Opinión

Alberti, en su arboleda

Los Alucinados

9 enero, 2000 01:00

Alberti es la simbiosis milagrosa y casual de una facilidad expresiva y una numerosa vida que expresar. El marinero se salva en tierra

La arboleda perdida, aun siendo un libro mal escrito, es fundamental en la vida y el conocimiento de Rafael Alberti, precisamente porque esa vida es intensa, numerosa, imprevista, viajera, anovelada. Alberti es su biografía mucho más que otros escritores que no tienen biografía, sino sólo bibliografía. En el 27, sólo Lorca llevaba camino de dejar una épica personal, pero se la interrumpieron, ay.

Quiero decir que Rafael Alberti, pobre y reiterativo de temas, tiene en cambio mucho que contar, y facilidad para contarlo en verso. Y en prosa, aunque con menos provecho literario del esperado. A Alberti lo sostienen sus muchas vidas, y esto es lo que da irisación y gracia a cada uno de sus libros, del Paraná a Roma, peligro para caminantes.

El poeta tampoco ofrecía un contenido muy original en su poesía fácil, pero la amante, la guerra, el comunismo, le dieron a sus versos la densidad que nunca hubieran tenido como vivencias personales limitadas al Puerto o a Cádiz. Alberti no era Cernuda y no podía hacer un poema trascendente a partir de una pequeña anécdota. Por eso leyendo La arboleda se comprende cómo este poeta de recursos cortos e insistentes, recurrentes, llega a un variado arcoiris de motivaciones que su existencia le brindó siempre y que él supo recoger y pasar a verso, banalizando algunos temas, pero iluminando todos los mundos que llenaron su mundo.

Así como Neruda, el Neruda de Residencia, llenó este libro genial de perfumes y sombras orientales por su estancia juvenil en Birmania, librándose del Modernismo expresionista de América, ya agotado, así Alberti se salía del alba del alhelí gracias a la empresa violenta de la guerra y a la bohemia política de toda su vida, hasta el final. (Aunque Neruda, por supuesto, tiene muchos más recursos para salvarse y nutrirse de sí mismo, como lo prueban las Odas elementales).

Quiero decir que RA tenía una tendencia de poeta local que a pesar de todo abruma su obra, tendencia que intelectualmente rompió el marxismo y vitalmente la guerra y el exilio. La ruptura de Lorca, por ejemplo, con el mismo mundo andaluz de su paisano es voluntaria, consciente, heroica, genial. Después de la sobresaturación del Romancero gitano sólo se puede uno ir a Nueva York a hacer surrealismo. Y luego volver para hacer teatro, hasta llegar a la universalidad de Bernarda Alba. Lorca es un poeta hondísimo que eleva la anécdota amorosa a categoría metafísica y a veces religiosa. Pero en lo exterior estaba tan prendido como Alberti de coloridos andaluces.

Prescindo en esta semblanza de dar anécdotas y sucedidos de Alberti precisamente porque sus admiradores malos y buenos han venido ahogándole en anecdotario. Su esposa, María Asunción Mateo, cometió, con la anuencia del poeta, el error de dar una antología titulada Todo el mar o algo así (Neruda ya había hecho Todo el amor). Cuando precisamente de lo que había que salvar a Alberti era de las salinas y la ola.

Estas antologías monográficas tienen el peligro de tornar reiterativo al poeta más vario o profundo, pues, al espumar en su obra el unitema donde se repite, inevitablemente descubrimos las reiteraciones y los recursos. Alberti gana mucho si saltamos de Sobre los ángeles a Roma y de Sermones y moradas a Noche de guerra en el Museo del Prado. El que se nutre sólo de sí mismo, como Juan Ramón Jiménez, aun siendo un genio, llega al automanierismo, así JRJ en sus primeras y últimas antologías. Porque el poeta ha de tener un mundo propio, pero no un mundo alquilado al Mundo, donde siempre se atiene a las cuatro metáforas esenciales, con variantes.
En la Arboleda hay muchas cosas, aunque no hay buena prosa (falso eso de que todo buen poeta hace una prosa equivalente). Alberti necesita rimar y sólo acierta cuando rima y la rima es la salvación terminal de cada poema suyo, y por eso en la rima está el peligro y el suicidio de un poeta que sólo y siempre se salva por el hallazgo final, pero siempre hallazgo verbal.

No ve uno estudiado a este Alberti, que es el verdadero. Parece que interesan más, incluso a los críticos, los marujeos de las viudas de Alberti. Ningún poeta ha necesitado tanto de su vida para potenciar su obra. Alberti necesitaba Rusia para purificarse de Cádiz. Necesitaba la guerra y la sangre para redimirse de tanta alegría gratuita como le brindaba el Sur a su facilidad. Le traté mucho y siempre había en su boca un gesto amargo. ¿Por qué ese gesto amargo?¿Por qué no reía nunca abiertamente, aunque nos hemos obstinado en hacerle el poeta de la jovialidad? Porque no le gustaba la vida tanto como dicen, porque quería y no quería ser Lorca, y, ya de serlo, no sabía si ser Lorca vivo o Lorca muerto.

Alberti es la simbiosis milagrosa y casual de una facilidad expresiva y una numerosa vida que expresar. El marinero se salva en tierra. El marinero siempre en el mar nos da la antología que ya hemos dicho, reiterativa hasta el cansancio en él y en sus glosadores.

Por eso la vuelta del exilio no le benefició nada literariamente. Porque eso era volver a la paloma, inevitablemente hecha disco, volver a Jerez de la Frontera y todo lo que rima con frontera. Ya lo he contado otras veces: recién llegado me dijo, recordando nuestra amistad en Roma:

-Este no es mi Madrid, Umbral, yo me vuelvo a Italia.

No se volvió, pero el dato revela que estaba cansado y asustado de que le obligasen a repetirse, a empezar otra vez con los alhelíes. Pero era un gran poeta también al margen de la poesía, y supo entregarse a la altamar de la guerra, de las guerras, de los exilios y las ausencias, a la violencia de América y el silencio de Asia. La geografía fue el pulimento de Alberti. No me extraña que últimamente no recibiese a los amigos locales. Sabía ya que eran sus enterradores.