies y que se movía con gracia entre las copas de los árboles. Ahora, Jarvis, contéstame a esto. ¿Si descendemos de los chimpancés, por qué hay chimpancés entre los presentes? Vi uno el mes pasado en el zoo. ¿Por qué no se han convertido todos ellos en miembros del Dregs Club, o del Ateneo, según sus gustos personales? Prueba a tocar eso en tu pianola.
—Si me permite tomarme la libertad, señor, me parece que está confundido. El señor Darwin no dice que descendamos de los chimpancés. Los chimpancés y nosotros descendemos de un antepasado común. Los chimpancés son simios modernos que han evolucionado desde la época del antepasado común que compartimos.
—Mmm, bueno, creo que te pillo. Es lo mismo que ocurre con mi pestilente primo Thomas y yo, que descendemos del mismo abuelo. Pero ninguno de los dos se parece más al viejo réprobo que el otro, y ninguno de los dos tiene sus patillas.
—Exactamente, señor.
—Pero, espera, Jarvis. Nosotros, los que padecemos el hándicap que supone el conocimiento de las Escrituras, no nos rendimos tan fácilmente. Puede que mi viejo hubiese sido una vieja gárgola peluda, pero no era lo que llamarías un chimpancé. Le recuerdo claramente. Lejos de arrastrar sus nudillos por el suelo, tenía un porte recto, con aire militar, al menos hasta sus últimos años. Y los retratos familiares de la vieja casa de nuestros ancestros, Jarvis… Nosotros, los Woofters, cumplimos con nuestra parte en Azincourt, y no había monos en todo ese alboroto de «Dios por Harry, Inglaterra y San Jorge».
—Creo, señor, que subestima el lapso de tiempo implicado. Solo han pasado un par de siglos desde lo de Azincourt. Nuestro antepasado compartido con los chimpancés vivió hace más de cinco millones de años. ¿Me permite aventurarme con una veleidad, señor?
—Desde luego. Aventúrate.
—Suponga que retrocede en el tiempo una milla, señor, hasta alcanzar la batalla de Azincourt…
—¿Como ir de aquí al Dregs?
—Sí, señor. En la misma escala, para retroceder hasta el antepasado que compartimos con los chimpancés tendría que caminar la distancia que hay desde Londres a Australia.
—Bueno, Jarvis, todo el camino hasta la tierra de los viejos amigos con corchos colgando de sus sombreros. No hay duda de que no hay simios entre los retratos familiares. No encontrarás ningún ser de frente estrecha golpeándose el pecho y dirigiéndose una vez más a la brecha en Azincourt.
—Así es, señor, y volviendo a nuestro antepasado que compartimos con los peces…
—Espera un minuto, párate ahí. ¿Me estás diciendo ahora que desciendo de algo que se sentiría a gusto hecho filetes?
—Compartimos antepasados con los peces modernos, señor, y, sin duda, los llamaríamos peces si los pudiéramos ver. Se podría decir con toda seguridad que descendemos de los peces, señor.
—Jarvis, a veces vas demasiado lejos. Aunque, cuando pienso en Gussie Hake-Wortle…
—No me aventuraría a hacer esa comparación, señor. Pero,
¿me permite seguir con mi deambulación fantasiosa atrás en el tiempo? Para alcanzar a nuestro antepasado que compartimos con nuestros primos pisciformes…
—Déjame adivinar. ¿Tendríamos que caminar alrededor de todo el globo y regresar al punto del que salimos y sorprendernos al ver que estamos justo detrás?
—Una subestimación considerable, señor. Tendría que caminar hasta la luna y volver, y luego partir de nuevo y hacer el viaje entero una vez más, señor.
—Jarvis, es demasiado soltar esto de buenas a primeras a un chaval de buena mañana. Anda, prepárame uno de esos reconstituyentes antes de que ya no pueda aguantar más.
—Ya tengo uno listo, señor, que preparé cuando percibí lo tarde que era cuando regresó anoche de su club.
—¡Bien hecho, Jarvis! Pero, espera, hay una cosa más. El pájaro este de Darwin dice que todo sucedió por azar. Como hacer girar la gran rueda en Le Touquet. O como cuando Bufty Snodgrass consiguió meter una bola a la primera e invitó a beber a todo el club durante una semana.
