Opinión

Verano de fuegos

18 septiembre, 2003 02:00

Uno ha tenido que andar este verano pisando ascuas, cuando no plenas hogueras. Y hay quien, por no hacer un curso de faquir, se ha quemado. Por ejemplo, en Palermo parece que se carbonizó el intendente Desderi. Prórroga hasta final de año. Y se incendiaron los decorados del Mariinski y, por tercera vez, los de la Lucia de Macerata donde triunfó Aquiles Machado, aunque en el Real alguien le considere quemado sin saber el motivo. Ardieron casi todos los festivales franceses, demostrando que los sindicatos en el arte son tan desastre como nos describió Fellini. Lissner, huyendo de la quema, se ha refugiado en la dirección artística del Festival de Viena, cada vez yendo a menos. Más cerca, por el Cantábrico, hay quien perdió el norte confundiendo y mezclando en sus críticas las cuestiones personales. El festival y los chicos de un célebre coro, todos muy quemados, se preguntan: ¿qué le habremos hecho? Y el resto de la crítica se regocija, mientras en su casa, valorándolo como no debieran, no se enteran del mal que hacen a la música.

Y Carmen Calvo, consejera de cultura andaluza, prejubiló a Elena Angulo en pleno incendio de celos por Barenboim y su orquesta, plural y carísima. Las malas lenguas apuestan porque la que fuera tan influyente durante años acabe en la Zarzuela. No en vano su nombre salió un día camino de Andalucía de alguien muy vinculado a esta casa. También se calcinó Rainer Steubing-Negenborn, ya ex-director del coro de la ONE. Pons y Palomero le comunicaron que ya no contaban con él. En su lugar, Lorenzo Ramos, hijo de López Cobos. Y Enrique Rojas dejó momentáneamente la dirección artística del nuevo auditorio tinerfeño, en el que Pésaro también ha puesto sus ojos. Pero, en medio de tanta hoguera, surgió una Juana de Arco. Se llama Cristina Gallardo Domas y las razones de la larguísima crítica que le dedicó cierto diario han sido comidilla general en los ambientes festivaleros. Como también se ha comentado el humo que echaba la oficina de prensa de Bayreuth porque un crítico español había llegado tarde a la inauguración de El Holandés errante y, como no había descanso, no pudo entrar. ¡Con lo preciadas que estaban esas entradas! Estos críticos...

Y uno, por fortuna, ha salido ileso de tanto incendio aunque, si me apuran, con ideas pirómanas.