Image: Andy Warhol

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Opinión

Andy Warhol

26 diciembre, 2002 01:00

Andy Warhol, por Ulises

Los Estados Unidos, que parecieran tener un vivero de esnobs en la majada de Hollywood, en realidad no tienen ninguno, pues que los actores suelen ser esnobs o dandies en los papeles de las películas, pero luego, en casa, durante el fin de semana con su santa esposa, que también es una estrella, como Lauren Bacall, no pasan de ser aceptables maridos que encienden la chimenea, limpian la caca a los nenes y negocian con la mujer una separación racional, formalizada y sin amor.

Sobre este panorama burgués y aburrido se nos destaca el mito de Andy Warhol, el genio del esnobismo en el siglo XX, con su Factory, su culto a Marilyn y sus filmes insoportables, como Carne, que resulta ser la insoportable carne de un mancebo errático que se vende por Central Park. Lo que aquí, o sea, llamamos un chapero.

Una vez, en Nueva York, Andy nos llevó a un grupo a unos grandes almacenes donde se iba a comprar ropa interior. Nos presentaba aquello como si nos presentase la neoyorquina catedral de San Pablo o la cúpula del Empire State Building. Después de muchas pruebas, le dijo a un amigo íntimo:
-Comprendo a la gente que no usa ropa interior. Pero no comprarse ropa interior, eso me parece inconcebible.

Warhol nos dejó unas memorias sólo publicables después de su muerte. Lo principal que anota en ellas son los precios de las cosas. Medio dólar de un taxi, tres dólares de una comida, cincuenta dólares de un viaje en avión. Y en este plan. Parece un libro de contabilidad, pero las memorias son amenísimas y nos presentan al esnob ideal, completo, entregado a su esnobismo con la misma pasión que el Greco se entregaba a su misticismo.

Su retrato de Marilyn, tan famoso, no es sino una fotografía coloreada y repetida tres o cinco veces. La Factory era algo así como un hospicio para genios sin destino por las avenidas del Bronx o de Manhattan. Allí se aprendía de todo y se enseñaba de todo a quienes no sabían de nada. Cine, pintura, decoración, teatro, literatura, filosofía de Palo Alto, música, etc.

Warhol, empero, no ejercía de maestro sino que se limitaba a dar una pasada por los talleres, a corregir una posición de ballet o la duración de un travelling. Qué hermosa manera de educar dentro de la libertad y fuera de lo oficial. De la fascinación de la Factory nace una película de Antonioni con chicas maravillosas. Nada que ver aquel caos creativo con las geometrías morales del latino.

Aprovechando que estaba en NY, le pregunté a un neurólogo americano su opinión sobre Warhol:
-Warhol es una religión que no ofrece nada a cambio. El cristianismo exige sacrificios, pero promete ir al cielo. Warhol lo exige todo y no promete nada.

Me decepcionó la respuesta. Sin duda, aquel neurólogo no había estado nunca en la Factory. Pues claro que Warhol ofrecía y regalaba cosas. Regalaba nada menos que el talento en libertad, el pensamiento descarriado y la fascinación de lo imprevisto. Ninguna religión regala tanto. Es cierto que Warhol no rebasó nunca la cúspide del esnobismo. No quiso ser un genio sino el genio de los esnobs. Estudiaba mucho las cartas de los restaurantes, pero no tanto la mercancía como los precios. Su melena de calvo, blanca como una aureola, su ropa desajustada, su frase corta y decisiva, todo era vida viviente en Andy Warhol.

Estados Unidos, y mayormente Nueva York, es una apretura de esnobs que no se atreven a serlo. Woody Allen no es un esnob porque no da la talla y por demasiado inteligente, pese a su clarinete semanal y su matrimonio oriental con una hija de su mujer. Recordaremos siempre a Warhol como el príncipe del esnobismo americano. De él nace el hiperrealismo. Se limita a hacer fotos de chicas desnudas y luego las colorea.

Europa copia esa audacia y la llena de intelectualidad. Ya, hasta Antonio López trabaja con fotos como otros con ojos de pez. Lo que le interesaba a Warhol era pasar al otro lado de la realidad y pasó mediante todos los trucos necesarios e innobles. La puritana América tiene un tirón esnobista que sólo se manifiesta en algunos personajes como Andy Warhol o Hemingway, quien mata elefantes en áfrica para engrandecer su safari y nutrir con algo fuerte la ausencia argumental de la guerra de España. Mastroiani desprecia en una película al cazador de elefantes. Andy Warhol corrió siempre detrás de la eterna juventud, y se justificaba con una frase de André Gide: "Son ellos, los jóvenes, quienes corren detrás de mí".