Opinión

Lapesa, la generosidad de un maestro

7 febrero, 2001 01:00

Hoy en día, cuando la vida universitaria y la mayor y más visible parte de la sociedad parece haberse entregado al tópico, a la reiteración, al manido efectismo, se hace más valiosa la figura y el ejemplo de don Rafael Lapesa, tan callada y discreta incluso en la manera de irse, poco a poco, sin ruido. Sólo cuando hemos recibido la noticia de su muerte, noticia que esperábamos de un día para otro, nos hemos dado cuenta de que todavía estaba ahí y de que lo hemos perdido del todo. Ha sido en ese momento cuando los recuerdos y los afectos, las deudas y agradecimientos han como revivido y se han agolpado en la cabeza de quienes fuimos sus alumnos, de quienes le conocieron en persona o por sus escritos. Esta salida ha sido su última lección frente a quienes tanto se ocupan por las apariencias, por las vanidades de este mundo, como si el parecer pudiera suplantar al ser.

En este sentido, ha sido un final coherente con una vida. Don Rafael, como profesor, impresionaba por la claridad de sus explicaciones, por la naturalidad con que abordaba y exponía unos temas difíciles y, muchas veces, áridos; entonces era posible percibir la extensión y profundidad de sus saberes, y, sobre todo, la manera en que abordaba los problemas: frente a la improvisación, la vaguedad y la vagancia de tantos otros, don Rafael era la exactitud, la precisión y el trabajo; y frente al exhibicionismo de tantos listos, era la austeridad y la mesura, la comprobación de los datos y la referencia constante a los documentos y a los textos literarios. Sobre esto, estaba la actitud humana con la que daba lo que tenía a sus alumnos y discípulos o colaboradores, esto es, la generosidad de un maestro que enseñaba a trabajar, que corregía, completaba o ampliaba lo que podía, y lo hacía de una manera más natural, como si proceder así estuviera en el orden de las cosas.

Frente a la improvisación, la vaguedad y la vagancia de tantos otros, don Rafael era la exactitud, la precisión y el trabajo; y frente al exhibicionismo y las ocurrencias impresionistas de tantos listos, era la austeridad y la mesura

A veces daba la impresión de que, por timidez o pudor, se escondiera detrás de la ciencia de la exposición objetiva; de sus clases no era posible deducir qué pensaba en otros asuntos, en otros temas. No le recuerdo ningún comentario en el que se transparentara su manera de pensar, por ejemplo en política; sólo un día, a raíz de las detenciones de unos profesores, por encabezar una manifestación en la Ciudad Universitaria, dedicó la clase a explicar las cosas. Por lo demás, daba lo mismo que profesara una fe u otra, porque su integridad y su dignidad estaban en él mismo, en su personalidad, y no le hacía falta acudir a etiquetados ajenos que le prestigiaran.

En cuanto a la obra que deja, sin duda hay que destacar su Historia de la Lengua Española, uno de esos libros que se conocen por el nombre del autor, El Lapesa, convertidos así en paradigmas, obras por todos conocidas y por todos valoradas: no hay estudiante de Filosofía y Letras que no lo haya utilizado, y que no lo recuerde con cariño. Pero no es sólo esto, son también excelentes, por ejemplo, los estudios dedicados a Santillana o a Garcilaso, y, en el otro extremo, al Fuero de Avilés o a la evolución de los casos latinos en castellano, etc. Y esta es la cosa, que podía dominar temas tan alejados y hacerlos apasionantes, precisamente porque levantaba una verdadera investigación, seguía unas pistas, establecía hechos, rectificaba... y acababa convirtiendo la indagación en una aventura. Había veces que seguir su estela se hacía difícil, pero no porque no viéramos por dónde iba, ni porque dudáramos de que efectivamente, era el camino adecuado, sino porque su capacidad de trabajo no era normal y si se empeñaba en llegar al fin de una empresa, no había momento de descanso ni dificultad o adversidades que no enfrentara. Así ocurrió en la Academia con el proyectado diccionario histórico, que llegó hasta donde él lo llevó, porque no se podía ir más lejos en este terreno.

En algunos casos, como el del volumen De Berceo a Jorge Guillén, Lapesa se permitió la libertad de exponer sus recuerdos y la implicación personal que le unía con Américo Castro o Jorge Guillén, en unas melancólicas evocaciones; pero hace otras cosas, como rectificar, en el artículo dedicado a la Comedieta de Ponza, fechas y datos de su primer libro sobre Santillana, pues todo saber es una continua rectificación, que es un avance. Y esto es lo que aprendimos de él, y lo que hemos perdido, un modelo y un maestro.


El sabio y la ministra

Carta manuscrita de Rafael Lapesa a la entonces ministra de Educación y Cultura, Esperanza Aguirre, en septiembre de 1997, en respuesta a su consulta sobre el proyecto de reforma de los planes de estudio.

Distinguida amiga:

Agradezco vivamente el honor que me ha conferido dándome a conocer el proyecto de Real decreto referente a la enseñanza de la lengua castellana y su literatura, y pidiéndome opinar sobre él.

Estimo que el mencionado proyecto es, en general, excelente. Sólo se me ocurren algunas adiciones y enmiendas que creo oportunas y son las siguientes:

Página 9, Geografía: propongo suprimir los en la segunda columna, 1.2, 1.3, 1.4 y 1.5, así como la en 1.2.1 y las en la pág.12, IV.1. “Las consecuencias...”

Página 29, III, 3.3. Propongo las adiciones que subrayo: III. “La literatura de pensamiento: Quevedo y Gracián.” III, 3.4: “Lope, Tirso de Molina, Ruiz de Alarcón(1) y Calderón”.

III, 3.4: “Corneille, Racine y Molière”.

Página 30. III, 5.2. Sustituir poesías y poesía por literaturas y literatura, ya que también interesan las obras literarias en prosa.

III, 5.3. Añadir lo subrayado: “La novela histórica, realista y naturalista. Alarcón, Valera, Galdós y Clarín”.

Pág. 31. Incluir a Unamuno en la línea 3, antes de Antonio Machado; y en III, 6.3, última línea: “El ensayo español del siglo XX: Unamuno y Ortega y Gasset”. Si no, parecería a que don Miguel habría sido mero novelista.

Pág. 33, 20. Confieso no saber qué es eso de hiponimia.

Perdóneme estas observaciones, hijas del deseo de cooperar al importantísimo proyecto de V. Perdóneme también mi letra de pulga. He olvidado escribir a máquina y no dispongo de mecanógrafa.

Saluda a V. muy cordialmente el vejestorio casi nonagenario que se llama

Rafael Lapesa

(1) Creo que El burlador de Sevilla, El condenado por desconfiado y La verdad sospechosa son obras fundamentales del teatro español y del universal.