Una madrugada, en las montañas de Texas, una pantera ataca salvajemente a una familia: solo Samantha -traumatizada y con el rostro marcado- y el joven Benjamin sobreviven. Será la voz directa y cautivadora de este la que relate la implacable determinación con la que su hermana decide dar caza a la despiadada bestia y así vengar la muerte de su madre. Mientras siguen las huellas del animal -un demonio en realidad, como se murmura en todo Río Grande-, se sumarán a los huérfanos un carismático forajido tejano y un atormentado predicador, al que acompaña un viejo e incansable sabueso. Y al mismo tiempo que el extraño grupo sigue el rastro de la fiera, un violento soldado confederado, con cuentas que ajustar con el clérigo, irá a su vez tras sus pasos...

En la mejor tradición de las grandes novelas de aventuras, Elizabeth Crook construye en La encrucijada del roble (Siruela) un western de leyenda protagonizado por dos hermanos y un predicador, un forajido y un soldado confederado... y la pantera más sanguinaria del territorio de Texas. El imponente relato de una doble cacería, de una obstinación y una lucha, una historia poderosa que conjuga eficazmente la carga épica del western clásico, la inquietante atmósfera de La noche del cazador y el ingenio del mismísimo Mark Twain.

DECLARACIÓN DE BENJAMIN SHREVE

Ante los quince miembros del gran jurado

Residencia de Izac Wronski

Presidido por el juez E. Carlton

18.º distrito

Condado de Bandera

Estado de Texas

25 de abril de 1866

Según el registro de Alfred R. Pittman

Ahora que ha prestado juramento, diga su nombre.

Benjamin Shreve.

Diga su edad.

Diecisiete años, señor.

¿Dónde vive, Benjamin?

Por Verde Creek. Cerca de Camp Verde.

Muy bien. Puede quedarse donde está. Aquí hay mucha gente; le pido disculpas por ello. Soy el juez Edward Carlton, y este es Alfred R. Pittman. Se encargará de anotar lo que diga usted hoy ante el gran jurado. Hable con claridad. Si él le pide que repita algo, repítalo.

Sí, señor.

Puede colgar su sombrero junto a la puerta. Prefiero tenerlo en la mano, señor.

Está bien. ¿Sabe por qué se le ha pedido que venga?

Por lo de esos hombres que encontré muertos en Julian Creek.

Así es. Creemos que usted fue el primero en ver los cuerpos y que es probable que viera a uno de los hombres que colgaron a esos caballeros. Somos conscientes de que esto ocurrió hace tres años y que la justicia ha tenido que aguardar a que terminase la guerra. De modo que es posible que no recuerde bien los detalles. Limítese a recordar lo que pueda. No invente nada. Si de algo no se acuerda, diga que no se acuerda.

Me acordaré, señor.

Muy bien. En cuanto a los asesinatos, los detalles básicos ya han quedado claros, pero estamos intentando corroborar los nombres de aquellos que tomaron parte en ellos.

Puedo asegurarle que Clarence Hanlin fue uno de los que lo hicieron, señor.

No estoy pidiéndole su opinión, Benjamin. Estoy pidiéndole su testimonio. Con ello quiero decir lo que usted vio, no lo que supone. Responda solo a las preguntas que le formule. Bien. ¿Qué estaba haciendo usted en Julian Creek la mañana en que encontró los cuerpos?

Cazaba, señor.

Julian Creek está a sus buenos kilómetros de Camp Verde. ¿Por qué no fue a cazar más cerca de casa?

No quedaba caza más cerca de casa. Los soldados sesesh1 de Camp Verde habían acabado con toda para colmar sus necesidades y las de los prisioneros del cañón.

1 El término sesesh designa despectivamente a los secesionistas. Aparece mencionado varias veces en las cartas del soldado Edward W. Bacon: «Nos dijeron que el último sesesh se marchó el sábado, hace dos días» (10 de mayo de 1862. Citado en Double duty in the Civil War: The Letters of Sailor and Soldier Edward W. Bacon. Southern Illinois University Press [2009], pág. 40). (Todas las notas son del traductor).

Esa mañana, ¿cómo llegó hasta Julian? A caballo, señor.

