Image: Delaunay

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Opinión

Los Delaunay, conspirar en solitario

24 octubre, 2002 02:00

Ilustración de Ulises

Ahora que la Baronesa Thyssen-Bornemisza, esa gran modista de la alta costura del arte, trae a Madrid una exposición de Robert y Sonia Delaunay (1905-1941) es quizá el momento de hacer aquí la glosa de los Delaunay, aquella pareja difícil, y tan frecuente entre las vanguardias, de rusa y francés. Eran los matrimonios que mejor salían. Los Delaunay trabajaban al unísono y por eso hay que hacer la glosa de ambos, pues Sonia no se limitó a ser la musa sugeridora, sino que trabajó mucho y bien por su cuenta y paseó la firma matrimonial por el hipódromo de París con un traje bordado de poemas, un vestido que era una antología de las vanguardias.

Los Delaunay, aunque figuren con toda justicia en este centón de esnobismos, no fueron precisamente unos esnobs sino un matrimonio muy casado con el arte que se quedaban en casa por las noches para fraguar la novedad estética que sorprendería a París a la mañana siguiente. Los años 20, como se sabe, fueron el éxtasis de la creación y el deporte, y Robert Delaunay pintaba unos corredores pedestres de admirable construcción cubista y sentido clásico y contemporáneo de aquella floración de las musculaturas. Nadie ha pintado una camiseta deportiva como Delaunay.

Los Delaunay no fueron precisamente unos esnobs sino un matrimonio muy casado con el arte que se quedaban en casa por las noches

A propósito del arte de esta pareja se ha hablado mucho del simultaneísmo, que no sólo es una más de las vanguardias, sino que en Delaunay responde a una construcción nueva del cuadro. Su “Torre Eiffel”, por ejemplo, responde a una gran solidez en la construcción y un hallazgo lírico de la repetición de los motivos y las ventanas que nos da todo París de un golpe, sin por eso perder el rigor, la calibración y el estilo. Sabido es que no hay matrimonio perfecto, pero uno salvaría de esta regla el matrimonio de los franceses y las rusas, que tanto abundarían en el París de entreguerras y que supusieron una fórmula perfecta de sexualidad e inteligencia, la rusa con temperatura de samovar y el francés aprovechando todo lo que se le ocurría a aquella criatura práctica y genial.

Blaise Cendrars acude a aquella casa matrimonial, como toda la gente de la época, se fija en Sonia y en seguida escribe: “Sobre la ropa ella tiene un cuerpo”. Porque Cendrars ve a Delaunay muy retrepado en la cadera monumental de Sonia y hasta firma autógrafos en ella. Sonia es de perfil clásico, nariz un poco aquilina y gran cuerpo perdido en los ropajes de la bohemia elegante, que son más y menos que los ropajes del lujo. Ya creo haber contado en esta fiel crónica que el primer empapelador artístico de París fue Toulouse-Lautrec, pero en seguida vendrían los Delaunay llenando el domingo con sus dibujos y affiches, porque era un tiempo en que la gente, los domingos, no se iba todavía al campo a mirar ese milagro estúpido de cómo la gallina pone el huevo. En realidad, no se habían inventado las gallinas ni los huevos. Así es como los Delaunay vivieron en un prospecto que eran ellos mismos y con el tiempo les hizo millonarios. Lo que no veo por ninguna parte, ya digo, es el esnobismo de los Delaunay, para meterlos en este libro, porque ellos lo hacían todo muy en serio y no daban reuniones frívolas y antipáticas para hablar de política, sino que conspiraban siempre en solitario y a favor de su ismo venidero.

“El simultaneismo será total -dice Delaunay- y se verá el desperezo hacia las estrellas, que es el mejor gesto de los seres en su desesperación de vivir”. “Las bañeras, dice Sonia, que entonces se escribía con dos enes, serán también de vidrio y así la porcelana no matará el espectáculo de piscina que da el ser humano al bañarse”. Robert Delaunay no era muy expresivo ni ponía mucho entusiasmo en lo que decía, pero sus proyectos siempre los realizaba gloriosamente, fácticamente, y por eso hoy su nombre está en Nueva York, París y Madrid, de la mano, aquí, de la gentil y laboriosa Thyssen. Todos los esnobs -ahora sí que sí- irán al Thyssen a ver a los Delaunay. Incluso yo, que los tengo tan vistos y revisitados. Eso es la gloria.