VERA LA VAGABUNDA
Vera era una niña vivaz de cabellos volubles y verdes ojos. Al venir a la vida, a sus valientes y bondadosos padres se los llevó volando un violento vendaval.
Voluntariosa, Vera viajó aquí y viajó allá. Llevaba un viejo vestido muy voluminoso y cavilaba sobre si volvería a verlos.
«Volved, volved, volando en avión o navegando en velero», se desvivía.
Un día vislumbró en la vía un aviso que decía
SE VUSCA (nadie lo había revisado y había varias barbaridades). Vera vio:
—Vaya —aventuró Vera—. ¿Vendavales? ¿Ventoleras?
A veces, si le entraba hambre, Vera revolvía en la basura de un bar que vendía verduras y víveres en estado vomitivo y vertían en un cubo las sobras. Ella las devoraba sin vergüenza.
Una vez, a la vuelta del bar, Vera se volvió al percibir una voz débil y vacilante.
—Una verdurita, por voluntad.
—¿Eres un tejón, por ventura? —vaticinó Vera.
—Qué va. Soy una marmota verdadera.
—¡Pero si las marmotas comen madera!
—Esas verduras son igual de duras. Vera le dio una vulgar endivia babeada.
—¡Vaya! —vaciló la marmota—. Bueno, las he visto más viles.
—Vámonos —bramó Vera, y se desvanecieron en las sombras, cabizbajas. Convinieron conversar en voz baja para evitar que los del bar las vieran y buscaran venderles las sobras vomitivas que habían vertido en el cubo de basura.
—¿Por qué has venido a este pueblo en vez de vivir en el bosque? —buscó saber Vera.
—En el bosque había víboras y lobos. Era verdaderamente bestial. Quise ver qué vida había más allá y me vine, pero he visto que aquí en el pueblo abundan los buitres, los vampiros, los vendedores y bastantes bestias más. Varias veces me he visto en apuros.
—Eres bonito y valeroso —dijo Vera mientras vagaban por barrios vandalizados, entre bolsas de basura avivadas por el viento—. Voy a llamarte Valentín.
—Vale, vale —vociferó la marmota, saltando al interior del viejo y voluminoso abrigo de Vera. Era viernes cuando Vera y Valentín vagaban voluntariosos por la vía y avistaron el vagón de una carreta tirada por varios caballos veloces.
En un lado se veía biselado con verbo verde muy vivo y cursivo:
Vieron que los observaba una vieja con una nariz voluminosa, un ojo vago de vista vacía, varias verrugas no muy bonitas y cejas de vetusto líder soviético. Vestía un abrigo abultado a prueba de bomba y botas de lluvia rellenas con viejas vendas y virutas de papel de envolver. En una mano venosa llevaba un látigo de vértigo.
—¿Por qué vagas cabizbaja por entre los cubos de basura? —berreó la viuda Verruga.
—A mis valientes y bondadosos padres se los llevó volando un violento vendaval —la informó Vera. En el interior de su voluminoso abrigo, Valentín observaba ojo avizor.
—¡Una vagabunda! ¡Pues aviada vas! ¡Ven con la viuda Verruga! —rebufó la vieja, y la subió al vagón sin que Vera pudiera decirle: «¡Ni hablar!».
La viuda Verruga embutió a Vera en una banasta, y con su látigo de vértigo avivó a los caballos, que avanzaron a toda velocidad.
—¡Vuelva! ¡Vuelva! —bramó Vera, pero la viuda Verruga no vaciló—. Valentín, ¿qué vamos a hacer? —dijo en voz baja.
—He vivido peores vicisitudes —bisbiseó Valentín, sobrado.
Vera observó por un agujero de la banasta. Abandonaron la vía, el barrio y el vecindario, y ahora vagaban por un bosque donde los vientos bramaban y los lobos los imitaban. Se aventuraron por un verdadero vergel de violetas y verónicas y aroma a vainilla.
Por fin, atravesaron una verja y avanzaron veloces por una vía sobre la que era visible: «Viuda Verruga y su lavandería vintage. Lava y lava, más blanco que el blanco».