¿Estaba usted solo? Sí, señor.

¿A qué hora salió de casa?

Supongo que una hora antes del amanecer más o menos.

Recuerdo que cabalgué a la luz de la luna.

¿Y su intención era cazar en Julian Creek?

Mi intención era cazar la primera pieza que me saliese al paso. Resultó ser un ciervo, cerca del Julian. Disparé y fallé.

¿Qué sucedió después?

Me pillé un buen berrinche, señor. Desmonté y me puse a maldecir. Enseguida me arrepentí de haberme comportado de esa manera.

¿Por miedo de asustar a la caza?

Por miedo de los indios y de los sesesh y de los exploradores y de los vigilantes y qué sé yo. Era un comportamiento peligroso y llamaba mucho la atención, señor.

Benjamin, los hombres que hay en esta sala, algunos de los cuales probablemente conozca, mantienen opiniones diversas sobre la pasada guerra. Haría bien en evitar los insultos.

Sí, señor, conozco a uno... dos... tres... cuatro... cinco de los que están aquí, mi padre y yo les vendíamos tejas. Ese que hay junto a la puerta...

No saque a colación la política.

No, señor, no iba a hacerlo. Pero fue un sesesh el que asesinó a los hombres que encontré muertos.

Es verdad que al mayor del Ejército Confederado William J. Alexander, de Camp Verde, cuyo paradero es desconocido, se lo acusa actualmente de asesinato y de actuar como salteador de caminos. Lo que tratamos de determinar es cuáles de sus hombres tomaron parte en el ahorcamiento de los ocho viajeros que usted encontró muertos.

Clarence Hanlin era uno de ellos, señor.

Sé que esa es su declaración. Pero si tal cosa es cierta, debemos llegar hasta ella por medio de la lógica. Limítese a responder mis preguntas.

Sí, señor.

Así que disparó al ciervo, y falló, entonces se pilló un buen berrinche. ¿Qué ocurrió después?

Escuché ulular a unos coyotes y pensé que eran los comanches. Até mi yegua a la maleza y me alejé un poco y me tendí bocabajo en la hierba donde nadie pudiera verme. Pero cuanto más permanecía a la escucha tendido allí, más pensaba: «Esos no son indios; lo que son es coyotes». Me figuré que quizá había acertado al ciervo y lo había herido, y que el ciervo había escapado y bajado por allí y ahora los coyotes lo habían rodeado y estaban devorándolo. Así que pensé en aproximarme y echar un vistazo a ver qué hacían. Me acerqué a rastras por si acaso eran en verdad comanches y no coyotes. Así fue como me encontré con lo que vi.

Intente describirnos lo que vio tan detalladamente como pueda.

Por aquel entonces, usted no había visto nunca al señor Hanlin... ¿Es esto correcto?

No del todo correcto, señor. Había visto soldados ir y venir por los caminos próximos a Camp Verde, y creo que había visto a Clarence Hanlin entre ellos, pues me fijé en que tenía un ojo caído. Tenía una mirada que llamaba la atención, señor. No era una mirada agradable. No es que fuera feo, pero su facha no le hacía ningún favor.

Caballeros, ¿podríamos, por favor, dejar las risitas? Alfred, espero que lo estés anotando todo. Quiero cada detalle por escrito. De acuerdo, Benjamin, vio usted una manada de coyotes y a un hombre quien a su entender se trataba de uno de los soldados confederados destacados en Camp Verde, pero al cual, en aquel momento, no conocía por su nombre y con el que jamás había hablado, azuzando con un palo a los coyotes con la intención por lo visto de asustarlos. ¿Es así?

Sí, señor. Y les lanzaba ululatos, señor. Era muy raro, a mi entender. Había algo perruno en ello, señor.

¿Está insinuando algo con ello?

Si se refiere a si estoy insultando a ese hombre, no, señor. Supongo que igual podría decir que también sonaba un poco como un cerdo, señor, si pretendiera hacer lo que usted dice. Insinuar algo. No estaría muy fuera de lugar. Lo diré de otro modo. Hacía un ruido muy raro para ahuyentar a los coyotes. Me asustó bastante. Después lo vi ponerse de cuclillas como si se dispusiera a recoger leña o algo así. Había por el suelo un montón de ramas rotas. Pero lo que recogió no fue leña, sino un brazo. Y entonces vi que estaba unido a un cuerpo. Y entonces vi otros cuerpos.