—No, señor, eso es incorrecto. La selección natural no es cuestión de suerte. La mutación es un proceso aleatorio. La selección natural, no.
—Coge carrerilla y lánzame esa bola de nuevo, Jarvis, si no te importa. Y esta vez lanza una bola lenta, sin efecto. ¿Qué es una mutación?
—Le pido disculpas, señor, he dado por sentado muchas cosas. Viene del latín mutatio, femenino, «un cambio», una mutación es un error en el proceso de copia de un gen.
—¿Como un error de imprenta en un libro?
—Sí, señor, y, al igual que un error de imprenta en un libro, es muy posible que una mutación no implique ninguna mejora. Sin embargo, solo ocasionalmente, sí que lo hace, y entonces es mucho más probable que sobreviva y que, por tanto, pase a la siguiente generación. En eso consistiría la selección natural. La mutación, señor, es aleatoria en cuanto a que no tiene una propensión hacia la mejora. La selección, en cambio, tiende automáticamente a mejorar, donde mejorar significa una mayor habilidad para sobrevivir. Casi se podría acuñar la frase, señor, y decir «la mutación propone y la selección dispone».
—Bastante ingenioso, Jarvis. ¿Es de tu cosecha?
—No, señor, la broma es una parodia anónima de Tomás de Kempis.
—Así pues, Jarvis, déjame ver si he sacado algo en claro de la esencia de este problema. Vemos algo que parece ser fruto de un ingenioso diseño, como un ojo o un corazón, y nos preguntamos cómo demonios ha llegado ahí.
—Sí, señor.
—No puede haber llegado allí por puro azar porque eso sería como el hoyo en uno de Bufty, cuando tuvimos bebidas gratis durante una semana.
—En algunos aspectos sería incluso más improbable que la hazaña celebrada tan alcohólicamente del honorable señor Snodgrass con el palo de golf, señor. El hecho de que todas las partes del cuerpo humano se hubieran agrupado por puro azar sería tan improbable como un hoyo en uno si el señor Snodgrass tuviera los ojos vendados y le diéramos vueltas antes de golpear la bola, de tal forma que no tuviese ni idea de dónde se encuentra ni la bola en el tee, ni la dirección del green. Si se le permitiera dar un único golpe con un palo no adecuado, señor, sus posibilidades de hacer un hoyo con un solo golpe serían tan grandes como el hecho de que el cuerpo humano se agrupase espontáneamente si todas sus partes fueran barajadas al azar.
—¿Y qué pasaría si Bufty hubiera tomado antes un par de copas, Jarvis? Lo que, dicho sea de paso, es muy probable.
—La contingencia de lograr un hoyo con un solo golpe es suficientemente remota, señor, y el cálculo es suficientemente aproximado, así que podemos ignorar los posibles efectos de los estimulantes alcohólicos. El ángulo subyacente entre el hoyo y el tee…
—¡Basta ya, Jarvis! Recuerda que me duele la cabeza. Lo que puedo ver claramente a través de la niebla es que el puro azar es una idea imposible, un fracaso, fallido desde el principio. Así pues,
¿cómo podemos obtener cosas complejas que funcionen, como los cuerpos humanos?
—Para responder a esa cuestión, señor, está el gran logro del señor Darwin. La evolución se produce gradualmente y durante un largo espacio de tiempo. Cada generación es imperceptiblemente diferente de la previa, y el grado de improbabilidad requerido en cualquier generación no es prohibitivo. Pero, después de un número suficientemente largo de millones de generaciones, el producto final puede ser, de hecho, muy improbable, y puede parecer que ha sido diseñado por un ingeniero experto.
—¿Pero solo parece el trabajo de algún experto cargado de reglas de cálculo con una mesa de diseño y una ristra de bolígrafos en su bolsillo superior?
