Image: Primavera delgada

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Opinión

Primavera delgada

9 enero, 2002 01:00

"Cascada" (fragmento), de Arshile Gorki (1943)

Guillén tenía y tiene la calidad de padres para los jóvenes poetas. También la tiene Juan Ramón Jiménez. Padre es el poeta que además de enseñarnos a escribir nos ofrece un mundo pleno y propio, como Dios se lo ofrece al hombre, para que en él podamos vivir perdurablemente

"Cuando el espacio sin perfil resume con una nube su vasta indecisión a la deriva ¿dónde la orilla? Cuando el agua duramente verde niega sus peces, primavera delgada entre los remos de los barqueros". El río de mi ciudad era espacioso y mitológico, extenso de bosques de agua y de leyendas. A media tarde alquilaba yo una barca y navegaba solitario adentrándome en el llamear verde de las aguas venideras como si me adentrase en el poema de Jorge Guillén. Guillén tenía y tiene la calidad de padre para los jóvenes poetas. También la tiene Juan Ramón Jiménez. Padre es el poeta que, además de enseñarnos a escribir, nos ofrece un mundo pleno y propio, como Dios se lo ofrece al hombre, para que en él podamos vivir perdurablemente, lejos de los guerreros y sus quimeras, bajo el beneficio de la perfección, la plenitud y el presente.

Juan Ramón ofrece un paraíso espiritual, pero Guillén nos fabrica algo así como un panteísmo puesto al día, y estas tres palabras que he escrito son la trilogía que comprende toda su obra. Perfección porque él sólo canta las cosas perfectas, lo perfecto, la piedra o el astro. Plenitud porque Guillén siempre sorprende las cosas plenas, grávidas, a punto de parir aún mayores perfecciones. Y presente porque todo Cántico es un canto al presente detenido, vivido, eternizado, mientras los otros hombres lo dejan escapar hacia el futuro o hacia el pasado.

Conocí a Guillén en mi ciudad y desde entonces fuimos amigos. Me escribía, muy viajero, desde todas las partes del mundo. Nunca he comprendido cómo aquel hombre gris, aquel profesor de ceniza pudo alumbrar tanta claridad sobre la tierra, tanta luz perdurable encendiendo las cosas. Pero su condición, su calidad y cualidad de padre poético me ha presidido siempre, o más bien ha presidido mi desorden, mejorando la sintaxis de todo lo que pienso y abreviando el exceso de todo lo que digo. En su mundo pitagórico e ingenuo habité largamente, no sólo cuando tomaba una barca de su río, de nuestro río, para internarme en sus poemas que perseguían lo verde en todos sus matices, hasta el más profundo, como me dijo él.

No hay mayor ni mejor paternidad, aparte la oficial y natural, que la de un maestro así, escribiéndome desde cualquier continente para subrayar el acierto de una coma, la luz de un adjetivo en mi crónica diaria.

"Cuando el espacio sin perfil resume con una nube su vasta indecisión a la deriva ¿dónde la orilla?" Yo era el espacio sin perfil, con mi vasta indecisión a la deriva de las aguas, indeciso siempre de orillas, sin decidirme a atracar en la izquierda o en la derecha. Era el vaivén adolescente de la vida en el que yo me perdía, y sólo los versos duros y precisos de aquel Pitágoras lírico de traje gris me enseñaron la precisión de las cosas, la disciplina de los perfiles y la lujuria de la castidad del planeta. "El pie caminante siente la redondez del planeta". Esa redondez era buen punto de apoyo para insistir en una vocación prematura. Rimbaud había descubierto que "mi caos es sagrado", y el mío también lo era, pero gracias al espiritualismo silvestre de Juan Ramón y el realismo geométrico de Guillén, mi escritura se iba centrando en algo que, sin ser real, era mi realidad.

"Cuando el agua duramente verde niega sus peces". Extraño adverbio de modo que da rotundidad al verso y me devuelve la textura de aquel agua profunda que negaba sus peces, es decir, que los ocultaba de tan verde, porque hay en los poemas de Cántico sorpresas estilísticas que no traicionan la estética guilleniana, sino que la hacen dar un paso adelante en su captura de la realidad siempre viviente y escapadiza.

En el primer Cántico, incluso, estamos a punto de la metáfora surrea-lista o cuando menos lorquiana: "óperas de incógnito". Así define Guillén las luces de la ciudad nocturna reflejadas en el asfalto mojado. Por eso anoto que se trata del primer Cántico. Todavía aquella terne escritura conocía desvíos hacia la moda. Pero también la imagen nos sirve, porque siempre, en todo Guillén, "el pie caminante siente la redondez del planeta". Paternidad del poeta paisano que se ha mantenido toda la vida. A su río, que era el mío, le han puesto puentes y edificios, pero no tengo más que abrir el gran tomo de Cántico para encontrarme de nuevo en la barca de la Oliva, una peseta la hora, remando seguro e incierto hacia aquellos abismos de agua y verdor que llegué a dominar un día como llegué a dominar mi escritura cuando sólo era un espacio sin perfil, una vasta indecisión a la deriva, una geografía sin orilla. El libro de que hablo lo había comprado yo el día de mi santo con veinte duros que me dio mi madre. Ella me dijo, al desempaquetar el tomo:
-Mejor te habías comprado una corbata.