Opinión

Pequeña magnitud

por Fernando Aramburu

16 diciembre, 2004 01:00

Un hombre que en presencia de otros se hace un reproche a sí mismo, confiesa una debilidad, no tiene empacho en reconocer sus defectos, gana de forma instantánea, ante nuestros ojos, reputación de humilde. Si agrega a continuación un segundo reproche afianzará seguramente aquella impresión nuestra inicial. A partir del tercero deberíamos, sin embargo, ponernos en guardia. Todos los indicios apuntan a que el tipo nos usa como auditorio para vanagloriarse de su pequeñez.

Sin necesidad de proponérmelo, dejé de blasfemar el mismo día que perdí la fe.

No veo razón para preocuparse por eso que comúnmente se denomina el choque de culturas. Entiendo que lo inquietante, lo peligroso de verdad, es el choque de ignorancias.

Los perros, cuando ladran, ¿también cometen errores lingöísticos?

Todos los hombres reputados de inmortales comparten una peculiaridad: ya murieron.

Uno pasea más tranquilo por ciudades en las que la duda forma parte del mobiliario urbano.

La violencia tiende a transmitirse. Quien golpea a sus hijos acaso esté maltratando con mano ajena a sus futuros nietos, a sus biznietos y a otras gentes venideras que no conocerá.

Nada más fiable que el futuro. Siempre llega. Es tan cumplidor que acude a las citas incluso sabiendo que los que lo esperaban ya no están.

Convendría, por higiene, cambiar de ideas, de convicciones, de principios, como se cambia uno regularmente de ropa interior. Quien profesa una ideología durante largo tiempo termina ensuciándola, no me hagan decir con qué.

¡Qué fácil fabricarse una eternidad con ayuda del lenguaje! Lo único que se le pide al aspirante es que se conforme con eternidades de limitada duración.

Yo suelo ir conmigo, pero si me pongo enfermo voy solo.

He aprendido que todo el mundo es cojo. Si no del pie, de otra cosa. Nadie está libre de su pequeño o gran drama.

A la muerte se le hace la boca agua no bien se entera de que unos individuos cercanos al poder andan proclamando que la nación se encamina a una meta.

No está demostrado que el éxito cambie la personalidad. Lo que parece seguro es que no la mejora.

¿Orden? ¿Caos? Acaso baste conjeturar que el universo no admite la línea recta.

El ser humano está hecho de tal pasta que, incluso en la oscuridad de una mazmorra, atado con cadenas, es capaz de desarrollar recursos intelectuales para sentirse libre.

Cualquier actividad humana tiende a dejar tras sí un rastro de desperdicios, residuos, basura. Quien desee comprobarlo no tiene más que meterse en una librería y echar un vistazo al género.

Si los muertos pudieran leer, yo no me molestaría en llegar a viejo.