Image: Einstein. Entre los datos de los sentidos y la razón abstracta

Image: Einstein. Entre los datos de los sentidos y la razón abstracta

Opinión

Einstein. Entre los datos de los sentidos y la razón abstracta

por Antonio Fernández-Rañada

10 marzo, 2005 01:00

El Círculo de Bellas Artes celebra con una gran exposición sus 125 años de historia (1880-2005). Este óleo de Carlos Franco (1996) es una de las piezas de la muestra

Einstein era un pensador fuerte cuya teoría más famosa tiene un nombre desafortunado dado por Planck. él empezó a llamarla "Electrodinámica de los cuerpos en movimiento", demasiado largo, y también le gustaba "Teoría del invariante". Con independencia de su nombre, se refiere a dos cosas distintas: a los estados de los sistemas físicos, como un electrón o el sistema solar, y a las leyes que rigen su comportamiento, la gravedad o el electromagnetismo, por ejemplo.

Los primeros son descritos de maneras diferentes según quien los observa, por eso son relativos, pero las segundas, lo más importante, son las mismas para todos los observadores. En ese sentido, hay algo absoluto en toda visión física del mundo: la materia se comporta de igual modo, siguiendo las mismas leyes, en todos los lugares y en todos los tiempos. Ningún relativismo puede ampararse pues en la teoría de la relatividad. A lo largo de su vida, Einstein cambió su modo de combinar el razonamiento puro con los datos de la experiencia. Si bien era un racionalista en la tradición de Descartes, Galileo, Spinoza y Newton, también prestó atención al empirismo bajo la influencia de Hume. En sus años de formación, llegó a entender su trabajo como la búsqueda del conocimiento de un mundo objetivo extrapersonal, llevada a cabo desde su interioridad.

En un ensayo autobiográfico escrito poco antes de morir, nos lo dice: "Allí fuera descubrí un mundo inmenso que existe con independencia de los hombres y que se nos presenta como un enigma grande y eterno, accesible, al menos parcialmente, a nuestros sentidos y a nuestro pensamiento". Era filosóficamente un realista y advertía: "Ese mundo no coincide ni con nuestras sensaciones ni con nuestras construcciones lógicas". Pero el peso que él dio a cada uno de los dos términos de esta gran antinomia cambió a lo largo de su vida, hasta concentrarse casi con exclusividad al final en el pensamiento puro. En ese camino pasó por tres etapas, brillantes las dos primeras en las que creó sus dos relatividades, estéril la última, dedicada a una búsqueda infructuosa, trágica y triste de una teoría final. En su juventud solía reunirse con sus amigos Habicht y Solovine para discutir sus lecturas de grandes obras de ciencia, filosofía o literatura (entre ellas, por cierto, estuvo El Quijote). Una muy importante para él fue el Ensayo sobre el entendimiento humano de Hume. Einstein quería saber hasta dónde se puede conocer el mundo. Para Hume es imposible llegar a las causas de lo que observamos, sólo se pueden conocer los datos de la experiencia.

