Opinión

Rosa Montero

Los columnistas

21 febrero, 2001 01:00

Rosa Montero, la chica de Cuatro Caminos, la niña del banderillero, se ha convertido en una de las mujeres más representativas de la nueva feminidad española

R osa tenía un padre banderillero por Cuatro Caminos, hablaba siempre en la jerga de Forges y hacía teatro en los Goliardos, de paso que cursaba periodismo con cierta afición. Rosa era un acertado caos de libros, periódicos, viajes, risas, vocaciones, conversaciones, novios y un mehari vertiginoso, incompleto y aventurero. Rosa, Rosa Montero, era una chica gordita que pronto se puso a dieta, perdió arrobas y le añadió, a su nueva estilización, unas constelaciones de estrellas y astrologías pegadas por la cara y por el cuerpo. Rosa era una especie de Mafalda que había crecido, feminista y progre como Mafalda, que vivía en cómic hasta que le metió a todo eso seriedad, compromiso y libros.

La Montero dudaba entre el teatro y el periodismo. El caso es que todo lo hacía bien. Trabajó como una ráfaga en la agencia de Leguineche, paseó a las niñas de Pilar Cernuda y alternó el tabaco con los porros, el porro con los ducados, pero siguió teniendo la voz infantil y urgente que todavía tiene. Trabajamos juntos en las revistas de la época, como Bocaccio y Destino, Hermano Lobo y otras. Rosa consumía muchos limones crudos y abusaba del mehari como si fuese un barco velero o una nave espacial. Escribía cada vez mejor, ganando en libertad y gracia, de modo que le aconsejé el periodismo como opción definitiva, ya que los Goliardos, como toda cosa alternativa, le ofrecía más incertidumbre, aunque yo creo que lo que más atraía a Rosa por entonces era la incertidumbre.

Fuimos a Illescas a hacer un reportaje sobre los famosos Grecos, pulcramente glosados por Azorín. Los Grecos estaban en una capilla y una monja vino a escandalizarse de los brazos desnudos de la periodista. Con escándalo y todo, yo creo que la cosa nos salió bien. Más tarde, Rosa ingresa en El País o se va a Escocia a aprender inglés, y en poco tiempo es una intelectuala que ha encontrado su sitio en la profesión y no sé si en el mundo. Dirige el dominical de El País y escribe unas columnas llenas de conciencia feminista, conciencia social y rebelión permanente. Su famosa vitalidad de adolescencia se había encauzado en un grave compromiso con la izquierda, con la causa del feminismo y con todas las causas nobles e indefensas del mundo. Ya no olía a limón a todas horas, sino que olía a imprenta, a tabaco y a mitin.

Habíamos dejado ya de trabajar en equipo, naturalmente, y yo apenas la veía, pero leía sus cosas, incluso sus libros, cuando empezó a publicarlos, que son novelas donde se da realidad literaria a la realidad cotidiana de la humillación de la mujer. Estas novelas le ganaron un público sectorial, que es el que tiene toda obra de tesis, pero también un alrededor de lecstores y lectoras que la leían y seguían como el símbolo de algo, la libertad, el sexo, la modernidad, la revolución o todo junto. Hoy es un valor seguro de la novela femenina o de la novela simplemente.

Sus columnas, que empezaron siendo regocijadas y forgianas de lenguaje, como ya se ha dicho, se irían adumbrando con el tiempo bajo el perjuicio de la insatisfacción, la gravedad de los temas, la cercanía a Izquierda Unida y ese atardecer de la juventud que asoma muy sutilmente a los ojos de una chica cuando se ha hecho mujer con todas las consecuencias. Sigue siendo adolescente, pero en su alegría hay treguas de silencio y sombra. Aquellas columnas parleras yo diría que desaparecieron para siempre. me alegraba más verla marchosa y frívola, pero no dejo de admirar la coherencia con que ha asumido sus mejores compromisos, más valiente que cualquier hombre, sacrificando el brillo urgente de una columna a la justicia profunda de un tema.

Rosa Montero, la chica de Cuatro Caminos, la niña del banderillero, se ha convertido en una de las mujeres más representativas de la nueva feminidad española, e incluso ha escrito ensayos sobre la condición de la mujer en la literatura y en el tiempo. Supongo que es feliz con sus amores y que el dinamismo natural de su cuerpo y su alma no le deja tiempo para la soledad y no le deja tiempo para la melancolía, ese pecado. Lo que no volverá, Rosa, aunque hayas cumplido como la mejor, es aquel mehari loco, aquellos limones que limonaban el día, aquellos flecos tuyos, o sea de tus vestidos, que multiplicaban tu velocidad. Eres una lección moral y profesional para nosotros, pero pusiste tanta juventud en el empeño que hoy te me llenas de graveza aunque aparezcas, como siempre, levantando los brazos y pegando gritos.

Digamos que la niña cumplió como mujer, pero se salvó como niña, y eso forma parte de la justicia alegre de vivir. Perdona si me equivoqué entonces y tú eras un goliardo natural y femenino que había nacido para mayor acracia. Nunca se sabe. La admiración por tu fortaleza hembra se me complica con la nostalgia de tu juventud alborotadora, transgresora y plural. Recuerdo cuando íbamos a El Avión, al final de Hermosilla, a tomar whisky con pipas y oír las canciones antiguas de César, el pianista cojo que funcionaba con cerveza y sentimentalismo. Había fotos del Atlético Aviación y aquello era un antro de postguerra, una postguerra que tú no habías conocido y disfrutabas como un NODO. Ahora el NODO somos nosotros y rebobinar nuestra vida no sirve para nada. Bueno, a mí me sirve para hacerte esta semblanza desordenada y llorona.