Juan Gris: 'La ventana abierta', 1921. Museo Reina Sofía

Juan Gris: 'La ventana abierta', 1921. Museo Reina Sofía

Opinión

Juan Gris, el aristócrata del cubismo

Juan Gris venía del esnobismo comercial del portadista y acertó a elevar todo eso a la temperatura fría y sonriente de un arte nuevo

3 abril, 2003 02:00

El pintor Juan Gris tiene de esnob lo que toda la pintura de vanguardia tiene de esnobismo. Ese esnobismo pasaría luego a la vida y es lo que hemos querido estudiar aquí. La ventana abierta sustituyendo al caballete. Hay que meter en ese lienzo vivo de la ventana el cielo de verano, los pies de una mujer, la bebida refrescante, el entelado del salón, las figuras que pasan, las escaleras que suben y bajan, el perfil de un instrumento musical, y todo sometido a la ley cubista de la geometría. Esto quizá lo hicieron Picasso y Braque con más calentura, con más olor a comida reciente, pero Juan Gris es el aristócrata del cubismo y somete sus composiciones a geometrías implacables y bellísimas, haciendo de un piano una edificada catástrofe. Juan Gris había sido portadista de magazines españoles y franceses, y eso se nota en la higiene de sus dibujos y de sus colores, en la disciplina de sus composiciones.

Juan Gris (pseudónimo) participa de la mitología nacedera del siglo XX, que es el periódico de la mañana doblado o desdoblado sobre la mesa, la fruta del desayuno y las noticias ilegibles. Nacía un siglo y todos querían que naciese higiénico y matinal, con nueces en la bandeja, guitarras que habían aprendido a callar, frascos -era la época de los frascos-, de la fe en la ciencia, y montañas que pasaban, con sus rebaños de nubes, por sobre un mar mentiroso de tan pacífico, pero en el que Rimbaud o uno de sus discípulos habría distinguido los aplausos menudos del mar en calma y los aplausos gruesos del mar calenturiento de la tarde.

Juan Gris venía del esnobismo comercial del portadista y acertó a elevar todo eso a la temperatura fría y sonriente de un arte nuevo

Siguiendo el dogma puritano y lírico de André Breton, Juan Gris pinta repetidamente a su mujer, Josette, oficia frente a ella y no deja de sospechar la sombra del tercer hombre en el cielo de la tarde, una acumulación grisácea y de nariz fea que se acerca demasiado a la dama.

Josette tiene la melena corta y geométrica de la época, el flequillo infantil, un ojo para el marido y otro para el rondador, la cabeza graciosa, el cuerpo adolescente y las manos reunidas por la geometría en un innecesario guante común. Finalmente las rodillas y los muslos, sólo manchas redondas, rubrican la lozanía de la muchacha.

Lo que habían descubierto los cubistas era una forma, una disciplina nueva para rehacer el mundo. El cubismo es la higiene de la pintura, la tienda de muebles líricos de un siglo que nace y que va a instalarse en el confort sin sospechar que la primera guerra es una gruesa serpiente que, como dijera el poeta, ya se despereza dibujando su pregunta.

Pero, según hemos dicho y repetido aquí, todo vanguardismo comporta un potencial de esnobismo que no va necesariamente detrás de los artistas y de los inventores sino que a veces les precede. Es curioso este fenómeno, poco estudiado, de la vanguardia, que no siempre capitanea a las multitudes y las excita, sino que en ocasiones nace unánime, en mitad de la calle, y son los crea-dores quienes tienen que recoger las mejores piezas de esa revolución estética. Habría aquí todo un capítulo para entremeter en La rebelión de las masas, de Ortega, pero contra Ortega. Las masas no siempre mimetizan y difunden la obra de un hombre solo, sino que con frecuencia recogen de los basureros de la noche creaciones anónimas y joyas de estiércol que al día siguiente se imponen por mano de un artista avizor. Vanguardia no es siempre lo que va por delante de la gente sino a veces lo que va por delante de las academias para amanecer en un parque, en un argot, en una joya o medalla grabada profundamente, como una moneda cartaginesa. Así, casi todo lo que Baudelaire descubre en su Spleen de París, como el vino de los asesinos.

Juan Gris se puso de apellido el color que es menos color. Juan Gris venía del esnobismo comercial del portadista. Juan Gris acertó a elevar todo eso a la temperatura fría y sonriente de un arte nuevo.