Image: Masas y utopía

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Opinión

Masas y utopía

por Eugenio Trías

24 febrero, 2005 01:00

La gran exposición de Oteiza ha recalado en el Reina Sofía de Madrid tras su paso por el Guggenheim de Bilbao y antes de llegar a Nueva York

¿Cómo puede definirse la sociedad, cultura y época que nos es contemporánea? ¿Es posible determinar ese mundo de forma sucinta y expresiva, o mediante alguna fórmula sintética y abreviada? Hay bastante unanimidad en designar nuestra sociedad como sociedad de masas. Y la cultura hegemónica o dominante como cultura de masas. Y esa cultura suele caracterizarse por la influencia poderosa y determinante de los medios de comunicación de masas, o de los mass-media.El sujeto de nuestro mundo son esas masas a las que nos referimos al hablar de "sociedad de masas" o de "cultura (y medios de comunicación) de masas".

Se habla, sobre todo desde el estructuralismo, pero con mayor intensidad a partir del posmodernismo, de la demolición del sujeto (o de su destrucción, descentramiento o des-construcción.) Ese sujeto destruido y demolido deja paso a un sujeto nuevo que se fue abriendo camino hace ahora siglo y medio, quizás desde la revolución de 1848, y sobre todo a través del siglo XX, en especial en el escenario que sigue a la Gran Guerra, entre los años 20 y 30. Ese sujeto fue entonces nombrado con consternación y temor. Ortega y Gasset habló de La rebelión de las masas; Freud escribió un estupendo texto, Psicología de las masas.

Nuestro mundo tiene por sujeto esas masas que componen nuestra realidad y nuestra intimidad, o que nos definen y determinan en referencia a nuestro entorno y a nuestros más recónditos modos de pensar o de creer. Hoy lo masivo se ha vuelto interior, mental. Las masas no acosan o cercan un pequeño reducto de atemorizadas minorías, como sucedía en tiempos de Ortega y Gasset. No son presencias de muchedumbres, como las que vivían nuestros ancestros de los años veinte y treinta. No son, por tanto, terribles propagaciones de multitudes lanzadas a la acción directa, guiadas por grandes caudillos que encabezaban movimientos totalitarios, fascistas, nacional-socialistas o comunistas.

Hoy la masificación se ha desplazado de la sociedad y de la política a la cultura y, sobre todo, a los medios de comunicación que orientan y determinan esa cultura, que en consecuencia debe definirse como cultura de masas. El sujeto de este mundo nuestro, propio de la época en que vivimos, es un sujeto masivo y masificado que constituye el aspecto más visible y tangible de esa sustancia común indiferenciada, amorfa, que a todos nos atañe y compromete, o que en todos descubrimos como rasgo esencial de nuestra identidad.

Hay dos etapas en la reflexión sobre las masas. La primera tiene lugar después de la Gran Guerra, a partir de los años veinte. Se prolonga hasta el final de la segunda guerra mundial. Sus principales protagonistas son S. Freud (Psicología de las masas), Ortega y Gasset (La rebelión de las masas), Elías Canetti (Masa y poder) y Hanna Arendt (Los orígenes del totalitarismo, tomo I.) Podrían también añadirse, aunque con salvedades, las reflexiones de esa época de Walter Benjamín y de T. W. Adorno.

La segunda corresponde a los años cincuenta y sesenta, tras la segunda guerra mundial. Tiene por escenario principal Estados Unidos. En la primera se habla sobre todo de sociedad de masas. En la segunda, de cultura de masas. En la primera se destaca la presencia física de las masas en los espacios urbanos. En la segunda esa presencia deja de tener relevancia. Las masas se han encerrado en sus domicilios privados (sin excluir los grandes escenarios públicos de la "sociedad del espectáculo".)

En la primera esas muchedumbres físicas eran inducidas y conducidas por líderes políticos carismáticos y por movimientos políticos totalitarios (como los que Hanna Arendt tan bien supo caracterizar.) En la segunda, en cambio, esas masas, encerradas muchas veces en su privacy, son guiadas, formadas y configuradas por los grandes dispositivos industriales, empresariales y estatales que suelen llamarse medios de comunicación de masas.