Aunque a Einstein le había impresionado mucho esa opinión, mantuvo durante toda su vida un firme convencimiento de que sí es posible conocer las leyes objetivas que rigen la naturaleza, pues las relaciones causales pueden deducirse, hasta un cierto punto, razonando sobre los datos de los sentidos. Pero, a pesar de ese desacuerdo, la influencia de Hume fue decisiva para él, si bien de un modo negativo (que a Hume le habría gustado). No para elaborar una visión de la ciencia, sino para eliminar algunos conceptos, en especial el de simultaneidad a distancia. Mediante un análisis teórico concluyó que no existe ningún procedimiento operacional para dar sentido a la afirmación de que dos sucesos son simultáneos para todos los observadores si ocurren en distinto lugar, en contra de lo que suponía a priori la física newtoniana (cabe decir que el efecto sólo es apreciable a distancias astronómicas por la gran velocidad de la luz). Para eliminar esa hipótesis implícita inadecuada, tuvo que cambiar las leyes de Newton del movimiento y las ideas sobre el espacio y el tiempo. O sea, crear la relatividad especial en 1905. Karl Popper cuenta en su autobiografía que una lectura de Einstein sobre este punto le sugirió su famoso "criterio de falsación". Poco después, Einstein empieza a construir la relatividad general, una teoría de la gravedad que trasciende a Newton y es su obra más propia,. Empezó a pensar que, si bien un empirismo radical es beneficioso en los primeros estadios de ciencia, cuando ésta se ocupa de objetos más alejados de nuestra intuición "ya no puede surgir únicamente de lo empírico, es necesaria la libre invención de conceptos que sólo se comparan a posteriori con la experiencia". Pero eso no significa que esos conceptos inventados sean arbitrarios. El contraste con la observación se les aplica inflexiblemente y sólo se establecen cuando llegan a pasar esa dura prueba. Para entender el alcance de esta idea, cabe recordar que el concepto inventado más famosos es el de átomo, que tuvo que esperar más de 20 siglos desde Leucipo y Demócrito hasta poder pasar el examen experimental, ya en el XX. Esa libertad intelectual le rindió el ciento por uno pues, inventando nuevos conceptos, pudo crear su relatividad general, base de la cosmología de hoy. Ante un triunfo de tal magnitud, su confianza en el pensamiento puro creció de tal modo que se aflojaron sus lazos con la experiencia y empezó a preocuparse más por los símbolos matemáticos que por las cosas que ellos representan, fascinado por el vano intento de hallar la teoría final, perfecta y definitiva, explicadora de todo, mediante un conjunto reducido de relaciones matemáticas, pues "la tarea suprema de la física es encontrar unas pocas leyes básicas, de las que todo el comportamiento de la materia pueda obtenerse por pura deducción". En palabras de Freeman Dyson, intentaba "reducir todo el conocimiento del mundo a unas pocas manchas de tinta en un papel". Encerrado en esa obsesión durante los últimos treinta años de su vida, su desinterés por lo empírico le llevó a hacer elecciones desafortunadas. Se opuso tenazmente a la forma que había tomado la teoría cuántica, uno de cuyos padres fundadores fue sin embargo, afirmando de ella que no puede ofrecer una visión completa de la realidad pues sólo es un capítulo provisional hacia otra teoría posterior.

Se suele decir que se equivocó completamente en un famoso artículo escrito en 1935 con sus colaboradores B. Podolsky y N. Rosen, el episodio principal de su largo debate con Niels Bohr que contiene el llamado argumento EPR. Pero la cosa no fue tan simple. Einstein y sus coautores llegaron correctamente a la conclusión de que la teoría cuántica es incompatible con una filosofía realista y local (o sea, con la existencia de un mundo exterior a nuestra mente e independiente de ella, en el que toda acción se propaga con velocidad finita). Ese es un descubrimiento de primera magnitud, fundamental para entender cómo se comporta la materia. Tenían razón: debemos elegir sólo uno de esos dos términos. Pero su alejamiento de las cosas que se ven y se tocan le jugó una mala pasada al llevarle a elegir su querido realismo local cuando había que optar por la teoría cuántica. Esa actitud explica también su fuerte hostilidad a la idea de agujero negro, que le llevó a considerarlos como una mancha en su teoría, intentando demostrar que son imposibles. Es algo muy sorprendente pues es uno de sus mejores timbres de gloria, consecuencia ineludible de su propia relatividad general, la más importante para muchos. Einstein es una de las figuras más grandes de la historia del pensamiento gracias a su confianza en la razón humana. Usó maravillosamente bien la suya mientras la combinaba con la atención a cómo se ven las cosas, pero se equivocó después al encerrarse en ella, desentendiéndose de la observación del mundo, más complejo y diverso de lo que él creía. No falló entonces su pensamiento sino su manera de usarlo. Esta constatación no es ociosa en estos tiempos de pensamiento débil.