—Sí, señor, la ilusión de un diseño resulta de la acumulación de un gran número de pequeñas mejoras en la misma dirección, cada una de ellas lo suficientemente pequeña para ser el resultado de una única mutación, pero el total de la secuencia acumulativa es lo bastante prolongado como para culminar en un resultado final que no podría haberse producido por un único suceso aleatorio. Ya se ha contado la metáfora de una ascensión lenta por pendientes suaves, lo que se ha denominado, demasiado dramáticamente, el «Monte Improbable», señor.
—Jarvis, eso es como un doosra de una idea, y creo que estoy empezando a pillarlo. Pero no estaba tan equivocado cuando lo llamé «evaluación» en lugar de evolución, ¿o sí?
—No, señor. El proceso se parece un poco a la cría de caballos de carrera. Los caballos más rápidos son evaluados por los criadores y los mejores son elegidos como progenitores de las generaciones futuras. El señor Darwin se dio cuenta de que en la naturaleza funciona el mismo principio sin la necesidad de ningún criador para realizar la evaluación. Los individuos que corren más tienen automáticamente menos probabilidades de ser atrapados por los leones.
—O tigres, Jarvis. Los tigres son muy rápidos. Inky Brahmapur me lo estaba diciendo la semana pasada en el Dregs.
—Sí, señor, también los tigres. Me puedo imaginar perfectamente que su alteza habría tenido muchas oportunidades de observar su velocidad desde la parte trasera de su elefante. El meollo, o el quid de la cuestión, es que los caballos más veloces sobreviven para reproducirse y pasar los genes que los han hecho rápidos, porque tienen menos probabilidades de ser comidos por los grandes depredadores.
—¡Por Júpiter! Eso tiene mucho sentido. Y supongo que los tigres más rápidos también se reproducirán porque son los primeros en atrapar su bistec al punto con guarnición, y, de esta manera, sobrevivirán para tener tigrecitos que también crecerán para ser veloces.
—Sí, señor.
—Pero, esto es asombroso, Jarvis. Es como lanzar un dardo y dar en medio de la diana. ¿Y lo mismo funciona, no solo para caballos y tigres, sino para cualquier cosa?
—Exactamente, señor.
—Pero, espera un momento. Puedo ver cómo esto le marca un tanto al Génesis. Pero ¿dónde deja eso a Dios? Se deduce de lo que dice el tonto de Darwin que no hay nada que pueda hacer Dios. Quiero decir, sé lo que es estar infrautilizado, y así es precisamente como parece estar Dios, si me entiendes.
—Muy cierto, señor.
—Así que, bien, ¡porras!, quiero decir, en ese caso, ¿por qué aun así creemos en Dios?
—¿Por qué no, señor?
—Jarvis, esto es asombroso. Incrédulo.
—Increíble, señor.
—Sí, increíble. Veré el mundo con nuevos ojos, nunca más a través de un cristal oscurecido, como decimos los expertos en la Biblia. No te molestes con ese tónico. Creo que ya no lo necesitaré más. Me siento como si me hubiera liberado. En su lugar, tráeme mi sombrero, mi bastón y los binoculares que la tía Daphne me dio durante mi última visita a Goodwood. Voy a salir al parque a admirar los árboles, las mariposas, los pájaros y las ardillas, y a maravillarme con todo lo que me has contado. No te importa si me detengo un poco a maravillarme con lo que me has contado, ¿verdad, Jarvis?
—En absoluto, señor. Maravillarse es lo apropiado, y otros caballeros me han dicho que experimentan la misma sensación de liberación cuando comprenden por primera vez estas materias.
¿Me permite que le haga otra sugerencia, señor?
—Sugiérelo, Jarvis, sugiérelo, siempre estamos dispuestos a escuchar tus sugerencias.
—Bueno, señor, si le interesara profundizar en la materia, tengo aquí un libro pequeño, que podría interesarle examinar.
—No me parece muy pequeño, pero, bueno. ¿Cómo se titula?
—Se titula Evolución: el mayor espectáculo sobre la Tierra, señor, y está escrito por…
—No importa quién lo ha escrito, Jarvis, cualquier amigo tuyo es amigo mío. Lánzamelo y le echaré un vistazo cuando vuelva. Ahora, los binoculares, el bastón y el sombrero de caballero confeccionado a medida, si no es mucha molestia. Tengo que ir a maravillarme.