—¡BASTA! —bramó la viuda Verruga, y los caballos, reventados, se detuvieron—. Bienvenida a mi lavandería vintage, Vera.
Y la lanzó por un tobogán por el que Vera bajó a velocidad vertiginosa. Al fin se vio cubierta de agua enjabonada en una habitación desvencijada con una sola ventanita.
—¡Vaya con la vieja! —bramó Vera.
—Vaya, vaya —corroboró Valentín, a quien Verruga no había visto porque se ocultaba en el interior del voluminoso abrigo de Vera.
—Valentín, estoy bien agobiada. No vaticino nada bueno para nuestro bienestar. —Pero Valentín, abrumado, no la escuchaba.
Mientras Vera se lamentaba y desvivía bajo la ventanita, el viento soplaba y la Luna brillaba. Se vio vencida por el sueño y no pudo conservar la vigilia.
Cuando volvió a abrir los ojos, la avivó el barullo de las aves del bosque y el vergel tras la verja. Se encontraba abrumada.
—¿Dónde estoy? ¿De dónde vengo? ¿Adónde voy?
—De lo demás tú verás, pero estás en la lavandería vintage de la vieja Verruga. —Vio que varias voces la avisaban.
¡Vaya sobresalto! Resultaba que la vieja habitación no estaba tan vacía.
—¿Quiénes sois vosotros? ¿De qué vais? —preguntó a los tres niños que la observaban vacilantes.
—Somos Vernon, Virgil y Victor, vagabundos —vociferaron a la vez y a una voz.
Vera, boquiabierta, oyó que a los padres valientes y bondadosos de los tres se los había llevado volando un violento vendaval, y que la vieja Verruga los había volcado en su tobogán vertiginoso.
—Vaya con la vieja —volvió a bramar Vera.
La puerta se abrió con revuelo, y allí estaba la viuda Verruga, alzando al vuelo su látigo en dibujos vertiginosos.
—¡Basta de berrear, vulgares vagabundos, y a trabajar! —vociferó.
—No te muevas —avisó Vera al bulto que se agitaba en el bolsillo de su voluminoso abrigo. La marmota evitó los movimientos bruscos.
Vera vio que en las paredes había vistosos dibujos de avispas, vacas, aves, víboras y venados. La vieja les sirvió varias viandas robadas del vertedero, como vejiga de vencejo, varitas de gaviota, bananas con puré de verduras, babosa invertebrada en vinagre, y un buen vaso de un brebaje verdoso con sabor a las violetas del vergel y vestigios de vainilla.
Ni bien acabaron, la vieja Verruga los obligó a trabajar y trabajar lavando vestidos y bufandas y abrigos reversibles y levitas en las voluminosas bañeras de agua jabonosa de la lavandería vintage. No paraban hasta que el agua los calaba y caían reventados de lavar y lavar más blanco que el blanco, y entonces debían ir a verter barriles de agua jabonosa y volver a buscar agua limpia, doblar los vestidos para hacerlos agradables a la vista y devolverlos a sus bolsas vacías.
Era brutal.
—¡Trabajad, vagos! —bramaba la vieja Verruga, que a veces asomaba el látigo al vuelo por la ventanita—. ¡Dejad los blancos más blancos que el blanco u os daré un varapalo! —Y les daba con una vara y un bastón en los brazos mientras ellos lloraban y lloraban. Vera acababa verdaderamente vapuleada.
De noche volvían a recibir víveres y viandas de bajo valor nutritivo, y de nuevo a la habitación desvencijada con la ventanita, y vuelta a empezar.
—Es una vieja vacaburra —berreó Vernon.
—Una víbora —abundó Virgil—. ¡Voto a bríos!
—¿Será una vampira? —vaciló Victor, que vomitaba bilis.
—Vale, vale, pero lávate bien la boca —volvió Virgil.
—Bueno. —Victor babeó avergonzado.
