Opinión

Ortega y los jesuitas

21 noviembre, 1999 01:00

Dice el Ortega joven:


-Los jesuitas me hicieron tímido y pedante.

Efectivamente, Ortega fue tímido toda la vida, uno de esos tímidos que transforman su timidez en majeza. La metáfora rubeniana y el desplante torero le sirven a Ortega para espantar la timidez y pisar seguro, hasta ser ese conferenciante alucinatorio que deslumbra a Josep Pla en Madrid. Pero donde más se ve la timidez de Ortega, y de todo hombre, es en la relación con la mujer, siquiera sea amistosa. En este caso, la amistad, en Buenos Aires y Madrid y algún otro sitio con Victoria Ocampo, siempre más segura ella en su ignorancia ilustrada que él en sus sabidurías cimentadas. Tímido es el que fuma en boquilla y se peina la calva, como Ortega.

En cuanto a la pedantería, allá va esta confesión:

-De lo poco que escribió Cajal me interesa todo. De Menéndez Pelayo no me interesa nada.

Y no le interesa porque comprueba que don Marcelino trabaja so la superstición de °lo español". Ortega prefiere trabajar so la superstición de lo europeo, que todavía dura y que es mucho más amplia, variada y fecunda, aunque también superstición. Quizá Ortega sabe que no se puede vivir sino a la sombra de una superstición, y prefiere que ésta sea lo más razonable posible: la Razón. Haciendo Europa, Ortega toma contacto con Maragall. Cataluña ya es Europa.

Entre un filósofo de Selva Negra como Heidegger, y un filósofo en matriarcado de marquesas, como Ortega, entendemos mejor a las marquesas

Pero Ortega, señorito madrileño, no hay manera de que se sienta señorito barcelonés. La pedantería de Ortega, siguiendo con la frase, pedantería jesuítica, no trata él de suprimirla, acertadamente, sino que la va transformando en otra cosa, según la época y la "circunstancia" (aunque esta palabra, tan orteguiana, ya veo que no pega en una glosa de Ortega). De la pedantería hace el maestro una retórica, una metáfora, una cita "imprescindible", incluso una greguería. Buscando sitio para una conferencia, después de la guerra, con Julián Marías, encuentran un viejo casino agrario:

-Es un poco cursi -diagnostica Marías.

-No importa, lo cursi abriga. Genial greguería que Ortega recuerda, sin saberlo, del ensayo de Ramón sobre lo cursi, publicado en la revista de Bergamín, "Cruz y raya". Al propio Marías le dice, cuando éste le comunica su proyecto de hacer un libro sobre Unamuno:

-Unamuno, para usted, es un tema. Para mí es un problema.

Y tan problema. Con veintipocos años se permite darle consejos al rector y criticarle su morabitismo. Unamuno, pensador sin sistema, de hallazgos enceguecedores y como casuales, es el gran estorbo para Ortega en su misión de instaurar un pensamiento español "rigoroso", científico, europeo. Unamuno, desde Salamanca, le estropea todos los planes y divide a los públicos como "sentidor" más que pensador. Es un filósofo a la española y algunos nacionales le sienten más suyo que al archieuropeo Ortega, quien se forma en Alemania antes de saber alemán.

No debe entenderse tórpidamente como rivalidad taurina el duelo Ortega/Unamuno sino como un monumental obstáculo en el camino que encuentra el madrileño en su todavía hoy vigente europeización de España.
Ortega, que rechazó muy elocuentemente la España de la Regencia, en cuanto formas y estéticas, no deja de componer una imagen muy "Regencia" en su relación intelectual y amistosa con la argentina Ocampo. A veces el futuro gran hombre se comporta como un perfecto "pollo pera", de palabra y por escrito. Yo encontré en Moyano el "Azorín" de Ramón dedicado por él, con su letra roja, a la platense. Una Intelectuala que deja derramar así los libros -todavía tengo éste que digo-, es para mí lo que Lou Andreas Salomé a los grandes europeo de la época: Freud, Rilke, Nietzsche, etc. Tales bachilleras hicieron mucho daño en su día y no tienen nada que ver con el feminismo intelectual y sin mohínes que vendría luego. Pero estamos en un Ortega todavía capaz de escribir "besos para tus dos mejillas".

Muchos años más tarde, cuando Octavio Paz le pregunta por su vida sexual, la respuesta también es un poco jesuítica, pero mucho más sabia:

-La erección es un pensamiento y yo todavía tengo pensamientos. "La erección es un pensamiento". Platónica respuesta idealista. °Y yo todavía tengo pensamientos". No puede haber manera más jesuítica de aludir a las erecciones. Pedantería y timidez aún se amalgaman en esta genial frase orteguiana. Pero estamos ya en el
Ortega socialista que a los alemanes les llama "nacionaleros" y a los nazis "Nazional-liberalen".

Y todavía hay quien dice que Ortega no vio venir los fascismos, "El orgullo nacional de esta gente se ha salido de madre". Como el de Menéndez Pelayo. "El prejuicio 'Nación' es un octavo pecado capital". "Cuando he escrito 'nación' debí poner 'pueblo"'.

Con ese pueblo en la calle -años treinta españoles-, Ortega se retira. Cuando la sanjurjada, Azaña disuelve el golpe militar él solo, en una noche, sin más que un teléfono. A la mañana siguiente, el palacio se llena de ilustres que van a felicitar a don Manuel a toro pasado. Azaña anota en su diario: "Ortega sólo ha enviado un propio". No tenía Ortega, efectivamente, por qué secundar la política de Azaña, pero el pensador elitista del golf y de San Sebastián y el tenis de la Campo Alange y la caza del otro, no se resigna a los toreros ni al ingenio de los periódicos. Se retira a su Leibniz y su Heidegger, dispuesto a entender al hombre, ya que parece imposible entender a los hombres. Azaña, también escritor y pensador, es muy injusto con él:

-Ortega no tiene ideas; tiene ocurrencias.

Pero los diarios íntimos de Azaña están llenos de ocurrencias. El ingenio es algo así como la campanilla que anuncia los santos óleos del genio. Esto lo sabe mejor José Antonio Marina. Entre un filósofo de Selva Negra, osezno, como Heidegger, y un filósofo en matriarcado de marquesas, como Ortega, entendemos mejor a las marquesas. También Goethe herborizaba mucha aristocracia. Todo filósofo lo es a la sombra ominosa de un general, El de Goethe fue Napoleón, El de Ortega sólo fue Franco. En penumbras franquistas, la Academia le invita y el viejo Ortega se disculpa: "Para mí, el futuro se angosta".