Opinión

Arte y locura

30 enero, 2001 23:00

La expresividad plástica de los enfermos mentales me parece conmovedora, y a veces disfruto de ella estéticamente. Pero convertirla en paradigma de la creación artística, como se ha intentado a veces, me parece un error

En mi biblioteca hay una balda llena de libros sobre arte y locura, genio y locura, creativity and madness, y temas emparentados. Es un asunto que me preocupa y me irrita a la vez. Nuestra cultura ha prestigiado la locura, la ha convertido en un mito creador, lo que me parece peligroso y falso. Ha habido un cántico posromántico a la anormalidad como fuente de excelencia artística, que se unió a la adoración del genio como persona fuera de toda norma, de toda proporción, de todo sometimiento. La dialéctica entre arte y locura, que ahora revive gracias a la exposición del MACBA, nos introduce en los sótanos de la cultura occidental, donde arte, psicología y ética se encuentran. La historia es larga de contar. Platón habló de la “locura divina” que arrebata a los poetas. El autor del “Problema XXX”, atribuido erróneamente a Aristóteles, prolonga esta idea con una frase lapidaria que resonó poderosamente durante el Renacimiento: “Todos los genios son melancólicos”, es decir, locos.

Sin embargo, los transtornos mentales producen una sorprendente impresión de monotonía en su desarrollo y manifestaciones: No sé a qué locos conocen los que cantan las potencias creadoras de la locura. En El concepto de la angustia, Kierkegaard escribe: “La locura es el lastimoso perpetuum mobile de la monotonía”. Tellenbach, al describir las grandes depresiones, comenta que no es acertado decir que los pacientes hablan depresivamente. Sería mejor decir que la depresión habla por los pacientes, a la vista del rutinario despliegue del proceso patológico. Algunos artistas -Hülderlin, Van Gogh- prolongan en su locura sus hábitos de artistas, cuidadosamente adquiridos previamente. A mí me parece terrible lo que Hülderlin escribe desde su demencia: “Somos un signo sin significado,/ No sentimos dolor y casi hemos/ perdido nuestro idioma en tierras extrañas...” Cuando su locura aumentó, se hizo el silencio. “Antes escribí libros muy bonitos”, dijo el Nietzsche loco en un flash de lucidez.

Hay una confusión que conviene aclarar. En la obra artística se dan dos niveles de articulación. Uno es el nivel de la ocurrencia, lingöística, plástica, rítmica. Es el reino de la pura expresividad. El arte es otra cosa. Implica selección, proyecto, lucidez, aprendizaje. Arte es artificio de la inteligencia. Crear es, a mi juicio, producir intencionadamente novedades eficaces, que sirvan para cumplir un proyecto científico, literario o plástico. La naturaleza crea formas maravillosamente bellas y sorprendentes.

Cultivo orquídeas y me parece fascinante la variedad y hermosura de sus diez mil variedades, pero sólo metafóricamente podemos considerar que la Naturaleza sea una artista. Valèry, que estuvo muy preocupado por el mecanismo de la creatividad, decía que la primera ocurrencia de un poema es siempre casual. “El buen dios/ la musa/ nos da gratuitamente el primer verso. Pero a nosotros nos corresponde hacer el segundo, que debe rimar con éste y no ser indigno de su hermano”. Lo que puede hacer el artista es “hacer habituales y funcionales los hallazgos que en principio eran azarosos”.

La enfermedad mental es, sin duda, fuente de ocurrencias. Los esquizofrénicos, por ejemplo, experimentan alucinaciones. También las drogas provocan ocurrencias. Huxley, que era un buen escritor, elogiaba con exaltación la belleza de sus experiencias con el peyote. Hubo un tiempo en que se pensó que el LSD alumbraría un nuevo arte psicodélico. En estados patológicos se pueden producir formas, objetos, expresiones que desde fuera podemos disfrutar estéticamente. Pero su producción no convierte en artistas a sus autores. Aquí surge el asunto más interesante. El arte plástico del siglo XX ha intentado anular la figura del artista. Ha pretendido llegar al grado cero del arte. Quiso ensalzar la espontaneidad, la naturalidad, el ven como estés, el azar. Consideró que el arte era un perverso artificio creado por la perversa cultura. Había que volver a la naturaleza bruta. En 1945, Jean Dubuffet, en un texto titulado “L’art brut préferé aux arts culturels”, escribió: “Entendemos por art brut las obras ejecutadas por personas no dañadas por la cultura artística. En él asistimos a la operación artística pura, bruta, reinventada enteramente en todas sus fases por su autor, a partir sólo de sus propios impulsos”. El arte del siglo XX se sintió obligado, más por una razón moral que estética, a elogiar la libertad como espontaneidad, repudiando toda atadura. Queriendo alcanzar la liberación, sólo consiguió consagrar el todo vale.

La expresividad plástica de los enfermos mentales me parece conmovedora, me interesa mucho como psicólogo, y a veces disfruto de ella estéticamente. Pero convertirla en paradigma de la creación artística, como se ha intentado a veces, me parece un error que metió en un callejón sin salido a parte de la vanguardia del siglo XX. Lo expliqué con detenimiento en Elogio y refutación del ingenio.