Image: Eduardo Chillida

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Opinión

Eduardo Chillida

19 junio, 2003 02:00

Proyecto Berlín II (1999)

Con la piedra Chillida ya no desa-rrolla un cuerpo a cuerpo sino que desarrolla un idilio del hombre con la naturaleza. Con el hierro forcejea-ba todas las mañanas y con la piedra se enamoraba todas las tardes

Lo que ha hecho Chillida en la escultura moderna es la biografía del hierro, su paisano. Chillida es el domeñador de las fuerzas dormidas en el corazón azul del hierro. Toda su obra consiste en un diálogo entre el hierro y la piedra. Con el hierro, Chillida es venturoso, pero fuerte y desafiador. Con la piedra, Chillida ya no desarrolla un cuerpo a cuerpo sino que desarrolla un idilio del hombre con la naturaleza. Con el hierro forcejeaba todas las mañanas y con la piedra se enamoraba todas las tardes.

En las primeras estilizaciones de Chillida hay pájaros y flechas, o flechas que son pájaros. El artista todavía pensaba en reducir la realidad a esquema honestísimo. Más adelante abandona a sus criaturas y pasa a la abstracción. Es cuando empieza su diálogo del hierro y la piedra. Chillida es un luchador en la patria nocturna del hierro. Somete el metal a geometría poética y le hace expresar lo que él quiere. Se ha dicho que Chillida desoculta las expresiones del hierro, pero lo que hace en realidad es perpetuar su expresión personal.

El escultor vasco está a punto de esnobismo en su primera época, cuando todavía busca el alma de las cosas. Luego, lejos de todo esnobismo, es un constructor de cañones a quien los cañones le salen líricos. Le fascina el espesor de la materia y la elocuencia de los metales. Ve en ellos un alfabeto que él hará legible para la mirada del fuego. El fuego, pastor de fraguas, le entrega al artista rebaños de materia original y convencida. Chillida hace con eso iconos que vienen del reino de la fuerza. Reuniendo todas las obras en hierro de Eduardo Chillida nos queda una catedral de titanes con la cabeza alta y el cuerpo en actitud de bosque.

Chillida, rondador de la piedra, al fin la hace suya y convierte una sirena en un piano de cemento, algo así como el embalsamamiento duro y puro de un verdadero piano, ése que duerme en el interior de las grandes rocas. La piedra no es dura para Chillida, sino que tiene una temperatura casi humana y una cadera acogedora de diosa monumental que se entrega al hombre. El hombre es una termita que no hace sino buscar la verdad entre las migajas de lo colosal. El hierro, a Chillida, le comunica fuerza y tiempo. La piedra le comunica humanidad y amor, porque trabajar la piedra es como trabajar en el seno de la propia madre hasta obtener un volumen con calidad de mujer y clima de Escoriales.

-Umbral, que aquí he venido y os traigo unas camisetas para tu mujer y para ti.
-Eduardo, ¿has abandonado la madera?
-La madera me tienta siempre, pero me encargan más hierro que piedra y más piedra que madera.
-¿Cuándo volverás a ella?
-Precisamente ahora ando buscando un tronco que vi en alguna parte, abandonado, y que es lo que necesito para volver a la madera, como tú dices. He encontrado, al fin, ese tronco, pero el tío no me lo quiere vender. Creo que al fin se lo sacaré.

Porque Chillida tiene, como Pablo Neruda, una entrada a la madera que es una honrada violación de esa carne femenina, tan dócil para un escultor del hierro. La madera es para Chillida una ninfa del bosque que sin duda se le va a rendir. Su entrada a la madera es un idilio, una posesión, una dulzura. Chillida venía a veces por casa, aquellos veranos y nos traía camisetas y dibujos y cosas.

He violado el estudio de Chillida como el estudio de Picasso, y se me han pegado al cuerpo algunos dibujos como hojas amarillas del otoño del artista que casi vi morir.
-Eduardo ¿tú escribes cosas?
-Me paso el día pensando y escribiendo. Pienso continuamente en lo que hago o voy a hacer. ésta se encarga de todo. Sin ella estoy perdido.