Un momento. ¿Dónde estaban los cuerpos?

A su alrededor, por todas partes. Desperdigados, diría yo. Quizá habría una docena.

Para que conste, había ocho cuerpos.

A mí me parecieron más de ocho, por como estaban desparramados. Pero si usted lo dice serían ocho. Me encontraba a unos veinte metros, si no más. Había poca luz, puesto que el sol todavía no estaba en lo más alto. Y, ahora que lo pienso, supongo que lo primero que se me pasó por la cabeza fue que los cuerpos serían maderos y ramas, y que no había nada raro en aquello. Así que no me paré a pensar en ese momento en cuántos de ellos habría.

Había ocho muertos exactamente. Sabemos sus nombres. A algunos de los hombres que se encuentran en esta sala se les pidió que fueran desde el pueblo para ayudar a enterrarlos. Bien, prosiga. ¿Qué hizo usted cuando vio los cuerpos? Intenté figurarme qué había pasado y pensé: están esos cuerpos y esos coyotes y Clarence Hanlin con su palo y su ululato. Así que...

Clarence Hanlin, a quien usted aún no conocía como Clarence Hanlin, pero con quien más tarde usted, presumo, llegó a mantener algún trato...

Así es, señor. Por entonces lo conocía como el hombre del ojo caído, vestido con ropas sesesh, a quien creía haber visto ya en el camino que había cerca de Camp Verde. Así que me figuré que los coyotes estaban tratando de comerse los cuerpos y que el señor Hanlin, el sesesh, los estaba ahuyentando. Así es como vi aquello, hasta donde pude entender. Pero entonces me vino a la cabeza que tenía que haber algo más, pues ¿qué hacían los cuerpos allí? Pensé que a lo mejor los comanches andaban por la zona y habían matado a los hombres que los coyotes intentaban comerse, y que este sesesh llegó y, aunque tenga una cara difícil de mirar, estaba protegiendo los cuerpos. Pero quieto ahí, pensé. Porque entonces lo vi coger un objeto de la chaqueta de uno de los que estaban en el suelo. Lo cogió de uno, y dio un paso, y pinchó a otro con el palo, y se acuclilló y cogió también de aquel un objeto. Estaba saqueando a los muertos, señor. Estaba cogiendo cuanto encontraba. Fue de bolsillo en bolsillo, buscando cosas valiosas que rebañar. Llevaba un zurrón atado con una correa al costado, y allí metía las cosas. Me daba miedo hasta respirar, señor. Me figuraba que si me pillaba mirándolo vendría a por mí. No hice el menor movimiento. Se volvió hacia donde yo estaba en una ocasión y no me vio, pero yo sí que lo vi bastante bien. Tenía la mirada fija de una manera extraña, señor. Era una mirada llena de crueldad. Cuando vi aquello, me puse en pie de un salto y corrí como alma que lleva el diablo. Llegué hasta mi yegua y cabalgué tan rápido como ella alcanzó a llevarme de regreso a casa.

¿Y por qué no informó del crimen que acababa de presenciar?

No era fácil saber qué era un crimen y qué no, con tantas cosas malas como estaban pasando.

Creo entender que sus padres ya han fallecido. Sí, señor.

¿Hace mucho?

Sí, señor. Vivo solo con mi hermana.

Muy bien. Hábleme ahora de sus posteriores encuentros con este hombre.

Bueno, es una larga historia. Quería apiolarme. A mí y a mi hermana, a los dos.

¿Quería matarles? ¿Por lo que usted había visto?

No, señor. Por una cosa que pasó. Preferiría no tener que hablar de ello, si puede ser.

No puede ser, Benjamin. ¿Por qué quería matarle?

Bueno, señor. Supongo que fue porque mi hermana le pegó un tiro en un dedo.

¿Le disparó en un dedo?

Se lo arrancó de un tiro, señor.

¿Está diciendo que su hermana le arrancó de un tiro uno de sus dedos?

Uno y un cacho, señor.

Caballeros, dejen de reír. El chico lo va a explicar todo.

