Image: Por la vida y por la muerte

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Opinión

Por la vida y por la muerte

Por el camino de Umbral

25 julio, 2001 02:00

Los románticos y los malditos dejaron un rastro de opio y ajenjo en todo lo que escribieron. Escribir, ya en sí, es una manera de envenenarse. La literatura, panal de sueños.

Julio. Miércoles, 18

Hay hombres que trabajan por la vida. Hay hombres que trabajan por la muerte. Llevado de la mano del fracaso he recorrido esos blancos pasillos, con un sol interior, donde el laboratólogo, el minucioso analista, la profusa doctora, el hombre de la estatura de la ciencia, estudian todos los días nuestra salud, recuentan por la mañana nuestro cuerpo ausente, dicen lo que nos mata, dicen de qué vivimos y de qué morimos, y un cirujano grave, jardinero de ojos va desgarrando la luz con mano suave para mostrar el mundo al que no ve.

Hay una España que labora y cura, como hay otra España que investiga la entraña negra del carbón o bien frecuenta la amistad cetácea de los peces debajo de la mar y sus basílicas. Trabajar para la vida es lo que hacen hoy los españoles, salvo esa brecha del paro. Pero hay otros, no se sabe si españoles o qué, que trabajan para la muerte casi a diario en una triste artesanía que se extingue a sí misma. Es hermoso integrarse en la paciencia de los hombres, en la pluralidad de los españoles, incluso de los que no saben que lo son, y no se entiende qué España o qué antiespaña es la que están fabricando los autores de muertos, los artesanos del crimen, los que quieren hacer un país con sangre y con mentiras.

La patria que ésos quieren hacer será una patria sin vecinos, todos muertos, una patria muy triste, llena de obispos fieles y sumisos que no rezan a los muertos porque eso es hacer política. No es que los funcionarios de la muerte tengan menos fe que los funcionarios de la vida, pero su trabajo es más triste, más monótono y más inútil. La vida, sabedlo vosotros, sólo nace de más vida y si hubiérais devorado al niño de Atapuerca, en un canibalismo espiritual, hoy no tendríamos memoria de que el hombre es antiguo y laborioso. Cada cual a lo suyo y a ver qué sale de tanta muerte. Quizá quede un borrón de sangre negra en la pared escrita de algún pueblo.

Jueves, 19

Ahora que se va Samaranch podemos hablar del dopping en el deporte y en el mundo olímpico en general. Los pueblos primitivos tomaban yerbas imaginativas que les traían los ríos en su cuenco de agua. Los románticos y los malditos dejaron un rastro de opio y ajenjo en todo lo que escribieron. Escribir, ya en sí, es una manera de envenenarse. La literatura, panal de sueños. Baudelaire y Sartre tomaron sus venenos. Desde el viejo escritor de café hasta la lozana olímpica de los mil metros lisos, el hombre y la mujer quieren sacar de sí más de lo que son, más de lo que tienen. Quieren ir más lejos que Juan Ramón cuando aconsejaba dejar sólo un pellejo vacío. Hay un tirón del hombre que le lleva a hacer más de lo que puede, y sólo ése es el que hace lo que debe. Alas de droga y juventud llevan a las muchachas a triunfar como hombres. El preparador es sólo su ángel de la guarda. A este tirón hacia arriba, que es el que al hombre le ha hecho tal, desde Atapuerca, es lo que la feligresía llama espiritualidad, voz de Dios, pero es más bien la voz del demonio (sin esa voz no habría demonio) la que entiende el triunfo -y no sólo el amor, maestro- como destrucción. Uno reconoce enseguida a los triunfadores por ese algo que tienen de seres destruidos, desnivelados y agachapandados. Son los que dejan una obra, un caballo austral en Santillana o un caballero de la mano rota al pecho, que así era Cervantes.

Viernes, 20

Ha insistido uno hasta el exceso, y nunca será bastante, en la diferencia entre escribir y redactar. Por la brillante colección novelística de El Mundo vemos que la inmensa mayoría de nuestro novelistas se han limitado a eso, a redactar sus libros y contar su historia con mejor o peor sintaxis. Lo de la sintaxis como facultad del alma es cosa de extranjeros aburridos que no tienen nada que decir. En España se les ha leído muy poco. Incluso nuestra poesía lírica pisa en abismos de prosaísmo y vulgaridad, como es el caso de Núñez de Arce y Antonio Machado. Aquí nadie nos ha explicado nunca que los sonetos de Quevedo a las rosas valen más como rosas que como sonetos. Quiere decirse que esas rosas están creadas en el poema, como más tarde aconsejaría Vicente Huidobro. El mazorral de nuestra prosa novelística ha cubierto casi dos siglos de realismo, prosaísmo y gramática infame. La escritura literaria, que es la única escritura, tiene que ser creativa desde la primera línea, desde la primera palabra, para quedar como invento y para perpetuar la arquitectura, tantas veces pueril, de lo que se nos va a narrar. Dijo Marcel Proust que la metáfora es el joyel que eterniza lo dicho. Por su parte Azorín, que era tan fino (nuestros finos suelen ser de pueblo) afirma que escribir con metáforas es hacer trampas. Se ha cargado toda la literatura occidental, desde Shakespeare a Apollinaire. Así le va.