—Es vil y avariciosa —Vernon vilipendió a la vieja—. Y avara: tiene una verdadera fortuna en billetes y bonos del Estado. ¡A ver!, como no abona sueldos… Nos envenena a base de varitas de babosa invertebrada, nos conserva reventados y debilitados de alivio, y ella devora vieiras y caviar en valiosa vajilla de Sèvres, servidos con buenos vinos de uvas variopintas.
—¡Esas verduras vencidas suyas que nos da sí que son vintage! —Virgil avivó la invectiva—. Nunca vamos a volver a la civilización, al pueblo, al barrio. Habría que atravesar la verja, el vergel y el bosque atiborrado de lobos salvajes.
—Barrunto que en verdad no es una vulgar vieja. ¡Es una bruja! —caviló Vera.
—Vas por buena vía. —Valentín, la marmota, asomó la cabeza por el bolsillo del voluminoso abrigo de Vera, tenía los bigotes cubiertos de polvo (Valentín, no Vera).
—¡Valentín! —se asombró Vera—. ¡Has vuelto! ¿Con qué has estado bregando? ¿Qué es de tu vida?
Valentín abrió la boca y mostró bien los incisivos.
—Si en una cosa somos virgueras las marmotas es en cavar.
—¿Has cavado un buen túnel para huir a toda velocidad? ¡Qué buena nueva! —se maravilló Vera.
—La verdad, he visto nuevas mucho más buenas —reveló Valentín.
—¡Marmota valerosa, bienvenida! —convinieron a la vez Vernon, Virgil y Victor.
—La verdad —dijo Valentín—, esta lavandería vintage no me convencía. Y la vieja Verruga es una babosa.
Antes de salir volando, los vagabundos trabaron la puerta con una vara que Valentín había roído; así, la vieja Verruga no vería que no estaban. O eso esperaban.
Se abrieron paso bajo tierra por el hoyo cavado por Valentín en el barro, hasta acabar bajo la verja, al otro lado.
—¡VIVA! —vitoreó Victor cuando la hubo atravesado.
—Vigilemos por si las viejas —avisó Virgil.
—Si vemos el vagón, debemos robarlo —caviló Victor, que bebía los vientos por los caballos.
—Y si yo tuviese alas volaría —valoró Vernon.
—Si yo tuviese un avión, tambiénvolaría—convino Virgil.
—Si yo tuviese una bazuca, lo volaría todo—aventuró Vera.
—Qué bestia —rio Valentín.
Se abrieron paso por entre el barro del vergel, pero al alcanzar un árbol vieron dos eventos notables.
La viuda Verruga pasó en su vagón, avivando a los caballos, que casi volaban de tan veloces que iban.
Y los lobos salvajes vinieron del bosque.
—¡Pero bueno! —bramó Vernon, al borde del llanto—. Ya barruntaba yo que estamos acabados.
—Voy a hablar con los lobos —dijo Valentín—. Son salvajes pero sabios y valoran la libertad.
—Y se ventilan a las marmotas en un abrir y cerrar de boca —le avisó Victor.
—No si al hablarles usas su palabra clave. He vivido en el bosque y los he vigilado. Sus aullidos, llevados por el viento, volaban por entre el aire viciado y acababan en mis oídos avizores.
Y así, Valentín fue a hablar, valeroso, con el lobo más viejo y sabio, que movió el bigote, conmovido.
—La viuda Verruga no es buena —valoró—. La verdad, hay quienes darían la vida por verla en la tumba. Nos vino a vender que le abriéramos paso en el bosque a cambio de sabrosas viandas como caviar del Caspio y vino del bueno, pero no ha validado sus bravatas. ¡Y cómo abusa de los vagabundos! No tiene vergüenza. La abatiremos a bofetadas.
Pero el vagón desbocado los había alcanzado.
—¡A un lado, lobos volubles! —bramó la viuda Verruga. Los caballos bufaban, reventados—.
¡Y vosotros, vagabundos, al vagón u os vareo!
¡No os conviene desobedecer!
Los lobos se volvieron hacia el vagón y se percibió un violento revuelo. Se abalanzaron salivando sobre la vieja y la sostuvieron por los brazos. Ella blandió su látigo, se liberó y corrió hacia la verja con los lobos a su vera, aullando a todo volumen. Una vez la alcanzaron, por suerte poco vieron los vagabundos de la brutal venganza de los lobos salvajes.