Benjamin, ¿nos cuenta lo que ocurrió?

Algo después de lo que vi en el Julian, mi hermana y yo estábamos sentados en un árbol, con una cabra atada a una estaca clavada en el suelo para atraer a una pantera. Mi hermana quería matar la pantera, pero fue el señor Hanlin quien acabó por recibir el tiro.

¿Le disparó accidentalmente?

No. Él la provocó, señor. Como él se acercaba pegando voces, ella le disparó, y bien que hizo, si quiere saber mi opinión, aunque en aquel momento no lo pensé así.

¿Debo entender que él tenía razones para acercarse y pegar voces?

Supongo, señor. Ella estaba pegándole voces a él.

Comprendo. Benjamin, me quedan al menos otras doce personas a las que he de interrogar hoy, así que no tengo tiempo para rodeos. Pero si Clarence Hanlin es un individuo propenso a cometer actos violentos sin provocación alguna, sería de gran ayuda saberlo. ¿Diría usted que ese es el caso?

Diría que hubo alguna provocación por parte de mi hermana solo si pegar voces es una provocación. Pero antes de su provocación él la provocó a ella mediante el innecesario acto de apuñalar a un camello, señor.

Uno de los camellos destacados en Camp Verde, supongo. Sí, señor. Así que diría que la primera provocación vino  de parte del señor Hanlin, hecha por él. El camello estaba muy viejo y fastidiado, y el señor Hanlin lo pinchó sus buenas veces en la joroba porque no se movía tan rápido como esperaba. El animal hizo unos ruidos muy fuertes y horrendos al ser apuñalado, señor, y cayó sobre sus rodillas: un final monstruoso para una bestia que había venido nada menos que de Egipto. Mi hermana no quiso quedarse de brazos cruzados, y estando como estaba en el árbol y armada con una pistola, y dado que la pantera no había venido para recibir el tiro, diría que el señor Hanlin estaba en el lugar y el momento menos indicados para apuñalar a la criatura de esa manera. Se lo contaré en pocas palabras si eso es lo que desea. Mi hermana...

Me temo que no tengo tiempo ahora mismo ni siquiera para la versión resumida. Lo que busco es información específica acerca de la inocencia o culpabilidad del señor Hanlin respecto al asesinato y su paradero actual. ¿Cuántas veces tuvo contacto con él tras haberlo visto en el Julian?

Bastantes veces, señor, después de lo que mi hermana le hizo en el dedo. Nos estuvo siguiendo durante dos días enteros y parte del tercero. En un momento dado nos alcanzó. Cambiamos algunas palabras. Cambiamos algunos tiros.

No tengo claro si lo que está haciendo es proporcionarnos poca información o demasiada, hijo, pero no me estoy acercando a lo que quiero saber. ¿Puede ceñirse al asunto?

Clarence Hanlin fue uno de los que asesinaron a los hombres del Julian, señor. Los ahorcó y les robó. Él mismo admitió que los ahorcó, y yo fui testigo del robo. Si es ahí adonde quiere llegar, entonces ahí lo tiene, señor. Lo más resumido posible, señor. Tiene mi palabra de que es verdad.

¿Le habló de los ahorcamientos?

Sí, señor. Con algún detalle, cuando nos alcanzó. Me dijo que también me iba a colgar a mí. Dijo que colgaría a mi hermana justo a mi lado y que nos miraría hasta que nos crujiese el cuello. Era un espanto de persona, señor.

¿Y su hermana también escuchó la confesión y la amenaza?

Sí, así es. Eso produjo todavía más problemas. Mi hermana es una persona con mucho genio.

Necesitaré que testifique.

No va a testificar, señor. Está llena de zarpazos y da pena mirarla. Además es mulata. Su madre era negra. No va a venir.

¿Entiendo entonces que tenía una madre distinta de la suya?

Bastante distinta de la mía, señor. En cualquier caso, las dos han muerto. En eso son iguales, señor.

¿Qué edad tiene su hermana?

Es dos años más joven que yo. Quince ahora mismo.

Doce cuando hizo lo que hizo con el dedo. Comprendo. ¿Sabe usted leer y escribir?

