Opinión

2004, ¿un año para olvidar?

30 diciembre, 2004 01:00

Especial: Lo mejor del año

De nuevo El Cultural hace balance de lo visto y leído en el año que se va, un 2004 marcado por el terrible atentado del 11-M. Lo cierto es que no ha sido una gran época para las letras, asfixiadas por la necesidad de rentabilidad inmediata, pero animadas por una decena de nuevos sellos. En el arte, en cambio, se han celebrado un puñado de excelentes exposiciones como la del retrato español o Gauguin. Destaca negativamente la pobre producción del cine español, con excepciones como Mar adentro, de Amenábar, y Nubes de verano, de Felipe Vega, y la politización de nuestra vida musical. Mientras, la ciencia sigue avanzando.

La literatura española vive una situación paradójica. No hay más que comparar el número de títulos editados (más de 70.000 anuales) con las encuestas de lectura. La mitad de los españoles no lee nunca; la otra mitad, lee poco y mayoritariamente novela, y las listas están copadas por mediocres productos de consumo. El mercado parece ser la definitiva seña de identidad de la literatura actual. Y ya se sabe que mercado y calidad literaria, sin ser contradictorios, nunca se han llevado bien. La apuesta por el mercado que de forma cada vez menos disimulada realizan las grandes editoriales trae consigo un auge del epigonismo y esconde la verdadera creatividad. Lo cierto es que en estos doce últimos meses no ha habido, a nuestro juicio, nada de verdad innovador, nada que haya removido conciencias o emocionado de forma nueva. Tampoco puede decirse que el año haya pasado en balde: no han faltado obras de autores consagrados (García Márquez, Luis Mateo Díez, Bolaño, Marías, Muñoz Molina, Pombo, Gopegui....) pero resulta difícil encontrar voces nuevas que realmente aporten algo. Un año de transición, uno más. Y tal vez la espera empiece a durar demasiado...

En el arte había pocas dudas: es difícil competir con obras maestras de El Greco, Velázquez, Goya..., de modo que la exposición El retrato español. Del Greco a Picasso, comisariada por Javier Portús y que aún se puede ver en el Museo del Prado, ha sido seleccionada por nuestros críticos como la mejor exposición del año. Le siguen Arte y utopía, una revisión de las utopías vanguardistas en el MACBA barcelonés, y la espléndida Gauguin y los orígenes del simbolismo, que Guillermo Solana nos ha traído a las salas del Museo Thyssen-Bornemisza y la Fundación Caja Madrid. Han triunfado las exposiciones de contexto, las que desarrollan un argumento o analizan un movimiento o tendencia artística, como The Last Picture Show o Laocoonte devorado. Una muestra, también, de la descentralización del arte que se reparte entre Barcelona, Vitoria, Salamanca, Valencia... En Madrid, el Reina Sofía nos dejó sin la esperada gran inauguración de su ampliación. En cuanto a las galerías, aunque por la gran oferta institucional de 2004 no aparecen en nuestra selección, han tenido un año muy activo. No ha sido éste un mal año para el arte.

Se ha sabido que los atentados del 11-M han hecho perder al teatro casi 300.000 espectadores en Madrid. Ese mal dato y los cambios al frente de los teatros institucionales ha sido lo más destacado del año. Por lo demás, los productores siguen quejándose de las dificultades que tienen para distribuir sus obras, los autores de su escasa presencia en los escenarios y los actores de las pocas posilidades de trabajo. Y todos reclaman más ayudas al Estado. Mientras tanto, el espectador asiste a los musicales (Cabaret, Mamma mía...) y las buenas comedias (La venganza de Don Mendo, La cena, El método Grónholm). Ajeno al mercado, el teatro público sigue el rumbo de sus directores (El rey se muere, La Orestiada, La hija del aire). El Festival de Otoño de Madrid, y este año de forma extraordinaria el Forum de Barcelona, ofrece a la poca afición lo que se hace fuera de nuestras fronteras como el extraordinario ciclo de la Royal Shakespeare sobre nuestro Siglo de Oro.

La creciente "orientalización" de Occidente se ha dejado ver este año en la cinematografía mundial. El ejemplo de Kill Bill es la punta del iceberg de unas tendencias estéticas y narrativas que conectan con un público -todavía minoritario- deseoso de acceder a las propuestas de cineastas como Kim Ki-duk , Bong Joon-ho, Wong Kar-wai, Zou Sun, etc., responsables de varias de las películas más estimulantes del año. El cine español, especialmente pobre en propuestas y resultados, ha depositado en obras de intenciones muy desiguales -Mar adentro, Crimen ferpecto, El lobo y ISI/DISI- la garantía de su dignidad, pues sin su éxito de público quizá nuestro cine no hubiera alcanzado ni el 5% de la cuota de recaudación. A pesar de la atosigante promoción de Mar adentro, no hay que restarle méritos a una obra cuyo éxito de público e internacional la ha convertido en un acontecimiento extracinematográfico.

Es evidente que la politización de la vida musical de nuestro país ha marcado el año que acaba, un fenómeno negativo unido a menudo a los cambios de gobierno. Hubo cambio en la gerencia del Teatro Real -Miguel Muñiz sustituyó a Inés Argöelles- y revolución en el Maestranza donde Pedro Halffter fue nombrado responsable artístico del teatro y musical de la Orquesta de Sevilla. La OCNE sigue sin definir su personalidad mientras que Josep Pons no ve cumplidas las promesas ministeriales. Guinjoan y Henze, con los estrenos de L'upupa en el Real y Gaudí del Liceo, se han alzado como las dos figuras de la composición más notables, mientras que Mariola Cantarero confirma sus posibilidades de ser la futura soprano española de referencia.
La ciencia sigue avanzando con rapidez. Cabe destacar la mayor presencia española en los grandes acontecimientos. Vivimos una etapa contradictoria y de transformación. De un lado, se exigen mayores infraestructuras y de otro los trabajos de investigadores españoles saltan a las portadas de las principales revistas científicas. Despegamos, aunque con lentitud. Una incógnita: ¿se confirmará la teoría de cuerdas y se descubrirá la ley unificadora de todas las energías en 2005?