Nuestro mundo (masificado, masivo) tiene capacidad suficiente para remediar sus abismales desequilibrios. No es descabellado concebir una propuesta de mundo en el que la violencia recíproca originaria, o los más recalcitrantes miedos de la especie, o los más inveterados anhelos de seguridad, puedan ser subordinados a sentimientos y valores más sugestivos.

Un mundo en el cual pudiera librarse esa "represión excedente" que en un libro magnífico, éros y civilización, Herbert Marcuse consideraba, con razón, susceptible de supresión. Y que, en compensación, pudiera renovar impulsos, en la colectividad, orientados hacia la fantasía y la utopía, o hacia una imaginación creadora en consorcio con el pensamiento crítico.

O en el que las imágenes arquetípicas de Narciso y de Orfeo -por usar dos importantes referencias de ese libro de Marcuse- pudieran presidir la educación erótico-estética, al modo propuesto por Friedrich Schiller en sus Cartas sobre la educación estética de la humanidad, de manera que esa piadeía pudiese formar patrimonio común, compartido y gozado por el máximo de sujetos integrantes de la Aldea Global.

Todavía Ernst Bloch podía sustentar su utopía en las condiciones objetivas de un sujeto socio-económico en el que profundamente creía (a partir de sus presupuestos marxistas.) Hoy la utopía no goza ya de ese punto de apoyo. Se ha destruido para toda una generación el frágil sueño de una "utopía de masas". Se trata, más bien, de arbitrar estrategias de "des-masificación" generadas desde dentro de las condiciones que producen y reproducen ese sujeto masificado y masivo que está en todas partes, y que nos pertenece de forma intrínseca. Pero no vale inferir de esa vaciedad de sustento social, comunitario, histórico, la ociosidad de la referencia utópica, o la abdicación en un nihilismo según las preferencias postmodernas.

Se da la trágica contradicción entre un mundo lleno de posibilidades materiales -pero asimismo de abismales desequilibrios- y una indigencia espiritual de tal calibre que la sola pronunciación de un referente utópico, o de un proyecto lanzado hacia el futuro, parece resonar con caracteres de absurdo. Pero ese absurdo debe confrontarse con la erótica de un sujeto que quiere, desea, ama una sociedad mejor, más apacible; o un nuevo modo de comprender la vida en este planeta abandonado a su suerte.

Bajo la bóveda estrellada de esta Aldea Global resuena el eco del coro mozartiano de Die Zauberflöte en el que se presagia un mundo pacificado. En ese coro sacerdotal, pero de un sacerdocio iluminado, de claro ascendiente pitagórico, ha sido erradicado el espíritu de la venganza, y con él todas las causas y condiciones de un escenario de resentida memoria que producen y reproducen la recíproca violencia, la guerra de todos contra todos, la definición del hostis como primera razón de toda política, y la igualación de todos en la general infelicidad como único efecto y resultado.

Frente a quienes creen en el único recurso de un sujeto histórico-colectivo, de carácter masificado y masivo, como conditio sine qua non de toda propuesta que pretenda inflexión, cambio, transformación de los hábitos mentales (y vitales), creo que es perfectamente legítimo apelar a la experiencia personal como criterio con capacidad de anticipación y pronóstico. Sobre todo porque hay condiciones objetivas, socio-económicas y tecnológicas, para que tal cambio pudiera producirse.

Sólo que las barreras y obstáculos -de un capitalismo salvaje refractario a toda cultura- impiden que esa real posibi- lidad prenda y se propague por amplias capas de la comunidad planetaria. Y sobre todo ese capitalismo ha creado, a su imagen y semejanza, el sujeto amorfo, inerte, que en su modalidad de sujeto masificado y masivo, más resistencia presenta a cualquier pro pues ta de alternativa, o de transformación y cambio histórico.