Image: Días felices en Argöelles

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Opinión

Días felices en Argöelles

20 marzo, 2002 01:00

Detalle de "El café", (1931), de Massimo Campligi

Yo estaba enamorado de Lola pero Lola siempre tenía que ensayar al piano o reunirse con los del frap o ir a Carabanchel a visitar a los últimos detenidos

Los autobuses y los tranvías subían trabajosos por Princesa hacia la cumbre universitaria de Argöelles Lola tocaba el piano en su apartamento de la plaza cúbica Lola tocaba el piano vestida con unos pantis y con la melena suelta o recogida según siempre aquella melena rubia y suave que olía aún a colegio de niñas con muchas niñas yo me sentaba en la terraza de la cafetería a leer el libro de Soren Kierkegaard aquel libro que me había comprado barato en la colección Austral y que se titulaba El concepto de la angustia me gustaba aquel vaivén que iba de las frases completas y paradójicas del danés al jaleo de la calle el temblequeo de los pechos tantos pechos de mujer temblando en todas direcciones las que iban a los grandes almacenes Argöelles y las que volvían de los almacenes todas madres de familia con mucha familia pero lo que daba resol y perfume al barrio eran las universitarias chicas que subían y bajaban de los tranvías con el billete en la mano como un pétalo.

Como no tenía trabajo yo me estaba toda la mañana en la terraza de la cafetería Yago leyendo a Kierkegaard que siempre se aprende y mirando el paso en tropel de aquellas universitarias con pantalón vaquero y los libros de texto apretados contra el pecho el señor Jorge el argentino o sea el doctor Jorge bajaba temprano a desayunar en la barra de Yago y luego se bajaba al mercado que había cogiendo por Altamirano y compraba la comida para la pensión nuestra comida merluzas que había cantado Neruda y tomates que se extendían en pendiente hasta el río sólo que les cortaba el paso la máquina de un tren o el ferrocarril completo del tren en maniobras o en arranque de viaje que de allí salían los trenes para el norte de España y el fogonero se llamaba Tomás y en lugar de mirar la vía miraba a las chicas desnudas que traía el Penthouse que nosotros le regalábamos y que él llamaba Pentuche venga Umbral a ver cuándo me alargas otro Pentuche que el último venía bueno con unas mozas rubias que las tengo pegadas en la máquina del tren y las miro de vez en cuando o sea cuando esta máquina nueva va como una seda y hemos pasado ya todos los túneles de la sierra ay mi madre qué pedazo de cacho de trozo de tías un día voy a descarrilar el señor Senabre maquinista que está para jubilarse me dice que no las mire tanto que las mujeres no son buenas y que te llevan al descarrile en la vía y en la vida pero eso lo dice porque él ya está tarrete y no tiene nada que hacer.

Don Antonio óscar Fragoso de Carmona era un portugués que se había puesto los apellidos del mariscal de Oliveira Salazar porque tenía mucho gusto para estas cosas y porque era bastante sarasate o chapero o bujalance o maricón de culo había venido a España con un grupo de portugueses que huían de la dictadura de Salazar para refugiarse en la dictadura de Franco que era más distraída los portuguesiños se pasaban el día conspirando en la pensión y don Antonio óscar Fragoso de Carmona bajaba a pasearse por Princesa y a que todo el mundo le llamase por tan hermoso y manuelino nombre pues iba vestido de tal o sea de almirante desde las plumas de gallo del sombrero hasta las botas militares que le requemaban sus viejos pies muy embetunados y con sonajas de espuela algunas tardes juvenil y con alma de fado se bajaba hasta el cine Carretas a ver si le salía un mocito para el avío mediante el dinero que había robado de la caja común de la conspiración los tranvías y los autobuses y los trolebuses subían y bajaban hasta la Moncloa o se despeñaban hasta la plaza de España don Jorge después de llevar el pescado a su señora para que nos lo guisase se vestía de argentino de la calle Hipólito Yrigoyen y bajaba a pasear los tres o cuatro perritos del matrimonio chatos y feos o sea que don Jorge se peinaba con mucho brillo y muchos fijativos sobre todo fijativos se ponía una corbata peronista y se mandaba lustrar los zapatos en el limpiabotas de la esquina quedaba un argentino del más puritito Buenos Aires sólo que todavía no leíamos a Borges y no podíamos degustar todas las esencias efluviales de aquel señorito maduro y bonaerense.

Lola se ponía los pantis para tocar el piano y a mediodía se iba a comer por detrás del palacio de Liria a un restaurante mínimo y limpio con unos cuantos chicos del frap y comentaban los grises que habían matado aquella semana y nombraban a los compañeros que tenían muertos o encarcelados yo leía en el amigo Soren que eso de la angustia es el vértigo de la libertad y me parecía que había pescado una buena frase como cuando don Jorge encontraba un buen besugo en el mercado gordo y barato Antoñito can- taba por Frank Sinatra porque estaba en el paro e Iglesias nos arreglaba los relojes a toda la pensión por un precio módico los portugueses me habían curado una neumonía frotándome el pecho con whisky y dándome a beber la loción de la farmacia a mí me parecía que lo estaban haciendo al revés pero es que como ya viera Pessoa Portugal es un país al revés una noche le cogieron a don Antonio óscar Fragoso de Carmona arrimando taller a un menor en el cine Carretas mientras veían una de Sabú y tuvieron que personarse todos los portugueses en Sol yo fui con ellos para ponerle en libertad pero los grises se quedaron con el uniforme del almirante yo estaba enamorado de Lola pero Lola siempre tenía que ensayar al piano o reunirse con los del frap o ir a Cara- banchel a visitar los últimos detenidos o a asesinar con sus manos de pianista y un rifle a alguno de los grises de Franco lo nuestro no llegó a nada.