Apenas que su abrigo abultado se abría y sus botas de lluvia salían volando y… por fin, la vieja quedó como vino al mundo, y Vera, boquiabierta, vio que no era una viuda, ni siquiera una vieja: ¡la viuda Verruga era un hombre!, lleno de vello abundante y varonil.
—Vaya, vaya —observó el lobo más viejo, que había visto el aviso de SE VUSCA—. ¡Si es el brujo Birujo, dueño de la vil varita del viento, causa de vendavales y ventoleras, vestido de vieja lavandera como un cobarde! ¡El brujo avejentado que una vez hizo que el viento nos volara los bisoñés!
—Avejentado, sí, pero a veces peligroso —se avanzó el brujo, aunque avergonzado por haber quedado al descubierto (en varios sentidos).
—Sí, bueno, ya ves qué miedo —se burló el lobo viejo—. Vigilad con el látigo, en verdad es su varita —avisó a los valientes vagabundos, y volvió a Birujo—. Se ve que en vez de caviar del Caspio y vino del bueno, hemos obtenido bistecs de brujo —bromeó, babeando.
—¡Vale ya! —bramó el brujo Birujo—. ¡Ved qué invitación más ventajosa, ventajosa y vinculante! ¡Devorad a esos desvergonzados vagabundos y a la malvada marmota y os obsequiaré con viandas como nunca habéis visto o saboreado! ¡Vaca! ¡Vicuñas! ¡Bivalvos!
—O te devoramos a ti —le devolvió el lobo viejo—. Como vosotros veáis —avisó a los vagabundos—. Obedeceremos vuestra voluntad.
—¡Nuestro verdadero deseo es ver de nuevo a nuestros sabios y bondadosos padres, desvanecidos por este brujo en diversos vendavales!—vociferó Vera—. ¡Nos volvió vagabundos para obligarnos a trabajar en su lavandería vintage toda la vida!
—Ya basta de vareos y vapuleos —convino Vernon.
—Y basta de lavar y lavar —abundó Virgil.
—Y liberad a los caballitos del vagón —abogó Victor.
—¿Y bien? —bramó el lobo viejo al brujo Birujo—. ¿Haces volver los vendavales o te hacemos una lobotomía?
El brujo supo ver que lo habían vencido. Hizo vibrar su látigo que en verdad era una varita, lo alzó en volandas y le dio vueltas y vueltas en el vacío…
… hasta que entre volutas de nubes y vientos revueltos volvieron a revelarse los individuos varios que se habían desvanecido.
—¡Vera! ¡Vernon! ¡Victor! ¡Virgil! —balaron, conmovidos.
—¡BIEEEN! ¡BRAVO, BRAVO! —celebraron los vagabundos.
—Valentín, eres voluptuoso y salvavidas.
—Vera abrazó a la veleidosa marmota. Los caballos vitorearon y los lobos hicieron varias volteretas.
—Bien está lo que bien acaba —valoró el lobo viejo.
—He visto celebraciones más vistosas —balbució Valentín.
—Bueno, volvamos a nuestras vidas de antes del vendaval —invitaron las sabias y valientes madres de los previamente vagabundos—. Nos ventilaremos varios volovanes de avellana.
—Servidos con un buen vino —bisbisearon los padres.
Los lobos celebraron el evento devorando todas las viandas del brujo Birujo.
Los caballitos se fueron a vivir con Victor.
Valentín visita a Vera cada viernes en la ventana de su habitación. Ha hecho buenas migas con la madre de Vera, que le ha obsequiado con un abrigo viejo pero también voluminoso.
Al brujo Birujo los lobos le arrebataron la varita y la abandonaron en el vergel, entre las violetas y las verónicas. Lo obligaron a volver a la lavandería vintage de la viuda Verruga…
… donde hubo de vivir y laborar entre barriles y baldes de agua jabonosa mientras lavaba incansable más blanco que el blanco.