Image: El mundo de Carlitos

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Opinión

El mundo de Carlitos

por Umberto Eco

2 diciembre, 2004 01:00

Este óleo de Pierre Bonnard se exhibe en la exposicion Figuras de la Francia moderna, de la Fundación Juan March (Madrid)

Ni fuma, ni bebe ni dice palabras malsonantes. Nació en Minnesota en 1923. Vive modestamente y es predicador laico de una secta llamada Iglesia de Dios. Está casado y, según tengo entendido, tiene cuatro hijos. Juega al golf y al bridge, y le gusta la música clásica. Trabaja solo. No tiene ningún tipo de neurosis. Este hombre de vida tan anodinamente normal se llama Charles M. Schulz. Y es un Poeta. Cuando digo "Poeta" lo digo para enojar a más de uno. A los humanistas de profesión, que no leen las tiras cómicas; a quienes acusan de esnobismo a los intelectuales que fingen apreciar los tebeos.

Me gustaría que quedase claro: si por "poesía" se entiende la capacidad de otorgar ternura, piedad o malicia a unos momentos de extrema transparencia, como si se enfocasen con una luz que hiciera imposible discernir de qué pasta están hechas las cosas, entonces, Schulz es un poeta. Si la poesía es individualizar personajes típicos en circunstancias típicas, Schulz es un poeta. Si la poesía es hacer brotar de los acontecimientos cotidianos, que solemos identificar con la superficie de las cosas, una revelación que nos haga llegar al fondo de dichas cosas, entonces, de nuevo, Schulz es un poeta. Y si la poesía es tan sólo saber hallar el ritmo privilegiado y a la vez improvisar en una aventura ininterrumpida de variaciones infinitas, para que del encuentro quizá mecánico de dos o tres elementos surja un universo siempre nuevo, cantado sin pausas, en ese caso, también podemos afirmar que Schulz es un poeta. Más poeta que muchos otros.
No obstante, la poesía es un poco de esto y un poco de aquello, y no es nuestra intención perdernos en definiciones estéticas con la mediación de Schulz. Si decimos que Schulz es un poeta lo hacemos sobre todo como desafío y como toma de posición. La afirmación "Schulz es un poeta" es sinónima de: "Charlie M. Schulz nos gusta sin condiciones, con fervor, con emoción, de forma intolerable, y no vamos a permitir que lo pongan en duda: quien afirme lo contrario es un malvado o un ignorante".
Ya está dicho. Lo cierto es que era fácil llegar a esa conclusión; de lo contrario, el lector no comprendería el tiempo invertido por los distintos traductores que han dedicado a estas viñetas la pasión y la tenacidad que Max Brod dedicaba a los manuscritos de Kafka, Valéry Larbaud a la versión francesa del Ulises y el padre Van Breda a los folios taquigrafiados de Edmund Husserl; de lo contrario, no entendería las discusiones filológicas acerca de cuál era el equivalente más exacto de "Good Grief!" (que en castellano se ha traducido como "¡Por Dios!") y cuál podía ser la expresión que transmitiera mejor la carga de desesperación y pasividad que encierra un "I can"t stand it" (vertido al castellano como "¡No puedo más!" y "¡Ya no aguanto más!"); ni comprendería los delicados tejidos hermenéuticos sobre los cómics que, con sólo tocarlos, explotan como pompas de jabón (con historia y poesía incluidas).

Así pues, con el apoyo del lector y nuestra convicción, poco a poco las fantasías fueron tomando cuerpo y consistencia, y todos terminamos por creer que eran viables, y ¿por qué no iban a serlo? Al fin y al cabo, ¿acaso Carlitos no forma parte de la Consciencia Universal? ¿Acaso no es un Héroe de Nuestro Tiempo, un Leopold Bloom que todavía va a la escuela primaria, un Tipo Positivo, nuestro Everyman de bolsillo, el Filoctetes de los suburbios de las ediciones en rústica, un Jeremías de la Biblia plasmado en tiras cómicas, que a veces unos apócrifos vendidos nos han presentado en traducciones engañosas y malévolas para minar la base de nuestra fe, de modo que se requiere una legión de Erasmos para restablecer las lecciones y las glosas? Pero bueno, ya hemos dicho bastante. Quien tenía que ofenderse, se ha ofendido y ha abandonado la lectura. Vamos a sentarnos a charlar tranquilamente. Os diré por qué las tiras cómicas de Carlitos y su pandilla creadas por Charlie M. Schulz son algo importante, auténtico, tierno y amable. [...]
El mundo de Peanuts es un microcosmos, una pequeña comedia tanto para el lector cándido como para el sofisticado. En el centro está Carlitos: ingenuo, tozudo, siempre torpe y, por tanto, destinado al fracaso. ávido -hasta la crisis- de comunicación y "popularidad", y recompensado con el menosprecio de las niñas matriarcales y resabidas que lo rodean, con alusiones a sus pocas luces, con insultos, con pequeñas maldades que lo desmoronan. Carlitos, impávido, busca ternura y apoyo por todas partes: en el béisbol, en la construcción de cometas, en la relación con su perro Snoopy, en los juegos con las chicas... Siempre fracasa. Su soledad se vuelve abismal, su complejo de inferioridad difuso (coloreado por la sospecha continua, que llega incluso al lector, de que en el fondo Carlitos no tiene un complejo de inferioridad, sino que es realmente inferior). Pero lo trágico es que Carlitos no es inferior. Lo que es peor: es un niño absolutamente normal. Es como todos.
Por eso, siempre camina al borde del suicidio o, cuando menos, del colapso: porque busca la salvación en las fórmulas útilmente propuestas por la sociedad en la que vive. No hay duda de que a él lo han arruinado el doctor Kinsey, Dale Cornegie, Erich Fromm y Lin Yutang. Sin embargo, como lo hace con una pureza de corazón absoluta, y sin malicia, la sociedad está dispuesta a rechazarlo en la persona de Lucy, pérfida, segura de sí misma, empresaria que busca el beneficio seguro, dispuesta a enarbolar una seguridad totalmente falsa pero de efectos indudables (las clases de ciencias naturales que imparte a su hermanito Linus son un cúmulo de mentiras y desplantes que revuelven el estómago de Carlitos: "Ya no aguanto más", se queja el desdichado, pero, ¿con qué armas puede detenerse la mala fe premeditada cuando se tiene el infortunio de ser puro de corazón?...).
Carlitos ha sido definido como "el niño más sensible aparecido en un cómic, capaz de variaciones de humor de tono shakesperiano" (Becker), y el lápiz de Schulz consigue plasmar esas variaciones con una economía de medios casi milagrosa: el chiste, casi siempre palaciego, en un lenguaje que roza lo académico (en contadas ocasiones recurren sus protagonistas al argot o a los anacolutos) se une a un trazo capaz de dominar, en cada personaje, hasta el matiz psicológico más diminuto. De ese modo, la tragedia cotidiana de Carlitos se hace gráfica para nuestros ojos con una incisión ejemplar. [...]
De repente, en esta enciclopedia de debilidades contemporáneas, surgen claridades luminosas, variaciones improvisadas, alegres y repetidas en las que todo se arregla con unas cuantas palabras. Los monstruos vuelven a ser niños, Schulz pasa a ser únicamente un poeta de la infancia.

[El gran libro de Charlie Brown (El Aleph) aparece la semana que viene]