Bastante bien. He leído dos veces entero La ballena, sobre Moby Dick. He leído Malaeska: la esposa india del cazador blanco. Y he leído dos novelas de la serie Waverley. Todos esos libros me los dieron los prisioneros yanquis que había en el cañón. Les lancé una mazorca de maíz y de vuelta me cayó La ballena. Justo a mis pies. Y al día siguiente les...

¿Envía y recibe correo?

No, señor. Hasta ahora no. La estafeta de Camp Verde ya cerró. El lugar es una ruina y lo han saqueado. Podría recibir correo en la estafeta de la casa del doctor Ganahl, en Zanzenberg, que no está muy lejos de la mía. De todos modos, era un sesesh, y siguió siéndolo después, y ha huido a México, y no sé si...

Lo haremos a través de la estafeta de Comfort. Quiero que escriba un relato completo acerca de cada uno de los encuentros que haya tenido con Clarence Hanlin. Escriba detalladamente y sea sincero. En tres meses regresaré a Bandera, para entonces tendré que presentar mi recomendación a este gran jurado. Mientras tanto estaré interrogando a otras personas acerca del caso. Pero dado que usted ha tenido un trato personal con el señor Hanlin sus declaraciones resultan fundamentales. Nuestra labor consiste en asegurarnos de que la justicia prevalece en los crímenes cometidos por soldados confederados contra civiles simpatizantes de la Unión. Buena parte de ese trabajo lo hará usted. Quiero que escriba una declaración exacta acerca de quién es usted, quiénes fueron sus padres, quién es su hermana, y que describa hasta el más mínimo roce que haya llegado a tener con ese individuo al que conoce como Clarence Hanlin. Recuerde que se trata de su testimonio y que ha jurado decir la verdad. Después enviará su informe a la estafeta de Comfort. El jefe de la estafeta se encargará de que llegue a mis manos. Si me surgen más preguntas, las pondré por escrito y se las enviaré a Comfort. ¿Va allí a menudo?

Sí, señor, a veces sí, para vender los muebles que hago.

De acuerdo. Antes de que se marche, acláreme una cosa. He de suponer que no ha visto al hombre al que se refiere como Clarence Hanlin en los tres años posteriores a los encuentros de los que hemos hablado...

No, señor.

¿Y dónde estaba él exactamente la última vez que lo vio?

En la Medina, señor. Algo al norte de aquí. Hizo una curva. Y engullido que fue.

¿Engullido?

Por un remolino. Se metió en el remolino y no he vuelto a ver ni un pelo de ese hombre desde entonces.

Esto no me lo esperaba. ¿Cree que está muerto?

Me daría miedo si no estuviera muerto, señor. Sería algo antinatural.

Sin duda esto sí que es nuevo. Puede que acabemos con el señor Hanlin antes de lo esperado. ¿Está seguro de que era él?

Él y nadie más que él, señor.

Comprendo. Bueno. Esto no hace más que aumentar la importancia de su labor. Las pruebas son nuestro baluarte contra el caos. Si Clarence Hanlin es culpable y sigue con vida, debemos localizarlo y condenarlo. Si está muerto, debemos demostrar que así es. No podemos suponerlo sin más y permitir que siga en libertad cuando ocho hombres que viajaban a México fueron capturados, saqueados y ahorcados. Quiero que escriba el relato que le he pedido y lo lleve a Comfort tal y como he dicho. Quiero que anote bien todos los detalles.

Señor... No tengo papel ni lápiz.

Izac, ¿podría darle a Benjamin papel y pluma y un tintero?

Sí, señoría.

Benjamin, supongo que volverá cabalgando a casa. Sí, señor.

¿Sabe que los comanches han hecho asaltos por el condado de Blanco?

Sí, señor, vaya si lo sé. Y el señor Berry Buckalew fue asesinado en el Seco. Una vez mi padre y yo pulimos tejas con él. Y al señor Hines, que vivía en el campamento mormón, lo asesinaron en el cruce de Tarpley. Lo sé todo. También sé de los problemas con los kikapús. Estoy muy al corriente, señor.

¿Está su hermana sola en casa? Sí, señor.

Tenga cuidado ahí fuera, ¿de acuerdo? Gracias. Siempre lo tengo, señor.