Image: Mediterránea/II Azorín, Miró, Sorolla

Image: Mediterránea/II Azorín, Miró, Sorolla

Opinión

Mediterránea/II Azorín, Miró, Sorolla

3 julio, 2002 02:00

Joaquín Sorolla, "Rocas. Costa de Mallorca", 1919

Toda esta intimidad mediterránea se hace expresiva y exterior en la pintura de Sorolla, que consigue construir con el color y que nada se le venga abajo

El mar Mediterráneo es mar prosista aunque se ha dicho mucho que le dio sus versos a Homero. Y es verdad, pero cuánta bella prosa se ha escrito sobre esos versos. Si subimos por ambas orillas del mar clásico, desde Ramón Llul a la Biblioteca de Alejandría, todo es ola incesante de la prosa que va quedando como una mecanografía de espuma sobre la arena de la clara y profunda playa vaginal. Quedemos por hoy más cerca. Azorín, Miró, Sorolla. Azorín es la prosa pura, que llegó a escribir que el utilizar metáforas es hacer trampa. Del mismo modo, el mar suena como una prosa bien leída, aunque Perse y Alberti hayan querido ponerlo en verso. El Mediterráneo hace las pausas de la prosa, es doméstico como la prosa y, para probar su domesticidad, yo he sujetado un rollo de papel higiénico color malva, mientras una amiga sostenía la otra punta en la playa de Ibiza. Yo diría que sólo a medio camino la estela de papel murió en el agua, cuando ya Ibiza apenas era visible.

Azorín y Miró son más bien escritores terruñeros, de tierra adentro, aunque hayan nacido tan cerca del mar. A ambos les gusta dibujar del natural y para eso da más motivos el campo que el agua. Los argumentos que nos brinda el campo son novelescos en sí, argumentales y argumentativos. El mar, en cambio, tiene prosa pero no tiene argumento y por eso ha corrido mejor fortuna en la lírica. Incluso la épica se le vuelve lírica al genovés Cristóforo.

En cualquier caso, el hombre de mar vuelve al mar, buscando no se sabe qué o buscándose a sí mismo. Azorín muere en Madrid porque no pudo morir en París, que era lo que de verdad le hubiese gustado, porque siempre posó de estatua del Luxemburgo o de busto de la Comedia Francesa. Durante su exilio en París, Azorín iba todos los días a la estación a esperar a los huidos españoles, como el ilustre doctor Teófilo Hernando. Azorín era el puerto seguro y el tren sólo continuaba su viaje de agua con ruedas como olas. Azorín volvía a su tierra y su mar, de vez en cuando, y la música que le dio aquel mar desde niño era la de la prosa y no la del verso. ¿Quién conoce un verso de Azorín? En este sentido, es el anti-Homero del Mediterráneo.

Gabriel Miró, escritor de argumentos, gusta de la prosa terruñera y las metáforas del campo. Es un hombre que vivió escondiéndose y se escondía mejor en las rugosidades del bosque que en la linealidad del mar. Incluso es Madrid se escondía en un despacho que no era el suyo sino el de un pariente que se lo prestaba. Miró escribe mejor que Azorín pero desconoce el arte y el artificio de vivir, sobre todo en la gran ciudad, como Madrid. El Mediterráneo ha sido para Miró la paleta donde iba mezclando los colores de su escritura tan visual, tan iluminada, un mundo lleno de obispos leprosos, cementerios con cerezas, humos dormidos y otros paisajes campestres que tienen tanta frescura porque, como decimos, ha mojado su pincel en el mar de los crepúsculos, que es un mar al pastel y a la acuarela.

Toda esta intimidad mediterránea que hemos insinuado se hace expresiva y exterior en la pintura de Sorolla, de cuya universalidad no vamos a discutir ahora, pero que consigue construir con el color y que nada se le venga abajo. Le da al color la arquitectura del dibujo y todo lo pinta reflejado en el temblor del mar, lo mismo el seno excesivo de una bañista que la paz iluminada y tardía de un paisaje con o sin acantilado.

Manuel Alcántara respira toda la calma y bondad del Mediterráneo, como si se lo hubiera bebido, y los renglores de su prosa tienen mucho de los renglones de las olas, porque su poesía es otra cosa, y qué pedazo de cosa.

A la orilla del mar murciano y huertícola se me acaba de morir Salvador Jiménez, un hombre y un amigo tan entrañado que siempre me ha hecho llorar. Me mandaba versos de vez en cuando, siempre más hermosos, pero ya no. No es verdad que el Mediterráneo sea la inmortalidad, pero sí que es la otra vida de Miguel, de Gabriel y de otros mediterráneos con nombre de ángel. Quede este recuerdo a Salvador como un fogonazo de amor y palabras. Como la semilla de agua de nuestra amistad.